El camino de la liberación de Israel comenzó cuando el pueblo tomó conciencia de su esclavitud, cuando por fin su opresiva situación le incomodó y clamó a Dios (Gn 2, 23 – 25), sin embargo; la puesta en marcha de esa liberación acontece cuando Moisés, un hombre concreto de su tiempo, realiza un movimiento que no era habitual en su oficio cotidiano de pastor en Madián: “una vez llevó al rebaño más allá del desierto” (Gn 3, 1).
El oficio de pastor se realiza sobre terrenos conocidos, a veces se dejan los pastos descansar para que vuelvan a crecer y así retornar a ellos mientras otros alimentan el rebaño. El coraje y arrojo de Moisés es lo que llama la atención; porque conduce al rebaño más allá en el vasto desierto donde no están las seguridades del terreno conocido.
La traducción de la “Biblia de nuestro Pueblo”, dice que lo condujo “más allá del desierto”, lo que nos advierte que fue capaz de cruzar el limite, de confiar en y no en sí mismo; así Moisés da un paso de fe porque no dependía ya de sí mismo, un paso de fe y no un salto al vacío.
Los cristianos nos resignamos muy a menudo a no tener mayor incidencia en la transformación de nuestras familias, la sociedad y el mundo porque tememos ir más allá del desierto, la aventura cristiana rompe nuestros esquemas y lógicas humanas. Se trata entonces de vencer el miedo que nos paraliza, vencer la duda y abrazar el desafío de creerle a Dios, a su Palabra poderosa, a sus promesas y proyecto que requieren confianza en Su Misericordia, y dejar de lado las falsas seguridades.
Transitar por la senda conocida, es lo que no pocas veces nos conduce que evitamos construir comunidad porque estamos acostumbrados a construir comodidad, pretendemos vivir un catolicismo sin compromiso misionero, un catolicismo evasor; donde la Fe es reducida a lo accesorio, a lo insustancial.
Nos cuesta ir más allá en el desierto de nuestra vida que está configurado por esas realidades cómodas o incómodas pero que no sentimos necesidad alguna de superar, dejamos que ciertos problemas envejezcan mal en nosotros, y en ello; algunas frases lapidarias que nos definen: “La vida es así que le vamos a hacer”, “ni modo”, “esto no lo cambia nadie”, “el país no cambiará jamás”, “la política es corrupta”, “no la amo me la aguanto”, “que cada quién haga lo que le dé la gana”, Detrás de todo esto hay una renuncia a la vida virtuosa, a la santidad.
Hemos de romper con estos condicionamientos, romper con las cómodas coordenadas de la cotidianidad era un caso de vida o muerte para Moisés; cruzarlas, ir más allá en el desierto: representó su vida y la vida libertada de su pueblo, la novedad de su fuego divino que arde sin consumirse (v. 2).
Tenemos en nuestra fe que dar el paso, ir más allá implica un desplazamiento inusual; hacer un éxodo más profundo, vivir la Pascua, tener experiencia de encuentro personal con Dios, experimentar en lo profundo que nos llama por nuestro nombre y nos invita a descubrirnos ante él sin que queden espacios vedados para él en nosotros. Debemos empezar a encontrarnos con el Señor que quiere hacer arder el chamizo o la zarza débil de nuestra vida para que sea fuego amoroso que no se extingue.