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El proyecto moral y religioso de la izquierda de Petro

Mucho se ha comentado en esta segunda vuelta presidencial sobre el uso de símbolos religiosos por parte de la campaña de Gustavo Petro. Primero con un visible crucifijo colgando de su muñeca, que comenzó a utilizar con los debates televisados, luego en el cierre de campaña de la primera vuelta, cuando se identificó con un nuevo “Moisés”, que llevaría al pueblo a partir las aguas en dos, y ahora en el cierre de su campaña para la segunda vuelta, recurriendo a los 10 Mandamientos dados por Dios al pueblo judío, reemplazándolos por “12 Mandamientos” que tendría el Gobierno de Gustavo Petro de ganar las elecciones presidenciales.

 

 

Más allá del elemento de mercadeo que pueda existir detrás de esta estrategia política, este hecho registra muy bien cómo la izquierda contemporánea, tan hostil a la religión y enemiga jurada de la moral católica, ha logrado monopolizar el tema religioso en la vida política: lo invoca sin temor para sacar adelante sus proyectos que más resistencia tienen en la opinión pública (agenda sexual, Lgtbi, aborto, eutanasia) y es efectivo para aniquilar contendores políticos (Ordóñez, movimiento provida), utilizando un discurso de renovación moral, de evolución social, que logra conectar con las nuevas generaciones.

En cambio, la derecha tiene que pedir perdón por las creencias o convicciones morales que pueda tener, asegurar que sus propuestas políticas están depuradas de ese tipo de elementos, limitando sus posibilidades discursivas a planteamientos técnicos y fríos, que apuntan a demostrar que sus propuestas son las más responsables y serias, pero que difícilmente logran conectar con el corazón de la gente.

Sólo el hecho de imaginar la reacción que habría tenido la izquierda y, en general, la opinión pública, si la estrategia electoral hubiera sido al revés, con un Duque y compañía usando símbolos religiosos en su campaña, diciendo, por ejemplo, que su gobierno cumpliría los 10 Mandamientos de la ley de Dios y los mandaría a poner en la Casa de Nariño, nos ayuda a evidenciar cómo hoy sólo es políticamente correcto la mofa de los elementos de la religión cristiana, más no su defensa o legitimación.

En el video del acto de Petro se observa cómo Mockus hace el papel de un sacerdote, tomando juramento laico al candidato Petro, usando una falsa estola sacerdotal con las palabras “Podemos ir en paz”, sacadas de la liturgia católica.

Pero el elemento religioso no es sólo un elemento estratégico de marketing político y de dialéctica mediática, es un verdadero proyecto ideológico. Como lo reconocía hace unos años la fórmula presidencial de Petro, Ángela María Robledo, en un programa del Canal Institucional: “como diría Antanas Mockus, es una [tarea de] deconstrucción cultural, porque durante décadas tuvimos una ética religiosa, pero es el tiempo de la ética laica”.

Claramente el proyecto de la izquierda es un proyecto moral, y desde ese punto de vista puede reclamar el terreno de la superioridad moral en un campo en el que no pueden tener adversarios, porque cuando aparecen planteando una visión moral distinta, son fácilmente descalificados. En ese sentido, se cumplen las palabras dichas hace algún tiempo por un exmagistrado de la Corte Suprema de Australia, Dyson Heydon, cuando señaló que el “anticatolicismo” es hoy el “racismo de los intelectuales”.

Como explica el profesor de la Universidad de Texas, J. Budziszewski, en el “Nuevo Estado Confesional” al tiempo que se pretende que ningún sistema de creencias o forma de vida tenga privilegios, el estado tácitamente favorece lo que se podría llamar un “ateísmo práctico”, que penaliza los puntos de vista diferentes o contrarios. Por supuesto que no se exige a los ciudadanos que sean ateos, sólo que actúen como tales.

El asunto se aclara aún más cuando escuchamos testimonios de excomunistas, como el periodista español Federico Jiménez Losantos, quien en su libro “Memoria del Comunismo” explica el odio anticristiano como algo inherente a esa ideología. Jiménez Losantos, quien se define como “no creyente”, cuenta cómo a facciones políticas tan diversas como el comunismo (proletariado) y la masonería (burguesía) les une en sus programas políticos “el odio asesino contra los católicos y el catolicismo”. Para el periodista el comunismo es una “teología de sustitución“, una religión satánica porque sustituye la fe y la “Voluntad de Creer” por una pura “Voluntad de Poder”, la cual puede convertir el Bien en mal y la Verdad en mentira. Al respecto cita a Lenin cuando decía que el comunismo era una empresa malvada que alguna vez traería “bien al mundo”.

 

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