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¿Jesús cómo es que eligió a Judas Iscariote?

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Escrito por Padre Henry Vargas

“Jesús sabía…, quién era el que le iba a traicionar” (Jn 6, 64).

Jesús, pues, desde un principio sabía muy bien quién lo iba a traicionar, y sin embargo lo eligió para ser uno de sus doce discípulos. ¿Por qué? ¿Por qué Jesús eligió a Judas Iscariote como discípulo o apóstol quien en el fondo y a la larga no será o no sería ni lo uno ni lo otro?

La cuestión de Judas Iscariote y de su elección es, pues, muy compleja, y desconcierta dado que Jesús escruta el corazón del ser humano (Jr 20, 12; Hch 1, 24; 15, 8). Jesús “sabía lo que había en el hombre” (Jn 2, 25).

Recordemos quién era Judas Iscariote aunque, a los ojos humanos, tuviera una reputación respetada (Jn 13, 29): Judas era “un traidor” (Mt 10, 4), “un diablo” (Jn 6, 70–71), “un ladrón” (Jn 12, 6), un incrédulo (Jn 6, 64), “Hijo de Perdición” (Jn 17, 12),  y espiritualmente inmundo (Jn 13, 10).

Pero recordemos también quién era Jesús y con qué finalidad se encarnó en la historia humana. Jesús, quien es el Hijo de Dios, vino por los pecadores con quienes se sentaba a comer para llamarlos a vida (Ez 33, 11); Jesús vino “para invitar a los pecadores a que se arrepientan” (Lc 5, 32). Jesús vino por los enfermos, por los publicanos y prostitutas, etc.. Jesús trató a todos los pecadores, los eligió con una misma dinámica de amor, no los excluyó, no hizo acepción de personas.

Jesús, al ser Dios en persona, actúa diferente a como actúa el ser humano (Is 55, 8-9), pues el ser humano, de manera hipócrita, acepta con agrado a los buenos y rechaza sin piedad a los malos, o a quien se equivoca; el ser humano tiende a excluir a quien no le cae bien o comete una falta, y favorece a sus amigos o a quien le sonríe (Is 29, 13; Mt 15, 8).

Y en este sentido Jesús llamó a los doce apóstoles, quienes no eran precisamente gente influyente, gente virtuosa, gente docta, gente perfecta; ellos eran todo lo contrario.

Jesús, pues, llama a sus apóstoles no porque fueran justos y buenos y perfectos, sino porque precisamente eran lo contrario y necesitaban de Él; así como nosotros, pecadores, lo necesitamos a Él.

Si Jesús se hubiera puesto a exigir algún tipo de perfección o madurez humana y ejemplaridad para elegir a sus apóstoles simplemente no hubiera podido hacerlo pues nadie reuniría dichas condiciones, nadie sería digno de Él.

Jesús amó a los pecadores pero era, y es, muy respetuoso del libre albedrío. Jesús amaba a los pecadores de manera incondicional: Él no pretendía cambiar a nadie a la fuerza ni exigía en nadie perfección alguna para que mereciera su amor. Es más, Jesús vino y está hoy en el mundo para amar, y ama más a quién está más lejos de Él. En este sentido, es muy significativa la frase: “Ámame cuando menos me lo merezca, porque es cuando más me lo merezco (o más lo necesito)” (Robert Louis Stevenson).

Sin ir muy lejos, algo así hace una madre de familia: Ella ama a sus hijos por igual, pero se desvela y se sacrifica más por aquel hijo que está más perdido, por aquel menos favorecido, por aquel que, con culpa o sin culpa personal, sufre más.

Por otra parte, Jesús sabía muy bien cuál era el objetivo de su encarnación: sacrificarse por el bien de la humanidad. Y era, pues, consciente de su misión de quitar, en términos de sacrificio, el pecado del mundo. Jesús, además, lo escuchó de boca de San Juan el Bautista cuando Él se acercaba al Río Jordán. Juan el Bautista al ver a Jesús gritó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).

¿Cómo se sacrificaría? ¿Cómo reconciliaría la humanidad con Dios? Jesús sabía que la humanidad entera no lo aceptaría, aun conociéndolo; sabía que muchos del pueblo judío lo perseguirían, y no lo aceptarían como Mesías ni como Hijo de Dios; y sabía que sería asesinado (Jn 18, 32).  Él sabía que su muerte era inevitable.

Jesús, pues, se encarnó en la historia humana para morir por la redención de los pecadores. Y esa muerte “el justo por los injustos” (1 Pe 3, 18), o ese desenlace de la vida de Jesús, fue el medio permitido por Dios Trinidad para tal fin (Jn 13, 18).

Jesús mismo lo preanunció en más de una ocasión (Lc 8, 32; 9, 31). Aún así Jesús no se echa para atrás; Él acepta por amor su misión. Jesús, justo antes de su pasión, dijo de sí mismo: “Si para esto he venido” (Jn 12, 27).

Jesús también sabía cuál era el rol en todo esto de Judas Iscariote. Cuando Jesús les lavaba los pies a sus discípulos dijo que ellos ya estaban limpios, refiriéndose a su alma y espíritu, sin embargo Él agrega que no todos lo estaban, ya que sabía quién lo iba a traicionar (Jn 13 10-12). Esto nos muestra que Judas no era una persona que había nacido de nuevo (Jn 3, 5), que no había entrado en la dinámica del reino, que no estaba limpio de sus pecados.

Judas no era un verdadero creyente o discípulo. El pecado estaba presente en su vida y el amor al dinero lo cegó, se rindió ante Satanás y cayó en pecado (Jn 13, 2); aun así Jesús, lo ama, no lo expulsa del grupo de apóstoles.

Ahora bien, hay que entender que el conocimiento anticipado de Jesús no implica una predestinación. Dios Trinidad, al tener el atributo divino de la omnisciencia, sabía de manera anticipada lo que le acontecería a Jesús; y Él sabía anticipadamente que Judas Iscariote lo traicionaría al ejercer su libre albedrío.

Por ende, cuando Jesús habla de que ‘tiene que cumplirse la escritura’ -para que se cumpliera la redención- (Jn 13,18) o de que lo que le acontecería a favor de la obra redentora ya Dios lo conocía de antemano (Hch 2, 23), se está hablando de la presciencia divina, no de una acción predeterminada sobre la cual Judas Iscariote no tuviera control.

Muchos, teniendo en cuenta que Jesús declaró que Judas “debía perderse para que se cumpliese la Escritura” (Jn 17, 12), creen erróneamente que Judas Iscariote nació para condenarse, que fue una marioneta impotente en manos de Satanás y que no le era posible de ninguna manera resistir a su influencia. Él nunca alegó: “No pude evitarlo; Satanás me forzó a hacerlo”. Lo que sí dijo fue: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mt 27, 4). Él es, pues, consciente del error y/o pecado que habría de cometer y que efectivamente cometió; e incluso a él se le ve algo de arrepentimiento.

No se puede pensar que Dios haya forzado a Judas o a algún otro a conspirar contra Jesús para que “la Escritura se cumpliera”, de lo contrario Judas Iscariote u otro estaría también predestinado a la condenación del infierno, y Dios no destina o predestina a nadie a tal sufrimiento.

Hay que recordar que Jesús respeta las decisiones de los demás, y no manipula a nadie. Jesús nos quiere libres, pero la libertad no es libertinaje. ¿Qué es la libertad? Es optar consciente, activa y voluntariamente por Jesús y hacer lo conveniente desde la verdad como Jesucristo (Jn 18, 37).

De manera que no podemos pensar que Judas Iscariote estaba predestinado por Dios a ser el traidor de Jesús; es más, muchos traicionaron y abandonaron a Jesús (Mt 26, 56; Mc 14, 50; Jn 6, 66). Recordemos que, a excepción de San Juan, todos los apóstoles desaparecieron antes y durante la crucifixión del Señor para que “se cumpliera la escritura”.

Incluso, para que se ‘cumpliera la escritura’ el papel de Judas Iscariote fue el menos relevante. Para que se ‘cumpliera la escritura’ el rol más determinante y más grave lo tuvieron otros: el Sanedrín, los maestros de la ley, los romanos, el pueblo que prefería la liberación de Barrabas (Jn 18, 40) y otros muchos involucrados directa o indirectamente en la crucifixión del Salvador.

Todos tuvieron su parte de responsabilidad. Es lo que Jesús le dice a Poncio Pilato: “Por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado’ (Jn 19, 11). ¿Y quién entregó a Jesús a la autoridad romana? Pues el sanedrín. Nótese que aquí Jesús no menciona concretamente a alguien en particular, todos intervinieron para entregar a Jesús a la muerte; todo fue una cadena, en la que cada quien asume su propia culpa o su propia cuota de responsabilidad (Jn 8, 7).

No se nos olvide que la Sagrada Escritura afirma que los hombres darán cuenta de sus propias acciones en el día del juicio (Rm 14, 12; 2 Cor 5, 10).

Si se habla de la teoría de la predestinación para Judas Iscariote entonces también se debería aplicar esta teoría para todos los que intervinieron en la crucifixión del Señor, lo cual no es sensato. ¿Por qué? Porque, entre otras cosas, además de lo que ya se ha dicho, aceptar esta teoría implica un librarse o un exonerarse de responsabilidad personal de los actos personales, eximiendo a todos de culpa. Aceptar la predestinación es como un ‘lavarse las manos’ como hizo Poncio Pilato.

En el supuesto caso que Jesús conociendo a Judas Iscariote y su intención o decisión no lo hubiera elegido o lo hubiera despedido del grupo de los doce, por un lado Él actuaria con criterios meramente humanos y por otro, el hecho se podría entender como un intento por parte de Jesús de evadir su misión redentora, lo cual no tendría razón de ser.

Si Jesús conociendo a Judas Iscariote no lo hubiera elegido o lo hubiera expulsado del grupo de los doce, su papel o rol lo hubiera asumido otra persona aunque hubiera podido actuar de otro modo; de manera pues que Judas Iscariote haya tenido o no su parte de responsabilidad en la muerte de Jesucristo es secundario o circunstancial. A Jesús le hubiera llegado la muerte en todo caso por otras vías y en otras circunstancias.

Ahora bien, nos escandaliza la traición de Judas Iscariote y de otros muchos pero a nosotros se nos olvida que a lo largo de toda la historia vemos la vida de Judas Iscariote reflejada en muchos de los que se dicen llamarse cristianos, pero que viven apartados de Dios y apartados de la verdad traicionando y pisoteando de mil y una formas a Jesús y al regalo de la salvación.

Muchos, hoy en día, caen la misma tentación de Judas Iscariote y para obtener la vanidad de este mundo traicionan una y otra vez a Jesús; traicionan al Mesías ya no por 30 monedas de plata pero sí por un cargo, una casa, un título académico, un auto, una pareja, un placer ilícito e inmoral, un prestigio, o un pecado cualquiera.

P. Henry Vargas Holguín.

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