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¿Hay alguna diferencia entre Satanás y Demonio?

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Escrito por Padre Henry Vargas

El común de la gente habla del “Demonio” y del “Diablo” de manera indistinta o indiferente. Para la gente estas realidades son equivalentes, como si fueran sinónimos. ¿Pero en realidad lo son?

La gente se imagina que ambas palabras designan la misma realidad: una realidad malévola al que se le atribuyen poderes sobre las personas y/o sus almas, incluso con el poder de poseerlas, con la capacidad para tentarlas, y con la facultad para causarles enfermedades. ¿Pero la gente está en lo cierto?

Pues Satanás y demonio no son lo mismo. Algunas de las situaciones antes descritas corresponden al diablo y otras a los demonios o a un demonio.

Lo que sí son sinónimos son Diablo y Satanás, al singular, porque es uno. Los demonios son varios. Los evangelios siempre distinguen entre el mundo de los demonios y el del Diablo.

Son muy conocidas, tanto en la Biblia como en la experiencia de la Iglesia, las posesiones. Según los evangelios, una “posesión” es siempre “demoníaca”, nunca “diabólica” o “Satánica”. Jamás se atribuye una posesión al Diablo. No existe un solo caso en toda la Biblia en el que se hable de “posesión diabólica”.

Satanás (del hebreo Satán) o Diablo (del griego Diábolos) significa adversario o acusador. Una cosa, por tanto, es el Diablo o Satanás y otra muy diferente son los demonios o un demonio.

Satanás o el diablo actúa contra el alma desde afuera de la persona, con la tentación a través  del engaño y la mentira, y los demonios lo hacen desde dentro del cuerpo (posesión), aunque también lo pueden hacer externamente (vejación, obsesión e infestación).

La acción del diablo o de Satanás está descrita en la Biblia desde las primeras páginas a las últimas. Vemos cómo él interactúa desde la incitación a pecar a Adán y a Eva, el sufrimiento del pueblo de Dios en la esclavitud de Egipto y la acción directa contra Job a través de los demonios, hasta las tentaciones contra Jesús y luego las posesiones demoníacas narradas en los evangelios.

Es por esto que la existencia de estos entes, con personalidad sobrehumana o sobrenatural, y de su mundo es dogma de la Iglesia.

Hoy en día, cuando muchos ponen en duda la existencia de Satanás o del diablo y de los demonios y de su acción, es necesario recordar la doctrina de la Iglesia y su fuente: la enseñanza de Jesucristo.

La doctrina de Jesús y, en consecuencia, de la Iglesia nos enseña, en efecto, que la realidad de Satanás o del diablo, y por ende del mundo demoníaco, que es la realidad generadora del mal, es la de un ser creado, espiritual y pervertido, y “padre de toda mentira”  (Jn 8, 44).

Jesús en la oración del Padrenuestro nos recuerda que debemos pedir ayuda a Él para que nos libre del mal o que nos libre del maligno.

Se sale, pues, de la enseñanza bíblica y eclesial quien se niegue a reconocer la existencia del autor del mal, quien pretenda explicar el mal como una pseudo realidad, quien vea en el diablo algo simbólico o una simple personificación mítica de causas desconocidas del mal que hay en este mundo o que el mal sea sólo una consecuencia de equivocadas acciones personales.

La Iglesia siempre ha dicho que la exhortación del apóstol San Pedro a la “sobriedad” y a la vigilancia (1 Pe 5, 8) es siempre actual. San Pedro nos invita a resistir al diablo, “firmes en la fe (1 Pe 5, 9)”.

La realidad demoníaca siempre será un enigma que acompaña la vida cristiana, aunque nosotros no sabemos más que los apóstoles del por qué el Señor permite la acción de estos entes malévolos, ni cómo los usa para sus designios (Rm 8, 28).

También es cierto que la sana doctrina también nos enseña que el poder de Satanás no puede traspasar los límites que Dios le ha marcado; que, aunque el diablo sea capaz de tentarnos, no puede obligar al ser humano a darle su consentimiento para hacer lo contrario a lo que Dios nos pide.

Los entes malévolos tienen un influjo sobre las personas, sean cristianas o no. Y dicha influencia en las personas no es algo aleatorio o impredecible, siempre hay una causa constatable. Normalmente la causa más común es que la persona haya recurrido a las diferentes ciencias ocultas, rituales oscuros, supersticiones, magia negra, etc.., tanto para “beneficio” personal como para causar sufrimiento en alguien.

Y, de forma paradójica, cuando la persona intenta alejarse de ello, el mundo de lo demoníaco seguirá ejerciendo influencia directa sobre dicha persona, incluso con mayor fuerza. 

Hay que partir de un principio: El Diablo o Satanás y los demonios o espíritus inmundos sólo buscan nuestro sufrimiento individual o colectivo, un sufrimiento que puede ser temporal como eterno.

En su oposición a Dios, el Diablo o Satanás y los demonios quieren hacer del ser humano su aliado. Y al lograrlo hieren al hombre, lo destruyen e incluso lo configuran a su imagen y semejanza.

P. Henry Vargas Holguín.

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