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¿Es compatible la fe con la metempsicosis?

Antes que todo conviene considerar una premisa: cuando aquí se hable de alma, nos estamos refiriendo al alma espiritual, lo que hace que el ser humano sea imagen y semejanza de Dios (Catecismo, 363).

La metempsicosis es una palabra de origen griego que habla de una transmigración de las almas. La metempsicosis es la teoría surgida en el siglo VII A.C., en la India, según la cual el alma experimenta, durante un tiempo indeterminado, una serie sucesiva de reencarnaciones hasta lograr la definitiva liberación o purificación.

En otras palabras la metempsicosis, difundida sobre todo en algunas religiones orientales, es la creencia según la cual se piensa o se cree que después de la muerte del ser humano su alma emigra a otros organismos o a otros humanos con el fin antes mencionado.

Para esas religiones, entre ellas el hinduismo y el budismo, la creencia de la metempsicosis satisface mejor, como medio de purificación, la justicia de Dios sin tener que recurrir al terrible infierno. De hecho, en esta hipótesis se da al alma humana que sale del cuerpo la posibilidad de descontar totalmente la propia pena en vidas sucesivas.

La posibilidad de seguir peregrinando en este mundo en otro organismo después de la muerte del cuerpo es una insensatez mayúscula porque implica desplazar, sustituir o anular el alma espiritual de otro ser humano o, peor aún, forzar, de manera antinatural, la unión del alma espiritual a un animal o vegetal y/o, todavía peor, enviar el alma a un cadáver para darle vida (cosa obviamente más ilógica todavía).

De manera que la reencarnación, por donde se le mire, es una teoría descabellada, primero que todo porque la vida terrenal de cada ser humano es una y solo una (no hay varias vidas terrenales) y segundo por la reencarnación anula la indivisible unicidad de la persona -espíritu, alma y cuerpo- (1 Tes 5, 23).

Teológicamente hablando, la reencarnación es también una teoría descabellada y totalmente inconciliable con la doctrina de Cristo (de la Iglesia) porque, entre otras cosas, niega o limita el poder creador de Dios.

La Iglesia, de hecho, basándose en la Divina Revelación enseña, por un lado, que cada ser humano tiene a disposición una sola vida que tiene que administrar o cuidar en esta existencia, (una sola vida porque cada ser humano es único e irrepetible, y el cuerpo es parte indispensable de la individualidad del propio ser) y, por otro, enseña que hay un destino eterno para el ser humano después de morir (el cielo o el infierno) que se define en esta vida (Pr 12, 14; Rm 2, 5-11).

Como la gestión o la administración de la propia persona no es perfecta (se cometen errores y pecados) la persona bautizada tiene a su disposición, en el sacramento de la confesión o de la penitencia, la posibilidad y la responsabilidad en esta vida de pedir perdón, de purificarse y de reconciliarse con Dios, con los demás y consigo mismo.  

Durante esta vida terrena Dios da a todos los medios para salvarnos. Le toca al ser humano corresponder a la gracia de Dios o rechazarla asumiendo las correspondientes consecuencias terrenales y eternas de sus propios actos.

Es lo que nos enseña Jesús a través de la parábola del rico epulón (Lc 16, 19-31). Como se recordará, inmediatamente después de la muerte, el rico va al infierno y el pobre Lázaro va a gozar del cielo. El evangelio subraya, además, explícitamente que después de la muerte ya no hay nada que hacer para cambiar el destino eterno ni para transitar de un lado al otro.

En la parábola vemos que el rico epulón no pudo pasar del infierno al cielo, aunque lo haya pedido con lágrimas, como tampoco la parábola hace mención, en ningún momento ni bajo ninguna figura, a la posibilidad de renacer a este mundo para descontar, expiar, eliminar o corregir los propios pecados.

Con todo esto se quiere decir que con la muerte el destino eterno del ser humano está ya definido. Recordemos aquí también que Jesús exhorta  a la vigilancia en vida porque el hijo del hombre, con todo lo que implica, vendrá cuando menos lo esperamos (Mt 24, 42).

“La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin ‘el único curso de nuestra vida terrena’, ya no volveremos a otras vidas terrenas. ‘Está establecido que los hombres mueran una sola vez’ (Hb 9, 27). No hay ‘reencarnación’ después de la muerte” (Catecismo, 1013).

Nos lo confirma la Sagrada Escritura. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento: 2 M 7, 9; 2 M 12, 44; Dn 12, 2-3; Sb 3,1-3. Y en el Nuevo Testamento: 1 Co 15; Flp 1, 23. Y Jesús lo confirma cuando, por ejemplo, le dice al ladrón arrepentido crucificado con Él: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 39),

Ahora bien, hay que pensar en las consecuencias morales que se podrían derivar de la teoría de la reencarnación. ¿Si el ser humano tuviera la posibilidad de volver a vivir en otro ser vivo (una animal o una planta) la vida humana tendría sentido? ¿Cómo se va a perfeccionar el ser humano si se le degrada confinando su alma espiritual a una vida animal o vegetal? ¿Qué inteligencia define esto y con qué criterio?

La reencarnación niega varias realidades de la fe cristiana:

1.- La reencarnación niega el dogma del infierno. Porque qué cómodo y fácil sería en esta vida mancharse de todas las iniquidades y los pecados posibles con la excusa o la intención de purificarlos después en otra existencia ajena o en otras existencias ajenas.

Indiferentemente del mal que se haga o del bien que se deje de hacer, indiferentemente de que el ser humano persevere en el mal o en una vida de errores, tarde o temprano se tendría la garantía de una supuesta felicidad, que no es el reino de los cielos.

Es por esto que la reencarnación, al negar el infierno, es incompatible con la verdad de la Divina Revelación. Por tanto a nadie le es lícito o permitido poner en discusión o negar el dogma del infierno aunque sea terrible.

Si la Iglesia ha afirmado la verdad del infierno lo hace porque es fiel al mensaje de Jesucristo. La Iglesia no tiene otra opción que hablar del infierno en plena fidelidad al mandamiento recibido por su fundador, que es Dios mismo (Mt 28, 20).

El infierno hace parte de la enseñanza del Divino Maestro (Mt 25, 41); enseñanza que no tiene menos valor, menos fundamento o menos importancia que otras enseñanzas como el dogma de la Santísima Trinidad, la resurrección, el cielo, el purgatorio, etc.

2.- La reencarnación niega el purgatorio (Catecismo, 1030-1032). El purgatorio comienza en esta realidad terrenal. Los Santos nos hablan de esta posibilidad de purificación en esta vida terrenal. Ninguno ha llegado a la santidad sin purificarse desde hoy a través del sufrimiento, la entrega absoluta a los planes de Dios, la oblación a Dios de la propia vida, algunos, hasta el martirio. Así las cosas, las oportunidades de purificación a través de circunstancias dolorosas o adversas en nuestra vida deben verse no como castigo sino como lo que son: oportunidades de purificación, para disminuir o, si es posible, obviar el Purgatorio. Pero como el ser humano (el bautizado) muy probablemente y en muchísimos casos no consigue en esta tierra efectuar toda la penitencia que necesita hacer para entrar en el Cielo tendrá que completarla en el Purgatorio siempre y cuando muera en estado de gracia.

Sabemos que Dios quiere salvar al ser humano del pecado porque lo ama, aunque tenga que pasar por el purgatorio; algo contrario a la visión reencarnacionista que deja solo al ser humano como único responsable de su ‘salvación’ individual.

3.- La reencarnación, en consecuencia, niega también la necesidad de salvación como obra de Dios, niega la obra de la redención ya que cada uno se salvaría a sí mismo, en un camino de superación individual. 

La fe en Cristo no admite la idea de estar en manos de una ley fría que solo busca una perfección humana sin relación alguna con Dios. Además, la reencarnación banaliza la propia identidad, el cuerpo y la muerte, convirtiendo éstas realidades del ser humano en meras cuestiones accidentales.

4.- La reencarnación niega también la resurrección. La resurrección implica una concepción lineal de la vida, en contra de la visión circular o cíclica de la historia humana que propone la reencarnación como un continuo renacer bajo otras formas.

P. Henry Vargas Holguín.

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