Fe

¿La gente sabe para qué ha nacido?

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Escrito por Padre Henry Vargas

¿Para qué se nos ha dado la existencia o por qué estamos aquí? ¿Cuál es nuestro origen y cuál debe ser nuestro fin? ¿Qué debemos alcanzar en nuestra vida? ¿Los años que pasemos por este mundo, sean muy pocos o sean ilimitados –si fuera posible-, para qué sirven?

Aquí nos formulamos la pregunta que lo resume todo: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿El sentido de la vida está en satisfacer necesidades vitales o, peor aún, creadas? ¿El sentido de la vida está en una constante lucha que acaba en la nada? ¿Cuando estemos a punto de morir y miramos atrás en la vida habremos desperdiciado nuestro tiempo o banalizado nuestro paso por este mundo?

¿El sentido de la vida está en acumular cosas y estar preocupados por mantener una imagen o un estatus? ¿Los que tienen tanto son verdaderamente felices? Se nos olvida que las cosas son sólo un medio, nunca un fin. En fin, son infinitas las preguntas sobre la vida y su sentido; y más aún son las respuestas de todo tipo. Pero todas las respuestas no sirven, sólo hay una, la correcta.

Pero lastimosamente muchos, muchísimos, no se hacen este tipo de preguntas. Muchas personas no tienen objetivos claros, no saben qué camino tomar en la vida para encaminarse hacia al futuro; y si escogen el camino errado algunos siguen adelante de manera forzada y/o frustrada o bien terminan evadiendo la realidad inmersos en banalidades y/o en situaciones nocivas llevándolos progresivamente a un callejón sin salida hasta que terminan por perder totalmente el sentido de la vida.

Es muy común ver jóvenes insatisfechos con lo que hacen o con lo que son, ver jóvenes desorientados o desmotivados; muchos de ellos, incluso adultos, expresan sentirse vacíos, y se hunden en depresiones de las que pretenden salir erróneamente entregándose a los vicios o, en el peor de los casos, terminan en desenlaces trágicos.

Urge pues tener las cosas claras para descubrir el sentido de la vida, pues estamos aquí por alguna razón; nuestra existencia no es consecuencia de ningún accidente cósmico.

Si se le pregunta a la gente sobre qué sentido tiene vivir o qué hay que hacer en esta vida, las respuestas son variadas, pero básicamente sobresalen dos: “Diviértete todo lo que puedas” o “Haz de tu vida lo que quieras”.  

Es que el ser humano se comporta como lo que cree que es. Si se cree un simple producto de la materia desconoce su propia dignidad y su alma inmortal; en consecuencia, atentará contra su esencia, vivirá sin rumbo o en la oscuridad.

Hay personas que están convencidas de que el ser humano viene de la nada y vuelve a la nada. Simplemente se nace y se muere, así sin más; y, en consecuencia, la muerte sería el aniquilamiento de todo. Otras personas, en la misma línea, afirman que se nace simplemente para sobrevivir y reproducirse como lo hacen los animales.

¿Tiene la vida un sentido así? No. No tiene ningún sentido. Afortunadamente estas teoría son totalmente erróneas, son unas teorías que hunden al ser humano en pesimismos infundados; son unas teorías que se contraponen a la serenidad que genera el saber que existimos para algo y que cada persona tiene vocación de eternidad gracias al alma espiritual que posee.

Sí. Todo ser humano nace por algo. ¿Y quién establece ese algo? Dios.  Es más, hemos sido creados por Dios y para Él (1 Col 1, 16). Nos lo confirma San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones I, 1,1). La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios; es decir, su salvación en definitiva (Mt 16, 26).

Creer en Dios es tener experiencia de Él; experiencia que lleva al ser humano a descubrir que solamente Dios da respuesta a los interrogantes más trascendentales de la vida, y colma los anhelos más íntimos y vitales del ser humano.

Creer en Dios o vivir la fe en Él, es tener una experiencia personal con Jesucristo, su hijo (Jn 14, 9). Creer en Jesucristo no es tanto, aunque también, creer en un conjunto de verdades sino sobre todo adherirnos a Él en quien creemos y en quien hemos puesto toda nuestra confianza y nuestra esperanza (2 Tim 1, 12; 1 Pe 3, 15).

El presente artículo ha empezado con una serie de preguntas. Y es bueno hacernos preguntas trascendentales pues el ser humano es racional y, en consecuencia, pensante. El hacernos preguntas y responderlas según la verdad no es sólo algo muy loable sino también apremiante.

La fe cristiana valora la razón y aprecia las preguntas para ver más allá de la nariz; y, a su vez, razón valora la fe cristiana, pues ésta no se basa en fantasías, no se fundamenta en hipótesis, no se apoya en arenas movedizas; todo lo contrario, la fe cristiana se basa en certezas, es la gran certeza (Mt 7, 24).

La fe cristiana es la propuesta a la humanidad que nace de la verdad, pues Jesús es la Verdad (Jn 8, 32; Jn 14, 6; Jn 18, 37). Dice San Agustín: “Me parece que se debe llevar a los hombres a la esperanza de encontrar la verdad” (Epistulae, 1, 1). Es que la vida debe ser objetiva, debe basarse en seguridades, en cosas reales, en la verdad en definitiva.

A partir de aquí la vida tiene sentido. Para nosotros los cristianos la vida tiene un sentido pues tiene a Dios como origen y meta y, para ir de un lado al otro, hay un camino, y ese camino es Jesús (Jn 14, 6).

Cuando a lo largo de este artículo nos hemos preguntado por el sentido de la vida nos referimos a la finalidad de la misma, a su objetivo, o a su razón de ser.

Ver todas las cosas maravillosas que Dios ha creado y el propósito con que las hizo (en vista de la creación del ser humano) nos confirma que cada ser humano también existe por una razón o con una finalidad. Es, por ejemplo, el caso de un artesano que crea algún objeto: lo hace con un fin específico. Partiendo de esto podemos descubrir el sentido de la vida como el fin por el cual nacimos, luchamos y vivimos. 

Nadie llega a este mundo simplemente a ocupar un lugar o a ser un estorbo, ni debe venir a improvisar ni viene con un objetivo de vida o con un proyecto de vida indefinido. Jesús es el vivo y perfecto ejemplo de que cada persona llega a este mundo con un fin especifico. Él encontró el sentido de su vida en la redención de la humanidad (Mc 14, 36).

El sentido de la vida, la vida de verdad, está en Dios; solo Él lo da, y la vivencia de su voluntad: amar. Un amor que se hace concreto cuando te dedicas a los demás; sólo así la vida tiene sentido.

¿Pero de qué manera? Para concretar esa voluntad divina todo ser humano tiene una misión que cumplir dada por el mismo Dios, crea la persona en Él o no. Es voluntad divina, en términos generales, que todos dejemos este mundo mejor de cómo lo encontramos y realizarnos o ser felices en el cumplimiento de este objetivo.

Pero a nivel individual la aventura de descubrir dicho sentido o el cómo llevar a cabo la misión genérica ya es una tarea muy personal, a través de un estado de vida y de una profesión, pues cada persona es única e irrepetible.

Para encontrar el sentido de nuestra vida individual es importante el conocernos a la luz de la verdad; ‘conócete a ti mismo’, sentenciaba Sócrates.  Se trata de ser conscientes de nuestra personalidad; conocer nuestros puntos frágiles y nuestras fortalezas, nuestras aptitudes, nuestros gustos o nuestras aficiones, etc… Se trata de asumir con responsabilidad la propia vida, y esto es algo que tú y sólo tú debes hacer y no otra persona, algo que cada quien debe llevar a feliz término.

Debemos convertirnos en artífices de nuestra vida en lugar de ser unos simples observadores pasivos de lo que acontece en nuestro entorno.

Para lograr lo anterior hay que tener claras las prioridades, organizarlas de manera jerárquica y hacerlas realidad de manera correcta.

P. Henry Vargas Holguín.

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