Fe

¿En tu vida sabes cuál es la Voluntad de Dios?

Voluntad de Dios
Escrito por Padre Henry Vargas

No podemos esperar de Dios ni pedirle a Él que descienda del cielo su luz, a manera de visión, para que nos diga exactamente qué hacer o cómo hacer lo que nos atañe en la vida de cada día. Tenemos que tomar nuestras propias decisiones; pero, eso sí, es necesario solucionar los problemas pensando en la voluntad de Dios.

Jesús nos ha enseñado una linda oración, la oración del Padrenuestro; oración con la cual Él nos dice también cuáles son las intenciones que debemos tener presentes en la oración, o las prioridades a tener en cuenta a la hora de orar.

Y dentro de esta oración, Jesús nos pide que nos interesemos por la concreción de la voluntad de Dios. Cuando le decimos a Dios en el Padrenuestro “Hágase, Señor, tu voluntad en la tierra como en el cielo”, en el fondo le estamos diciendo a Dios que tenemos la disponibilidad para concretar su voluntad y que la queremos llevar a cabo, pero que necesitamos de su ayuda. Cuando se ora diciendo a Dios que se haga su voluntad no se le está pidiendo que imponga a la fuerza su santa voluntad, porque Él no lo va a hacer.

Pero para hacer la voluntad de Dios se necesita, ante todo, conocerla. Y Dios no oculta su voluntad, Él quiere revelarla.

Es, pues, importante conocer la voluntad de Dios. ¿Y cuál es? Dios mismo nos da pistas. Ante todo su voluntad es salvífica; Dios quiere que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2, 4).

Y Jesús lo sabe, y por esto con amor se encarna: “Es la Voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 6, 40). Jesús ve cómo la obediencia a los designios trinitarios da vida, a manera de alimento. Él dice: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Y Jesús no renuncia a la Voluntad Divina de salvar a la humanidad aun a costa del dolor y el sacrificio que Él asume libremente (Jn 12, 27).

Y la voluntad salvífica de Dios es una motivación para conocerlo y creer en Él; y conocer a Dios implica conocer y respetar los mandamientos de la ley de Dios, seguir libremente a su hijo muy amado, Jesucristo (Mc 8, 34), pero como Él quiere, escuchar sus enseñanzas (“Aprendan de mí que mi yugo es suave, porque soy humilde de corazón” – Mt 11, 29-), aceptar su Iglesia (con todo lo que implica) y concretar su reino. Bien lo dijo Jesús: “Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).

El conocer a Dios, en Jesús, nos ayuda a conocer su voluntad; pero esto no basta, hay que hacer algo más: desear hacer la voluntad de Dios, no la propia, así como Jesús no hizo la propia voluntad (Mt 26, 39).

Y desear llevar a cabo la voluntad de Dios implica un cambio de vida, cambio que empieza por arrepentirnos de nuestros pecados y confiar en Jesús.

En la parábola de los dos hijos, Jesús reprende a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos por no haber hecho la voluntad del Padre: “No se arrepintieron ni creyeron” (Mt 21, 32). 

Y dice San Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm 12, 2). El bautizado, el cristiano, se deja transformar por el Espíritu de Dios y, cuando pasa esto, entonces se puede conocer la perfecta voluntad de Dios; y, en consecuencia, el cristiano se negará a conformarse al mundo y a su mentalidad.

Si no hacemos esto, entonces aún no hemos aceptado la voluntad de Dios ni vamos a hacer lo que Él nos pide, las obras, obras de amor (Jn 13, 34). Debemos hacer buenas obras (1 Pe 2, 15) porque la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts 4, 3).

Además, el concretar las enseñanzas de Dios nos hace parte de su familia, de la familia de Jesús: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mc 3, 35).

También es parte de la voluntad de Dios el ser agradecidos con Él, pues así reconocemos su Divina Providencia, su amor. Debemos “dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios” (1 Ts 5, 18). El reconocer lo que Dios nos da nos permite ver que todo lo que somos y tenemos es obra suya, y, en virtud de justicia, queremos darle gloria poniendo a su servicio lo que Él nos da y así merecer alcanzar nuevos beneficios.

Ahora bien, a partir de la voluntad general de Dios, se debe gestionar la vida personal. Dios no interviene en cosas tan elementales de nuestra vida cotidiana; Dios no está para elegir por nosotros lo que nos toca hacer a cada uno de nosotros en cada momento. Jesús no nos exige, por ejemplo, el lugar de trabajo indicado, qué casa o apartamento comprar, qué título académico obtener y dónde obtenerlo, qué marca o tipo de vehículo debemos comprar, si realmente lo necesitamos, qué ruta de viaje realizar, qué estado de vida asumir, etc. No podemos esperar de Dios ni pedirle a Él que descienda del cielo su luz, a manera de visión, para que nos diga exactamente qué hacer o cómo hacer lo que nos atañe en la vida de cada día.

Tenemos que tomar nuestras propias decisiones; y si nos equivocamos, pues, ante todo, nos confesamos, hacemos los respectivos correctivos y aprendemos la lección. Pero cuantos menos errores cometamos mejor, pues esta vida no admite ensayos; pero, eso sí, es necesario solucionar los problemas pensando en la voluntad de Dios.

Pretender o creer que Dios se quiera bajar a pensar o a decidir por nosotros en todos los detalles de la vida, sería como considerar que Dios nos deba manejar o nos quiera manipular a su antojo.

Es que Dios –y esta es otra expresión de su voluntad– nos quiere libres para hacer sólo el bien, salvarnos y salvar a los demás a partir del ejercicio del libre albedrío. Dios nos permite tomar nuestras propias decisiones y, si pensamos en Él, Él tiene maneras de prevenir decisiones equivocadas (Hch 16, 6-7).

Todo lo que hagamos en la cotidianidad de la vida debe responder a la voluntad divina: concretar su reino tanto para sí como para los demás.

En la vida cristiana no hay reglas, no hay instrucciones o un manual a seguir para conocer y concretar la voluntad de Dios en nuestras decisiones de cada momento. La sabiduría de Dios, su gracia, el sentido común como creyentes nos darán las herramientas necesarias para que nuestras decisiones sean las correctas, de cara a la salvación, aunque a veces fracasemos. Dios permite este fracaso para, principalmente, ejercitar nuestra fe, para corregirnos y madurar.

Es voluntad de Dios que elijamos lo mejor pensando en la salvación; y en vista de esta salvación debemos tener en cuenta la conveniencia o no de tal o cual acción. San Pablo nos dice: “Todo me es lícito (valido) más no todo me conviene” (1 Cor 10, 23). Hay muchas cosas legales o lícitas o aplaudidas según una lógica humana, pero no por eso son moralmente buenas; si algo no nos conviene para la salvación lo mejor es no hacerlo. La legalidad no es sinónimo de moralidad.

Jesús lo que pide es que seamos perfectos y/o que seamos santos (Mt 5, 48; 1 Ts 4, 3). El cómo lo decidimos nosotros con la capacidad de discernimiento, siguiendo la inspiración del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo. La voluntad de Dios es que seamos real y verdaderamente felices.

Y el cumplimiento de la Voluntad de Dios es para todo ser humano, crea o no en Él. Para quien no cree en Dios o no conoce a Jesucristo se llega al conocimiento de la voluntad de Dios, entre otras cosas, a través de la voz de la conciencia.

El no cumplimiento de la voluntad divina, que es igual para todos, implica un ‘castigo’ (sabiendo entender este término) o, mejor aún, implica una consecuencia que cada quien asumirá y aceptará con resignación. Recordemos el evangelio de San Lucas: “Y aquel siervo que sabía la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que no la sabia, e hizo cosas que merecían castigo, será azotado poco” (Lc 12, 47-48). Es, incluso, voluntad de Dios el dejarnos ir de Él si ésta es nuestra decisión (Lc 15, 11-32). Él no nos va a amarrar a sí mismo. Eso sí, si lo abandonamos y nos damos cuenta que lejos de Él se pasa mal y decidimos volver a Él, Él está siempre dispuesto a acogernos de nuevo entre sus brazos en su casa si lo buscamos.

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