Espiritual Fe

Oremos por nuestros pastores.

La Iglesia siempre nos ha invitado a orar por nuestros pastores, hemos de ser conscientes de sus luchas, de sus arduas jornadas, de sus extensas horas dedicadas al acompañamiento de las almas y su no muy fácil servicio de pastorear comunidades quejumbrosas, murmuradoras y desobedientes.

“Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas”.


Nm 11, 4b-15

Nuestra oración puede confortar y animar muchísimo la respuesta de nuestros pastores; sean obispos, sacerdotes o laicos que lideran apostolados, nuevas comunidades eclesiales o grupos de oración. Debemos sostenerlos con la oración de intercesión en todo momento y pedir para ellos la pedagogía pastoral adecuada, la creatividad del Espíritu, la renovación del amor primero: para que esforzados en la santidad de la vida sean instrumentos poderosos para lograr por la gracia de Dios fuertes conversiones y comunidades cristianas más próximas al Evangelio.  

Es cierto que el tiempo actual ha arrojado injustamente sobre la generalidad de los ministros consagrados de nuestra Iglesia un manto de dudas por las fragilidades y graves pecados de un puñado de sacerdotes que en sus crisis de fe y problemas de identidad, han terminado hiriendo el rebaño que debieron proteger con especial cuidado; esos dolorosos casos los ha capitalizado el Maligno en una sociedad atomizada por el odio a Dios y a todo lo que lo represente como es la Iglesia y sus instrumentos.

Así han logrado caricaturizar y ridiculizar la Fe llevando a muchos bautizados a avergonzarse de Cristo y su Iglesia: muchos sacerdotes y laicos sirven en sus comunidades contra este ambiente adverso público, uniéndose a Cristo Crucificado y Siervo doliente, por tanto, ellos merecen de nuestra parte oración y custodia, verdadera amistad fraterna y ánimo.

La forma desgarradora en que Moisés aflora su corazón ante Dios nos lleva a considerar la lucha espiritual de nuestros pastores y líderes laicales que están llamados a responder ante los grandes desafíos que implica la misión en un pueblo necesitado y terco. Ante la sentencia de Jesús a los discípulos al decirles: “Denles ustedes de comer” (Mt 14, 13-21), consideremos que ello implica garantizar que los servidores de Dios no se queden vacíos, sin nada que ofrecer.

Recemos para que en ellos siempre acontezca la existencia de los cinco panes y dos peces que Jesús sabe multiplicar para saciar, que no se queden prisioneros en el desierto, agostados y desalentados, por el contrario: logremos que nuestra oración y buen trato hacia ellos procure siempre ponerlos muy cerca de la fuente, para que bebiendo de la gracia de Dios, estén colmados de Dios para ofrecerlo al pueblo.

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