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¿La fe implica ser políticamente correctos?

Al cristiano lo debe caracterizar la unidad de vida. ¿En qué consiste esta unidad de vida? La coherencia entre vida y fe. Esto implica que el cristiano, guiado por el evangelio, deba impactar positivamente en la cultura, la economía, la ciencia, etc.; esto porque el cristiano debe vivir públicamente su fe (Mt 5, 15). Los fieles se equivocan si creen que pueden descuidar las tareas temporales con el pretexto de que, buscando la ciudad futura, no tenemos aquí ciudad permanente (Heb 13, 14); se equivocarían, pues la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas esas tareas temporales. Los cristianos, desde la fundación de la Iglesia, “cumplen todos sus deberes de ciudadanos” (Carta a Diogneto, 5, 5; Catecismo de la Iglesia Católica, 2240). 

El compromiso del cristiano en la sociedad de toda época se ha expresado y se debe expresar de diferentes maneras. Una de estas maneras es la participación en la acción política.

La Iglesia se gloría de tener santos que han servido a Dios y a su reino a través de su fiel y generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Uno de ellos es Santo Tomás Moro, Patrono de los políticos y de los gobernantes, quien testimonió la inalienable dignidad de la conciencia.

Este santo rechazó toda componenda y, sin traicionar a la autoridad y a las instituciones, afirmó con su vida y con su martirio que el hombre, y en consecuencia el fiel cristiano, no  puede separar o sacar a Dios de ningún ámbito de la vida ciudadana. El cristiano sin aguar, maquillar, endulzar o acomodar el mensaje del evangelio debe hablar, y debe actuar en conformidad aunque lo que diga y haga sea políticamente incorrecto. Es que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29).

Y al hablar claro, con el vocabulario adecuado, nos permite hablar con contundencia, como lo pide Jesús: “Que vuestro hablar sea sí cuando es sí, y no cuando sea no” (Mt 5, 37), y actuar como actuó San Juan el Bautista, ante Herodes (Mc 6, 18), quien, como todos los santos (sobre todo los mártires), llamaba ‘al pan, pan y al vino, vino’. 

Es imprescindible hablar así, sin pelos en la lengua -como vulgarmente se dice-, pero también con el debido respeto, con la debida caridad y las buenas maneras, porque ‘lo cortés no quita lo valiente’. El hablar con contundencia implica usar un lenguaje que, aunque correcto, no pretende exasperar a nadie.

Con la expresión ‘políticamente correcto’ se pretende imponer un lenguaje y unas maneras de abordar una temática tal con el fin de evitar ofender o incomodar tanto a personas como a colectividades. La sociedad de hoy, con lo políticamente correcto, pretende imponer un lenguaje que evite todo aquello que pueda parecer excluyente, insultante o que pueda marginar. Se impone una mordaza para no ser muy directo o explícito al hablar ante ciertas situaciones por parecer ofensivo, incómodo y anacrónico.

La gente de hoy en día se ha vuelto tan sensible o susceptible y tan obtusa que nadie puede ir con la verdad por delante porque dicha gente se ofende. Ya no se puede decir nada porque se cree que todo es un ataque o falta de respeto aunque respetuosamente se use un vocabulario correcto.

Con la mentalidad de lo ‘políticamente correcto’ se pretende que las cosas no sean llamadas por su nombre, como pretendiendo negar una realidad o para disminuir la gravedad de algo, y para esto se impone modificar el lenguaje. Hoy en día se cree erróneamente que el querer ser honesto, directo y preciso, es decir el querer ser signo de contradicción como Jesús (Lc 2, 36), y querer hablar en conformidad al evangelio es hablar y actuar desde el plano de la intolerancia o del irrespeto. En realidad se trata de reconocer problemas donde no se ven, de verlos en su justa y correcta dimensión, de invitar al cambio o de iluminar una determinada situación.

Ser políticamente correcto no es otra cosa que una de las maneras que tiene el ser humano para evitarse problemas, para no ser una ‘piedra en el zapato de nadie’ y ganarse el respeto y la simpatía. Pero así las cosas poco a poco van de mal en peor, siendo complacientes con quien se equivoca o cómplice con lo que no está bien, y así no se progresa ni como personas ni como Iglesia ni como sociedad. Yo creo que se hace mejor el bien evidenciando un error y llamarlo por su nombre que callarlo, evadirlo o no corregirlo.

Los comportamientos y discursos políticamente correctos destacan por las medias tintas, por un mensaje vacío de contenido, por la tibieza, por no decir nada demasiado concreto que pueda incomodar u ofender a alguien. Quien habla o actúa políticamente correcto es alguien neutral, que calla por su propia comodidad, que se lleva bien con todo el mundo pero a la vez no es amigo de nadie, dice a los demás lo que quieren oír y nunca toma partido ante nada.

Los discursos de los políticos, especialmente en época de campaña electoral, y de los gobernantes están llenos de vacíos y hablan de tal manera con tal de ganar el voto de la gente o su beneplácito traicionando cobardemente la verdad. Podemos darnos cuenta cómo es de fácil ser políticamente correcto, y esto no se hace sin recurrir, incluso, a la hipocresía.

El buen cristiano ha de ser defensor incansable de la verdad; es decir, “enseñar lo que es conforme a la sana doctrina” (Tt 2, 1). El cristiano ha de ser alguien veraz, pues la virtud que inclina a decir siempre la verdad se llama veracidad o franqueza. Por tanto el cristiano ha de ser alguien políticamente incorrecto con su palabra y con su testimonio.

«El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad» (Catecismo, 2472). Los cristianos tienen el ineludible deber de dar testimonio de la Verdad de Cristo, de la verdad que es Él mismo. Por tanto, nosotros los cristianos debemos ser testigos del Evangelio, con claridad y coherencia, sin esconder la fe; de lo contrario se traiciona a Jesús, y esto es grave pues Él dijo: “el que me negare delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 10, 33).

“El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Las ofensas a la verdad, mediante palabras o acciones, expresan un rechazo a comprometerse con la rectitud moral” (Catecismo de la Iglesia, 2464).

«Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas… se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad, y tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (Declaración Dignitatis humanae, 2).

La tarea del hombre de buscar y conocer la verdad y a manifestarla de palabra y obra se ha debilitado por la mentira que es expresión del pecado. El pecado ha disminuido el amor a la verdad, y los hombres se engañan unos a otros, muchas veces por egoísmo y propio interés. Con la gracia de Cristo el cristiano puede hacer que su vida esté gobernada por la verdad.

Jesús pide, con respecto a su persona y a su mensaje, tomar partido en un sentido u otro (Mt 12, 30; Mc 9, 40). Jesús quiere que tengamos en cuenta la verdad, que no será el consenso de una mayoría. Ante la verdad es necesario tomar posición. No se puede negar la verdad o aceptarla a medias o disfrazarla para no se impopulares. O se la acepta o se la rechaza, no queda otra posibilidad.

Es que la verdad no es negociable. No se puede renunciar a la verdad por el simple mantenimiento de una supuesta armonía social que la mentira propone. No se pueden pactar alianzas a costa de la verdad. Aceptar a Jesús nos lleva necesariamente a ir contra corriente, a hacer presencia contestataria. El seguimiento a Cristo puede suponer para el discípulo sufrimientos, incomodidades, enemistades, y malas caras en quien escucha la verdad, “pero el que persevere hasta el final, ese será salvo” (Mt 24, 13).

Jesús anuncia la verdad, aunque sea incómoda; a Él no le interesa halagar a nadie sino a hacer la voluntad divina (Jn 6, 38). Jesús no le teme a nadie al identificarse como el mesías o como el verdadero hijo de Dios, como tampoco teme que se le vaya la gente por su manera de hablar que no coincide con la lógica humana (Jn 6, 67); Él tampoco busca complacer a la mayoría ni a los poderosos. Jesucristo anunció la verdad salvífica aunque le costara la vida (Lc 6, 22-26; Jn 8, 40).

P. Henry Vargas Holguín.

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