Las lágrimas correrían por las mejillas de Pedro sin parar, le quería tanto y sus lágrimas lo demostraban, pero faltaba algo: porque sólo el amor es capaz de las grandes empresas. Necesitamos tanto del Espíritu de Dios; porque el amor solo con Él, es derramado en nuestros corazones.
Encontrar la reiterativa pregunta de Jesús a Pedro, previo a la Vigilia de Pentecostés en la Iglesia es hallar una razón poderosa del por qué necesitamos y nos urge la ayuda del Espíritu Divino para darle a Jesús nuestra respuesta personal sincera, ya San Pablo había expresado categóricamente: “El amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rom 5, 5).
Pedro prometió “seguir al Señor” y así lo hizo, incluso aquella noche peligrosa en la penumbra, en la cercanía a una fogata dónde fue reconocido su rostro de seguidor y con ello sus miedos hechos respuestas desafortunadas; esa noche Pedro con su querer le siguió como lo había prometido, su corazón aún estaba colmado de nobles intenciones hacia su Maestro, pero se detuvo en la casa de los jefes sacerdotales donde iniciaron el juicio contra Jesús (Jn 18, 17.25).
Precisamos del Espíritu Santo tanto como Pedro para no detenernos en el seguimiento de Jesús cueste lo que nos cueste, solo la fuerza de renovadora de un Pentecostés nos hará valientes, capaces y osados como cristianos en este mundo que opone a nuestro catolicismo murallas de odio, pretendiendo avergonzarnos, señalarnos, condenarnos, como aquellas sirvientas y la turba a Pedro -(Mt 26, 69.71.73)- como sí ser cristiano fuese un despropósito hoy; se nos trata de homofóbicos (fobia inexistente), retrógrados y conservaduristas entre tantos señalamientos: nosotros como Pedro estamos tentados a detenernos por vergüenza, miedo o instinto de conservación.
El querer de Pedro sólo pudo llegar hasta allí, se quedaría limitado y aparecerían las dolorosas negaciones, su corazón despedazado se sintió ahogarse y un cruce de mirada con aquel Jesús maltratado que lo escucharía sellaría una escena desgarradora, el Amor parecía no ser amado, pero el querer lloraba; «y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente» (Lc 22, 62), las lágrimas correrían por las mejillas de Pedro sin parar, le quería tanto y su llanto lo demostraba, pero faltaba algo: porque sólo el amor es capaz de las grandes empresas, necesitamos tanto del Espíritu de Dios, sólo con Él el amor es derramado en nuestros corazones.
Recordemos una enseñanza del Papa San Juan Pablo II: ““¿Tú amas?”. Es la pregunta que decide sobre la verdadera dimensión del hombre. En ella debe expresarse el hombre por entero y debe también en ella superarse a sí mismo (…). La vida tiene valor y sentido solo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: “¿Tú amas? ¿Me amas?” (…). Es una pregunta que Dios hace al hombre. (Homilía en Notre Dame, París. 30-5-1980)
Miguel Salvador Fernández, Misionero Casa de la Misericordia.