Se nos ha enseñado que la Iglesia permanece en el mundo para continuar la misión evangelizadora de Jesús, en este sentido es propio entender la Iglesia como «Cristo continuado», porque movida por el Espíritu anuncia el Evangelio, y así vive su propia esencia e identidad.
En cambio, la Iglesia se diluye y se traiciona dónde dejó de lado el provocar encuentro con Cristo, desentendiéndose de buscar la conversión de los hombres. Resulta contradictorio pretender actuar en nombre de la Iglesia en diferentes ambientes sin perseguir lo esencial que es estar en conformidad con la voluntad Divina, el trabajar para: «que todos los hombres se salven y llaguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4).
Es doloroso constatar como muchos de sus miembros, se han quedado como militantes de una ONG limitados por diferentes causas de los «ismos» de moda, o secuestrados por un activismo ideológico y hasta asistencialista, olvidando el objetivo decisivo que busca dar a los hombres más que cosas, a Cristo Mismo; único camino, verdad y vida.
Hemos de tener claro; la vida de la Iglesia, en cualquier acción que ella cumpla, no está jamás cerrada en sí misma; es siempre una acción evangelizadora, cuyo interés es hacer renacer a las personas gracias a la muerte y resurrección de Jesús:
“La evangelización consiste en el ofrecimiento del Evangelio que transfigura al hombre, a su mundo y a su historia. La Iglesia evangeliza cuando, gracias a la fuerza del Evangelio que anuncia (Rm 1,16), hace renacer cada persona, a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de Jesús (Rm 6,4), impregnándola de la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio, de la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del Espíritu (cf. Ef 2,18). Esta es la experiencia de la novedad del Evangelio que transforma cada hombre.”
Instrumentum Laboris, Sínodo de los Obispos 2012, La Nueva Evangelización para la transmisión de la Fe Cristiana No. 27. 31.
En 1975 el Papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi, el documento del Magisterio eclesial más citado sobre el tema de la evangelización, nos ofrecía unas claridades:
- «La tarea de la evangelización es de todos los hombres y constituye la misión esencial de la Iglesia”; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes.
- Existe un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella, ni mucho menos contra ella (EN 16).
- La orden dada a los Doce: “Id y proclamad la Buena Nueva”, vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. La Iglesia lo sabe» (EN 15. 22).
- Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa (EN 14)”.