Con respecto a esta expresión –bastante oportuna y necesaria hoy–, podemos ofrecer varias consideraciones:
1. Las personas que asumen con seriedad la Vida de Fe, comienzan por «poner en orden la casa», mediante la frecuencia de la vida sacramental y de la Oración: santa Misa, confesión, comunión, visitas al Santísimo, reparación y adoración Eucarística, Santo Rosario.
Reciben el primer Don del Espíritu Santo, Temor de Dios, y dan también su primer fruto: Piedad. Como dice San Pablo, se acercan a Dios, le veneran y adoran «con religiosa Piedad y Reverencia» (Hebreos 12, 28).
2. En la vida de estas personas comienzan las pruebas, contrariedades, tribulaciones y persecuciones, especialmente entre los suyos, quienes aguzan sus sentidos, ahondan en sutilezas y están a la caza de errores, defectos y pecados para enrostrárselos y tildarlos de «hipócritas», «rígidos», etc.
Dicen que nada de eso es necesario, y que muchos que no lo hacen «son mejores» y «dan ejemplo».
Es decir, procuran desanimarlos y minimizan los efectos, resultados y frutos espirituales de la ascesis cristiana, de la lucha por conformarse a la Voluntad Divina y por abandonar los propios vicios y pecados, para crecer en la Virtud.
3. Quienes así persiguen y critican, cometen varios pecados gravísimos: en primer lugar, juzgan al prójimo, y lo hacen con malicia y mala intención, cooperando así con el mal; en segundo lugar, blasfeman y pecan contra el Espíritu Santo (único pecado que Dios no perdona) al minimizar la Santidad de Vida, las realidades Sagradas, y juzgarlas como cosas inútiles e innecesarias, cuando se trata de los Medios propios de La Gracia para nuestra Salvación; y en tercer lugar, intentan hacer ver como malo («satanizar») un Don del Espíritu Santo, el Don de Piedad.
Por eso, hay que defender la práctica de la Fe, privada y públicamente, denunciando este sutil ardid de los solapados: los enemigos de Dios, egoístas y pagados de sí mismos, que no soportan el bien cerca de ellos, y acaban llamándolo «mal», mientras al mal lo erigen como «bien». Y, en esa dinámica, persiguen, torturan y sacrifican a los hijos fieles de Dios.
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