Espiritual Fe

¿El Dios Único y Verdadero se ha revelado en todas las religiones?

La zarza ardiente
Escrito por Padre Henry Vargas

La relación del ser humano con Dios será sensata y correcta, por tanto, no cuando uno se invente una religión o se elige la religión que a uno más le guste o que le satisfaga más o que sea menos exigente, sino más bien en acertar con la verdadera, que sólo puede ser una.

¿Se podría decir que Dios se ha revelado de alguna manera a todos los pueblos por medio de profetas como Confucio, Mahoma, Zoroastro, Lao-Tse, Mahavira, entre otros?

Es claro que en ningún momento de la historia Dios haya dejado de relacionarse con todo ser humano, puesto que Él acepta a quienes le obedecen y le temen de todo pueblo, sea de la nación que sea (Hch 10, 35). Parece por tanto que hay algo de divino en todas las religiones.

La existencia de tantas religiones se debe a los múltiples esfuerzos por alcanzar a Dios por medios meramente humanos. Pero como el ser humano por su condición de creatura no puede, con su propio esfuerzo, llegar a Dios, alcanzarlo, o salvarse a sí mismo, Dios decide, en su divino hijo, encarnarse en la historia humana; la encarnación de Jesús es la mano de Dios tendida al ser humano.

He aquí el por qué de la encarnación del hijo de Dios; de manera que la Divina Revelación en el cristianismo viene de Dios en un sentido en el que ninguna otra religión pueda ufanarse de decir lo mismo.

Según el Nuevo Testamento Jesucristo no es un mediador más de la revelación de Dios, es el Mediador único y absoluto porque es el hijo de Dios (Mt 3, 17), la Palabra del Padre (Mc 9, 7), el Hijo de Dios hecho hombre (1 Tm 2, 5) que irrumpe en la historia humana para traer la salvación (Hb 1, 1-4). En Él se ha revelado y se ha concretado, definitiva e irrevocablemente, la voluntad salvífica y universal de Dios.

“Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo… se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).

“A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha revelado” (Jn 1, 18); “porque en Él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9-10)”.

Dominus Iesus, 5

La Iglesia tiene la misión de proclamar la buena nueva (el Evangelio), como plenitud de la verdad

“En esta Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo”.

Redemptoris missio, 5

Sólo la revelación de Jesucristo, por lo tanto, “introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca” (Fides et ratio, 14).

Negar, desconocer o menospreciar el hecho de que Dios se haya dado a conocer o que se haya revelado en Jesús, el Cristo, equivaldría a decir que todas las religiones sean iguales y en consecuencia que el misterio de la encarnación haya sido innecesario; lo cual es una insensatez.

¿Si a los ojos de Dios toda religión diera igual o tuviera la misma importancia qué sentido o necesidad tendría haber tomado Él la decisión, en su infinita y perfecta sabiduría, de encarnarse en su divino hijo?

Jesús mismo es Dios en la tierra, así Él se confesó en diferentes ocasiones; la ocasión más solemne fue ante el sanedrín momentos previos a su pasión (Mc 14, 61-62). Y para confirmar que era verdad lo que decía, Jesucristo hizo varios milagros, principalmente el milagro de su propia resurrección.

Es que si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, una sola Divina Revelación y una sola religión auténtica.

La relación del ser humano con Dios será sensata y correcta, por tanto, no cuando uno se invente una religión o se elige la religión que a uno más le guste o que le satisfaga más o que sea menos exigente, sino más bien en acertar con la verdadera, que sólo puede ser una.

Y aunque todo conocimiento religioso o experiencia religiosa proceda de alguna manera de Dios, pues nunca ha habido un tiempo en el que Dios no se haya acercado al corazón de todos los seres humanos de todos los tiempos –el ser humano es capaz de Dios (catecismo, 27)–, es necesario decir que la Revelación, propiamente dicha, es sólo una, igual para todos y es siempre concreta. Es que, propiamente hablando, la Revelación es un don universal, no local, no parcial, no ambigua.

“Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo”.

Catecismo, 50

La Divina Revelación en Jesús es la principal, directa y única; por tanto, cuando se habla de lo que Dios haya de alguna manera inspirado en las religiones pre o post cristianas, no debe hablarse de complementariedad con respecto a la Revelación Judeo-cristiana. Es decir, la Divina Revelación no es la convergencia o la suma  de lo que haya de la Divinidad en las diversas tradiciones religiosas.

Entre la Revelación judeo-cristiana y los otros hechos que pudieran ser considerados como nexos con la Divinidad existe un desnivel. Es en este sentido que podemos decir que la Revelación judeo-cristiana purifica, completa o perfecciona, trasciende y finaliza las inspiraciones de las demás concepciones religiosas.

Dicho de otra manera, la Divina Revelación (consignada tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento –especialmente en el Evangelio–) no necesita de las inspiraciones de la divinidad o destellos de la misma que hay en las otras concepciones religiosas para su plenitud formal como Palabra Divina.

La especificidad e irrepetibilidad de la Divina Revelación en Jesucristo se funda en que sólo en su persona tiene lugar la autocomunicación del Dios uno y trino. De ahí por tanto que, en sentido estricto, no se puede hablar de Revelación de Dios más que cuando Dios se da a Sí mismo.

“La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”.

Dei Verbum, 9

Fotografía del encabezado: buenanueva.es


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