Fe

¿El mal niega a Dios o niega su acción Todopoderosa?

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Escrito por Padre Henry Vargas

“El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta… No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo, 309).

¿Por qué, a pesar de la existencia de Dios (que es omnipotente, perfectamente justo e infinitamente amor puro), existe el mal y sus consecuencias? ¿La gente que no cree en Dios puede tener en la existencia del mal una justificante para afianzarse en su ateísmo o en su indiferencia para con Dios?

Es que al plantearse el problema del mal y no encontrar una respuesta convincente, el ser humano opta fácilmente por negar a Dios. Es muy común oír frases como: “Si hay tanto mal y dolor en el mundo es porque Dios no existe”. O “Si Dios existiera no habría maldad en el mundo”.

Pero negar a Dios no resuelve la cuestión, el mal seguirá existiendo; es más, la persona atea, negando a Dios, renuncia de la manera correcta a profundizar en el tema y así descubrir la raíz del mal, sus causas y sus soluciones.

Al negar a Dios, sumo y perfecto bien para el ser humano, el mal ya ha hecho, en parte, lo suyo en la persona; el mal logra apartar a la persona de Dios aunque ella no se de cuenta ni se convierta en un ser maléfico.

Antes que todo conviene aclarar que hay dos grandes tipos de mal: el mal físico y el mal moral. El mal físico es lo que acontece en la creación entera, en la naturaleza; el mal en el que el ser humano nunca ha tenido algo que ver ni tendrá que ver: Aquí podemos mencionar las diversas tragedias o catástrofes de origen natural generando dolor, sufrimiento y un sinnúmero de problemas.

El magisterio de la Iglesia nos aclara el asunto: “Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (Catecismo, 310).

Pero en este presente artículo me quiero referir y/o centrar más en el mal moral: El mal que acompaña al ser humano a lo largo de toda su historia en cuanto que es un ser pecador. En cuanto al mal moral, hay que decir, por obvias razones, que este mal es “incomparablemente más grave que el mal físico” (Catecismo, 311).

El mal moral tiene como raíz la ruptura o destrucción de la justicia original con la cual y dentro de la cuál Dios creó al ser humano. Desde ese entonces el ser humano entró a estar subyugado o sometido por una triple concupiscencia: “los placeres de los sentidos, la apetencia de los bienes terrenos, y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón” (Catecismo, 377). ¿Y qué es la concupiscencia? Es la inclinación al pecado y al mal (Catecismo, 405). Es decir, manipulados con esa triple concupiscencia se genera el mal en sus variadas expresiones.

Este mal moral se puede dividir en dos tipos: el mal ontológico con el que todo ser humano que llega a este mundo se tiene que enfrentar. Dentro de este mal ontológico podemos incluir la naturaleza decadente del ser humano, las enfermedades y el fenómeno de la muerte. “Con el pecado llegó la muerte al mundo” (Rm 5, 12).

Y en segundo lugar, existe el mal circunstancial que rodea o acompaña a cada persona, en su ser individual, durante su vida terrenal; mal que afecta a cada persona directa o indirectamente, ya sea por culpa personal o ajena.

Estos dos tipos de mal son consecuencia del pecado original como constatamos en el libro del génesis (Gn 3, 16-19. 23-24). 

Estos dos tipos de mal moral, tanto en la historia humana y en la historia personal, comienzan y se mantienen al negar a Dios, no tanto en cuanto se niegue su existencia sino en cuanto se le ignore, se le desobedezca, no se le acepte, se le suplante o no se le busque.

Aquí propongo una historieta: Un hombre fue a la peluquería o barbería del pueblo a hacerse cortar el cabello y afeitarse la barba. Y durante la sesión el hombre discute con el peluquero el tema de la existencia de Dios. El cliente defendía la existencia de Dios mientras que el peluquero sustentaba la tesis de que Dios no existía. El peluquero le decía al cliente: “Estoy seguro que Dios no existe. Si Dios existiera no habría sufrimiento; un sufrimiento causado por la violencia, por el hambre, las injusticias, la corrupción, etc. Todo esto me obliga a pensar que no exista Dios”. El cliente, sin lograr convencer al peluquero, sale del establecimiento. Pero al cabo de unos pocos minutos el cliente regresa y le dice al peluquero: “Los peluqueros no existen”. El peluquero, muy extrañado, le pregunta al cliente: “¿Pero qué tontería está diciendo? ¿Cómo dice que los peluqueros no existen? ¿Y yo qué soy entonces?” El cliente le responde: “No. No existen los peluqueros. Si existieran no habrían hombres allá afuera en la calle con el pelo largo, con la barba larga y gente mal peinada”. El peluquero le dice al cliente: “Si hay gente así es porque ellos no vienen a mí, no me buscan, no me necesitan”. El cliente le dice al peluquero: “¿Ve? Este es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria tanto para sí mismas como para las demás”.

Si hay mal y tanto mal en el mundo y en cada persona es porque no se busca a Dios, no hay ninguna relación con Él. Se vive como si Él no existiera, se vive en desobediencia.

Y la desobediencia a Dios se ve reflejada no solamente en el irrespeto por la ley de Dios (sus mandamientos) y el irrespeto del magisterio y preceptos de la Iglesia, sino también en la desobediencia, irrespeto y/o violación de las leyes que Dios ha instaurado en la naturaleza de la creación y en la naturaleza del ser humano.

El mal está aquí, se crea en Dios o no. Los ateos, normalmente hacen el bien y son personas buenas (y aquí hay vestigios de una implícita obediencia a Dios), pero también hay ateos que hacen el mal, sea o no de manera habitual.

Y también hay creyentes en Dios que, en obediencia a Él, solamente han hecho y hacen el bien, como la única y mejor expresión de fe; pero también los hay que en desobediencia a Dios hacen más mal que bien, o son creyentes que hacen el bien y el mal en igual proporción, aunque el mal lo hagan bien y el bien lo hagan mal.

Recordemos que el mal entró en el mundo tras la primera desobediencia a Dios por parte de nuestros primeros padres por ‘obedecer’ al maligno, a Satanás, quien quiere destruir la verdadera relación del ser humano con Dios; Satanás quiere ver al ser humano sufrir y por esto lo insta a pecar. Es que la desobediencia a Dios implica un sufrimiento. Sí. Un sufrimiento porque en el cumplimiento de su voluntad está lo que nos conviene, está la felicidad del cielo anticipada aquí en la tierra; pero esto implica fidelidad a Dios, y esto implica esfuerzo, lucha y trabajo.

La persona que comete un pecado, ya sea de pensamiento, palabra, obra y omisión, se inflige un daño a sí misma, se causa un mal y se procura un sufrimiento, todo esto en proporción directa con la gravedad del pecado. Pero su acción, lo quiera o no, tiene además consecuencias negativas, a veces muy graves, en otras personas.

Ahora bien, “Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral” (Catecismo, 311). Él nos crea con inteligencia, voluntad y libre albedrío, para que respondamos libremente a su amor con el nuestro. La respuesta de nuestros primeros padres fue de desobediencia y orgullo, no de amor. Y con el primer pecado entró en el mundo el mal moral.

Entonces el mal moral Dios simplemente “lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien” (Catecismo, 311). Jesús soportó el mal asumiéndolo con amor y por amor a cada persona, sacando un bien de un mal. Consideremos cómo Jesucristo, verdadero Dios hecho persona, obedeciendo a la voluntad del Padre se ha entregado con toda libertad y por amor al sufrimiento y a la muerte por el bien de nosotros.

Hay una frase muy popular que dice: “No hay mal que por bien no venga”. O como dice San Pablo: “Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). Ahora bien, si de un mal no se saca un bien el mal tiene un efecto mayor, ocasiona un daño total.

 “Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien” (Catecismo, 312). De manera pues que el mal sigue siendo un mal. Y Dios nunca quiso ni quiere el mal; Él no acepta que el mal reine con la supuesta excusa de que de él se pueda obtener algún bien porque el mal genera siempre un mal.

Jesucristo no se encarnó para eliminar el mal sino para ayudarnos a salir de él; Jesucristo no ha venido a suprimir el dolor ni el sufrimiento, ni siquiera a explicarlos. Ha venido a llenarlo de su presencia.

P. Henry Vargas Holguín.

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