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¿Cómo influyó el modernismo en la Iglesia?

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¿Cómo influyó el modernismo en la Iglesia?
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El modernismo ha sido un movimiento o corriente de pensamiento de ruptura con las reglas y con lo tradicional. Fue un movimiento que se vio hacia finales del siglo XIX y principios del XX, tanto en cuestiones sociales y políticas como en las religiosas; ruptura que se expresó primero en las artes, en la literatura, en la arquitectura, etc..

En el ámbito católico el modernismo tuvo su origen en una necesidad que la Iglesia vio de adecuar la cultura católica a los métodos de investigación de la ciencia moderna en constante evolución, con el fin de tener, científicamente hablando, un lenguaje común.

El Papa León XIII aprobó y acogió la legitimidad de esta necesidad en las encíclicas “Providentissimus” en relación con los estudios bíblicos,  en la encíclica “Rerum Novarum” en referencia a las cuestiones sociales, y en la encíclica “Aeterni  Patris” en relación con las cuestiones filosóficas.

En estos documentos el Papa dirigía a los científicos católicos por los caminos de la renovación cultural y social, indicando, al mismo tiempo, las directrices que se debían respetar.

Desgraciadamente algunos estudiosos católicos, llamados más tarde ‘modernistas’, se metieron por un camino equivocado. En lugar de tomar de los sistemas y de los métodos de investigación modernos cuanto tenían de bueno se apropiaron principalmente de tres de sus principios filosóficos: el agnosticismo, el principio de la inmanencia y el principio positivista.

1.- El Agnosticismo. El agnosticismo afirma que no existe camino alguno intelectual que conduzca al hombre hacia Dios; es decir, Dios no puede ser conocido racionalmente.

La Iglesia y los sacramentos no se han de creer como instituidos por Cristo. En Cristo no se ve a Dios sino a un hombre, cuya conciencia religiosa se formó poco a poco. La Biblia se considera como una obra netamente humana.

El agnosticismo llevó a un agnosticismo histórico y científico que no consideraba la experiencia religiosa como fundada en Jesucristo (o, que es lo mismo, basada en el rito y en el dogma), ni justificada por un conocimiento filosófico o metafísico, sino basada en la pura subjetividad.

2.- El inmanentismo admite como único camino de llegar a Dios la vía de los afectos, experiencias místicas y sentimientos. El principio de inmanencia enseña que la verdad está en el ser humano mismo, no fuera de él.

3.- El positivismo concede valor científico sólo a los hechos experimentalmente constatables.

La apropiación de los anteriores tres principios implicó un cambio de la noción misma de verdad, de revelación y de religión. Se desplazó la verdad cristiana para dar paso o protagonismo a la cultura humana y a la experiencia subjetiva.

Con los anteriores principios, junto a otros, se destruían las verdades fundamentales del cristianismo pues, por ejemplo, si la verdad del ser humano está en el ser humano mismo ya no tiene sentido hablar de un Dios trascendente; como tampoco ya no tendría sentido seguir hablando de una religión revelada por Dios mismo a través de Jesucristo su Hijo.

El Modernismo teológico también se puede ver como el intento de acomodar el mensaje cristiano a las exigencias del pensamiento y de la ciencia de los tiempos modernos para ser aceptado. De esta manera los modernistas pensaron y creyeron salvar el cristianismo mediante una reinterpretación de sí mismo a la luz de los principios, antes mencionados.

El error, pues, del modernismo fue tratar de explicar la fe cristiana, despojandola de todo contenido sobrenatural, con el fin de hacerla más aceptable a la mentalidad moderna.

D esta manera el cristianismo perdía todo carácter sobrenatural para adquirir un estatus o rango de religión inventada por los hombres y sujeta a evolucionar o a transformarse dependiendo de la transformación de los sentimientos y de las necesidades humanas.

En los escritos de los modernitas, los conceptos de Dios, de inmortalidad, de fe, de milagro, de dogma, de sacramento, aun llamándolos de la misma manera, asumían un significado del todo contrario de lo que decía la Iglesia.

La tendencia modernista fue un intento que buscaba sustituir los fundamentos doctrinales sobre los que estaba edificada la Iglesia por voluntad de Jesucristo; el modernismo tenía un afán de desplazar la revelación como fundamento de la fe cristiana y colocar en su lugar los criterios del racionalismo así como de la ciencia positivista.

El modernismo subordina la fe a lo que los modernistas llamarón ‘formulaciones de los tiempos modernos’, que por ser contradictorias a la fe acaban modificando el depósito de la fe.

La herejía modernista buscaba reinterpretar la historia bíblica, la filosofía, la liturgia y la teología, a través del moderno prisma de la filosofía posilustrada y de la ciencia racional. Por consiguiente, el modernismo intentó lo ilógico: reinterpretar el catolicismo con un sistema moderno que le era contrario. 

Pero al aceptar los modernistas los postulados del racionalismo, que descarta lo sobrenatural, el Papa San Pío X se vio obligado a intervenir y lo hizo principalmente mediante dos documentos: el decreto “Lamentabili” y la encíclica “Pascendi”, ambos documentos redactados en el año 1907.

La Iglesia, pues, emprendió, bajo el liderazgo del Papa San Pío X, una campaña para combatir el modernismo.

El modernismo fue condenado tan categóricamente que el mismo Papa Pío X lo definió como “el conjunto de todas las herejías” (Carta encíclica Pascendi, 38).

Cabe aclarar que los modernistas militaban dentro de la Iglesia; y los teologos modernistas no pretendian abandonar la Iglesia, sino reformarla desde dentro. Y ellos, al ser puestos en evidencia por el Papa, tuvieron que salir del equívoco: unos lo hicieron aceptando las directrices del Papa, otros lo hiceron abandonando la Iglesia para pasar a militar abiertamente dentro del racionalismo.

La posición del Papa San Pío X fue contundente: la fe de la Iglesia no tiene la necesidad ni el deber de adaptarse al  mundo, es justo lo contrario; toda la realidad terrenal se debe adaptar al mensaje de Jesús, al mensaje de quien, al llegar la plenitud de los tiempos, había llegado al mundo para revelar al Dios vivo y verdadero.

Partiendo de este principio básico que salvaguardaba el depósito entregado por Jesucristo a la Iglesia, San Pío X denunció las intenciones de los modernistas mediante el decreto “Lamentabili”, y expuso de un modo organizado la doctrina del modernismo condenándola con su encíclica Pascendi.

El Papa Pío X con la encíclica “Pascendi” cuestionó duramente el movimiento modernista declarándolo incompatible con la fe. San Pío X lo definió en la encíclica “Pascendi” como un sistema filosófico-dogmático que deformaba la esencia del cristianismo.

Las características del modernismo, según Pío X, son básicamente cuatro.

La primera característica es el rechazo del bien (moral),  de la verdad (doctrina). Se promueve la moral relativista. Los modernistas proclaman que la doctrina debe ser siempre “social” y/o “pastoral”, sin que tenga que ver con el mensaje de Dios y de la Iglesia.

La segunda característica es el secularismo y la fraternidad universal. Con la negación modernista de lo sobrenatural, lo secular y lo político se convierten en prioridad. Los conceptos de bienaventuranza y salvación son reinterpretados como objetivos seculares o políticos.

La tercera característica es el análisis crítico y racional con el que se debe relacionar con la Sagrada Escritura. Los modernistas decían que la Sagrada Escritura estaba llena de solos mitos, o que la Biblia es sólo una colección de leyendas con algún mensaje filantrópico.

La cuarta característica es el principio metodológico que rige al modernismo: la teoría de la evolución, donde todo cambia. Y si todo cambia, pues cambia la fe, la moral, el dogma, el culto, la Iglesia. Nada es permanente, inmutable, eterno.

La encíclica “Pascendi” condenando las bases filosóficas del modernismo no pretendía, sin embargo, renegar o poner en duda la legitimidad de una obra de renovación en el seno de la ciencia católica, sino solo de recolocarla sobre el binario correcto de la fe y la razón evitando llegar a los extremos de la herejía y del racionalismo. De hecho, después de la encíclica, los trabajos de la Iglesia continuaron obteniendo los efectos deseados.

De esta manera se obtuvieron, por ejemplo, los grandes diccionarios de las ciencias teológicas (en la mayoría franceses), apreciadas investigaciones en el sector de los estudios históricos, las apologías del cristianismo en las cuales el rigor científico se acoplaba perfectamente con la pureza de la doctrina, etc..

La controversia modernista ha servido para aclarar y resaltar la ciencia católica. Esto ha llevado a los doctos católicos a estudiar y a descubrir en la cultura aquella armonía entre ciencia y fe, las cuales, procedentes de la misma fuente, no pueden no ir de acuerdo.

No puede aceptarse que el contenido de la revelación quede subordinado a los principios de la Ciencia. Revelación y Ciencia no se excluyen, ni se oponen, más bien se complementan.

P. Henry Vargas Holguín.

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