Espiritual Fe

¡Misionando ando!

Ponerse en camino misionero y de evangelización es servir a tiempo y a destiempo en el anuncio de una salvación que, aunque se manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede hacerse coincidir con una voluntad de transformación social o cultural sin más, sino con la experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios y de aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión (cf. Lc 15).

¡Poneos en camino!

 Lc 10, 1-12

Es importante fijar nuestra mirada en el Jesús evangelizador que nos revela el Evangelio lucano como experiencia liberadora y consecuentemente como instructivo para nuestra respuesta misionera.

Todas las instrucciones que brinda a sus cercanos seguidores y discípulos (Lc 10, 1-12. 17-20), con ese mandato de ponerse en camino, es decir, en salida, son en síntesis su propia experiencia misionera y evangelizadora. Cada palabra refleja paso a paso la realidad propia de la misión de la Iglesia en nuestro tiempo; prontitud al servicio, sacrificio, escasez de trabajadores, lucha frontal contra el mal, tolerancia a la frustración por cuantos no abren la puerta y se cierran y ante todo; certeza que el reino está entre nosotros.

Cuando le contemplamos a Jesús evangelizador y misionero y le seguimos la pista, atentos a su acontecer, nos detenemos en lo que Él nos dijo de sí mismo, lo cual nos revela una incuestionable cristología:

“Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades”, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres”, “porque para esto he sido enviado” 

Lc 4, 18. 43. Is 61, 1

Para San Lucas, en síntesis, el testimonio que Jesús hace de sí Mismo es el de evangelizador. Como bien lo resaltará el Papa Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi

“Jesús Mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena”.

Mc. 1, 1. Rom 1-3. EN 7

Podemos interpretar que evangelizar desde el ejemplo de Jesús es proyecto de vida sin fecha de vencimiento; hasta el final, es maduración y plenitud en el arte de entregarnos al entregarlo, al comunicarlo y anunciarlo, hasta curtirnos en ese encargo/servicio; hasta la perfección, y es hacerlo a su manera, hasta las últimas consecuencias, corriendo el riesgo de dar vida y de dar la vida, es decir: hasta el sacrificio de nuestra propia existencia, porque el misionero ha de gastarse en la causa del Reino de Dios como el cirio que ofrece su luz en el altar hasta consumirse por completo.  


Para Jesús la evangelización asume la finalidad de atraer los hombres dentro de su vínculo íntimo con el Padre y el Espíritu. Éste es el sentido último de su predicación y de sus milagros: el anuncio de una salvación que, aunque se manifieste a través de acciones concretas de curación, no puede ser hecha coincidir con una voluntad de transformación social o cultural sin más, sino con la experiencia profunda concedida a cada hombre de sentirse amado por Dios y de aprender a reconocerlo en el rostro de un Padre amoroso y pleno de compasión (cf. Lc 15).

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