La crisis en la barca de la vida personal de muchos creyentes y de la vida de la Iglesia es también crisis de identidad; andamos por la vida con una fe en un Jesús que consideramos dormido, mientras nos paraliza el miedo debido a las situaciones fuertes que encontramos en la travesía que parecen hundirnos.
La crisis en lo propiamente eclesial aparece como complejo de inferioridad en nuestro acontecer como cristianos ante la vorágine del mundo que golpea, desacredita o ridiculiza el mensaje en nuestro tiempo en su afán de subvertir el ideal cristiano y construir un nuevo orden –mundial- en el que la revelación cristiana no tenga lugar, afectando nuestras convicciones e identificación con la Iglesia y su estable enseñanza.
Algunos bautizados hoy se han dejado convencer que la Fe es un tema que se reduce a lo privado y no tiene el potencial de asumir y asimilar la integralidad o la totalidad de la existencia, muchos católicos vivimos un divorcio entre fe y vida; esto no es más que un complejo de identidad.
Es cosa de poca fe el temor que impide, a no pocos, el apostar sin ambages por la doctrina y su recta enseñanza, las cuales actualmente son catalogadas como contrarias a las supuestas libertades individuales tan promulgadas por la ideología imperante, es decir, la dictadura del relativismo. Sin embargo, hemos de tener en cuenta la seguridad que nos viene de la autoridad de la Palabra del Señor ante los miedos y silencios que nos repliegan y que pretenden hacernos políticamente correctos, mientras ahogan el grito liberador del evangelio de la verdad.
La respuesta a nuestro tiempo no puede ser un; ¿quién soy yo para juzgar”, o un: “vivir y dejar vivir” sin más, para finalmente encajar y mostrarnos tolerantes ante el extraño deseo de una generación que quiere morir en los brazos de su verdugo como lo es el pecado; el Señor hoy nos dice en la propia barca sacudida: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!”. (Mt. 8, 23-27).
La crisis de Identidad pretende convencernos que Jesús duerme en la barca, que su presencia en ella no hace diferencia alguna si sus fieles caen en desesperación o indiferencia, que él no da soporte o estabilidad en la travesía, es decir; nos quieren robar la Fe en Él, pero nuestra certeza es que no duerme ni reposa el guardián de Israel. (Sal. 120, 3-4)
Tengamos presente; Dios puede increpar el fuerte viento y el violento oleaje que nos asusta, la fe en Jesús es una garantía que nos asegura que no naufragaremos así el mar embravecido haga su desmesurado ruido: porque es la Presencia y la autoridad de la Palabra de Jesús la que nos trae la calma. Si el viento y el mar lo obedecen; también puede hacerlo nuestro corazón cristiano.