Análisis Espiritual Fe

¿Es posible el martirio fuera de la Iglesia?

Martirio de San Pedro Caravaggio
Escrito por Padre Henry Vargas

Nadie es testigo de una opinión, de un error, de lo que no existe, de lo que no es verdadero. Incluso, es posible dar la vida con valor y de buena fe por una doctrina falsa.

Si un protestante, sea de la secta cristiana que sea, es asesinado por algo que diga o haga relacionado con su fe, ¿se podrá considerar mártir y por tanto santo? ¿Es posible que haya verdaderos mártires fuera de la Iglesia?

Para responder a estas preguntas, es necesario saber ante todo qué significa la palabra mártir y la palabra martirio.

Etimológicamente hablando, la palabra mártir viene de la palabra griega ‘martus’ que significa testigo; y martirio, en consecuencia, significa testimonio.

Mártir es alguien que testimonia un hecho del que tiene conocimiento por vivencia directa o del que tiene experiencia de manera personal.

El mártir es también, y por extensión, aquella persona que defiende algo de lo que es testigo, sin importar qué sea ese ‘algo’, y de lo cual da testimonio aun a costa de perder la vida.

Mártir es aquella persona que sufre la muerte por defender los principios o ideales de carácter religioso, así como también quien defiende con su vida un valor, una idea, o una creencia.

La palabra se aplica a aquellos casos en los que una persona al no renunciar a sus creencias o a sus ideales, los anuncia hasta sufrir la muerte por ello, dando con ese acto muestra de un compromiso asumido.

En este sentido están los mártires por un proceso de independencia, mártires por la paz, mártires por denunciar una injustica, mártires contra la corrupción, etc…

Incluso, en el lenguaje coloquial, es costumbre decirle mártir a alguien que, por ejemplo, sufre una importante cantidad de sufrimientos en su trabajo, o que tiene una actividad o situación desgastante que lo hace padecer.

Es pues claro, y respondiendo a las preguntas iniciales, que sí existe el martirio fuera de la Iglesia y hay mártires fuera de la misma.

Pero como hay varias connotaciones del término mártir o del término martirio, no todo el que da la vida por una doctrina puede, desde el punto de vista teológico, ser llamado con propiedad mártir ni, menos aun, santo.

Condición para que algún mártir sea considerado santo no es solo que la causa del martirio sea, desde su definición canónica del martirio, por odio a la fe o a una virtud cristiana que debería tener el perseguidor o victimario; sino que también ese odio sea verificable.

Un mártir será considerado santo por su total e incondicional fidelidad al depósito de la fe y al magisterio de la Iglesia, aunque haya sido asesinado sólo por una verdad.

Por tanto una cosa es perder la vida por defender algo, y otra muy distinta considerar a la persona mártir de la Iglesia o considerarla santa. Los mártires fuera de la Iglesia no se pueden considerar santos; no pueden, por tanto, ser propuestos como modelos incuestionables de fidelidad a todos los diferentes dogmas de fe.

Ahora bien, ya sabemos que el significado etimológico de la palabra mártir es testigo; pero es que nadie es, en sentido estricto, testigo de ideas propias, de una opinión, de un error, de lo que no existe, de lo que no es verdadero. Es que, incluso, es posible dar la vida con valor y de buena fe por una doctrina falsa.

Se es testigo de un hecho real y verdadero, Jesucristo, («algunos han tocado con sus manos al Verbo de la vida»-1Jn 1, 1), y de todo lo que de Él se deriva, la Iglesia.

El testigo da testimonio de hechos. Y es en este sentido que Jesucristo dice a sus discípulos: “Vosotros seréis mis testigos” (Hch 1, 8). Y esto fue lo que San Pedro y San Juan hicieron precisamente ante los judíos que les querían imponer silencio: “Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).

Y también en la biblia aparece la palabra mártir o testigo, por ejemplo, cuando San Pedro emplea el término en su discurso a los apóstoles y discípulos con motivo de la elección del suplente de Judas:

“Conviene, pues que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su Resurrección”.

Hch 1, 22

En el cielo no hay gente que, por negar verdades, hayan pecado gravemente y por esto hayan sido declarados por la Iglesia como herejes, apóstatas, excomulgados o cismáticos, aunque hayan sido asesinados por hablar algo relacionado con la fe cristiana.

Quien no está en la Iglesia que Jesús fundó no puede salvarse, aunque vierta su sangre por el nombre de Cristo. Es lo que nos dice, entre otros, el Concilio de Florencia (Decreto para los Jacobitas, 4 de febrero de 1442), y San Fulgencio de Ruspe.

“Cree fuertemente y no dudes en absoluto que cualquier hereje o cismático, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, si no estuviera congregado en la Iglesia Católica, de ningún modo puede salvarse, por mayores las limosnas que haga, y incluso si derrama su sangre por el nombre de Cristo. Pues, todo hombre que no permanece en la unidad de la Iglesia, ni por ser bautizado, ni por copiosa que sea su limosna, ni por soportar la muerte por el nombre de Cristo, puede alcanzar la salvación cuando persiste en aquella perversidad, sea herética o cismática, que lleva a la muerte. (San Fulgencio de Ruspe, De regula fidei ad Petrum, c.39, n.80 – ML 65, 704).

Concilio de Florencia
(Decreto para los Jacobitas, 4 de febrero de 1442).

Aunque el término mártir se usa para denominar a cualquier persona que muere peleando por lo que cree, históricamente la palabra se ha empleado en el ámbito del cristianismo para hablar de aquel que había sido sometido a dolorosas torturas y tras ello haber sido sometido a la muerte por no renunciar a Jesús, a la Iglesia ni a ninguna de las verdades, virtudes, etc…

Es bien sabido que a los inicios del cristianismo fue muy extendido el asesinato de los cristianos, justamente por defender a Cristo y sus enseñanzas.

Y aquellos mártires cristianos imitaron al extremo a Jesucristo, el mártir más emblemático de la historia de la humanidad.

Desde que Cristo fue colgado en la cruz, empezó una historia que llega hasta hoy: la de los mártires cristianos; historia que no conocerá la palabra “fin”. Lo dijo Jesucristo mismo: “Si me han perseguido a mí, a vosotros también os perseguirán” (Jn 15, 20); los discípulos de Jesús no pueden ser menos que su maestro. Es una nota característica y perenne de la Iglesia de Cristo: es Iglesia de Mártires.

El mártir es quien procura su salvación al estar de manera perfecta, abierta y perseverante de parte de Jesús y de su evangelio:

“Quien pierda la vida por mí y por el evangelio, ése se salvará” (Mc 8, 35). “El que persevera hasta el final se salvará” (Mt 24, 13).

El mártir es quien no se avergonzó de Jesús ni de sus palabras (Mc 8, 38; Lc 9, 26), ni aun exponiéndose a la muerte. Quien, por amor, da la vida por Jesucristo, al considerarlo amigo, es un santo (Jn 15, 13).

Mártir es también aquel que recibe su bautismo de sangre. El Catecismo nos enseña que el llamado “bautismo de sangre” incorpora a la Santa Iglesia a aquel catecúmeno que muere por la fe en Cristo, aunque aún no haya recibido el bautismo sacramental (catecismo 1249, 1258, 1259).

Dicho lo anterior, cabe aclarar finalmente que un mártir no es aquel terrorista que es asesinado por los cuerpos y/o fuerzas de seguridad del Estado por amenazar, atacar y/o asesinar a personas con creencias divergentes y/o sus lugares de culto.

Tampoco mártir es quien pierde, de manera auto infligida, la vida con la intención de demostrar una fidelidad a sus creencias, es el caso de aquellos que se inmolan.

Los mártires de la Iglesia están lejos del fanatismo exaltado o de la locura propia de las sectas.

Tampoco mártir es quien, aun siendo santo, muere fortuitamente aunque sea de muerte violenta.

  • Imagen del encabezado: “El Martirio de San Pedro”, Caravaggio.

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