Un ciudadano venezolano que vivió durante unos años en Colombia le comentaba a un amigo mío cómo las expresiones de los colombianos decían mucho de su forma de pensar y actuar, y cómo particularmente dos de ellas lo sorprendían sobre manera, una en sentido positivo y la otra de manera negativa.
Mi amigo le preguntó a qué expresiones se refería, a lo que aquel empezó por explicar cómo admiraba que muchas veces y en contextos muy diferentes (tanto como cuando buscaba una dirección, como cuando se encontraba con alguien para dirigirse conjuntamente a otro lugar), oía como respuesta la expresión “camine”.
Sentía este venezolano que cuando una persona acudía a esta expresión manifestaba un acto de solidaridad, de compañía y es que, en efecto, caminar al lado del otro significa que su camino no me es indiferente; caminaron al lado de Jesús sus discípulos durante su vida pública porque querían acompañar al Maestro, deseaban hacer suyo también ese camino que aunque se ofrecía confuso y a veces contradictorio con las normas en las que se habían educado como judíos, estaba iluminado por la sabiduría y la autoridad que Jesús transmitía, y cuando después de los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, él se les aparece a los discípulos que iban camino de Emaús, esa aparición vino a develar que en este camino que es la vida, tenemos la certeza de la compañía de Jesús a nuestro lado.
Oída la explicación del venezolano mi amigo no pudo menos que estar de acuerdo y a renglón seguido lo interpeló por aquella expresión nuestra que le impactaba negativamente a lo que este no dudó en contestar: si algo me parece desobligante y terriblemente contrario a la expresión de «camine» es cuando ante una situación imprevista o un hecho consumado recibo como respuesta un «de malas«, “para mí”, proseguía el venezolano, y sin desconocer que existen realidades frente a las cuales poco o nada se puede hacer, oír esta respuesta era “un portazo en la cara, una antítesis de la caridad”.
No pudo mi amigo dejar de pensar en ello, y recordar que las obras de misericordia y no solo las corporales sino también las espirituales nos interpelan a que la “mala situación” del otro no nos puede ser indiferente, y que si muchas veces no atravesamos situaciones calamitosas es por gracia de Dios.
Traigo a colación esta charla de mi amigo para hacer conciencia no solo de la importancia del lenguaje que utilizamos, sino sobre todo para invitar a todos nuestros lectores para que en este año Jubilar además de nuestras obras, nuestro lenguaje hable también de la Misericordia y que el mismo sea signo de estar dispuestos a caminar junto al que experimenta las malas situaciones que se van presentando por la vida.