Fe

¿Cuáles son las obras de la ley?

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Escrito por Padre Henry Vargas

“Ya que nadie será justificado ante Él (ante Dios) por las obras de la ley” (Rm 3, 20a). “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la Ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley, pues por las obras de la Ley nadie será justificado” (Ga 2, 15-16).

El apóstol San Pablo en la primera cita, escribiéndoles a los romanos, menciona por vez primera, en su texto original, el término “obras de la torah”. ¿A qué se refiere San Pablo con las “obras de la  Torah”? Se refiere a la ley Mosaica. La traducción de los Setenta del término hebreo “Torah” es “nomos” que significa ley, por esto comúnmente se habla de las “obras de la ley”.

Para San Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Torah (los cinco libros de Moisés) significaba en su totalidad La Ley. La interpretación de la ley de los fariseos, la que San Pablo había hecho suya antes de conocer a Jesucristo, implicaba el respeto y la vivencia de un conjunto de observancias, las obras, que iban desde el núcleo ético hasta las cuestiones rituales (elementos ceremoniales) que determinaban sustancialmente la identidad del judío justo.

Eran observancias que expresaban una identidad social, cultural y religiosa, las observancias que aparecen en los constantes choques entre Jesús y los judíos. Aquí recordemos concretamente asuntos como, por ejemplo, la pureza ritual, los alimentos puros, la circuncisión, las reglas sobre la observancia del sábado, etc.

En el ámbito judío, para que una persona fuera justificada, se necesitaba cumplir a la perfección con todos los preceptos, hacer lo que mandaba la ley judía; la justificación era un tema de legalismo.

Y aquí entra San Pablo. San Pablo, en las dos citas anteriores, toca el tema de la justificación. ¿Pero qué es la justificación? La justificación está relacionada con lo que nos hace justos, fruto de la justicia. ¿Qué nos hace justos? ¿Cómo el hombre llega a ser justo a los ojos de Dios?

El legalismo no es considerado por San Pablo como medio de justificación; San Pablo no está de acuerdo con “las obras de la ley”. Él le da la importancia a la fe en Jesús para ser justificados por Él o para dejarnos justificar por Él. Para San Pablo hay una clara oposición entre los dos itinerarios hacia la justicia: uno construido sobre las obras de la Ley, el otro fundado sobre la gracia de la fe en Cristo.

Para San Pablo la justificación parte de la gracia recibida por la redención de Cristo, y esta se ofrece a toda persona que la acoge con fe. Jesucristo ganó nuestra justificación, en la que hay que creer o tener fe, con los méritos de su pasión. Nuestros esfuerzos, nuestras obras hechas sacrificios, nunca serían suficientes para justificarnos. Es importante renacer en Jesucristo “pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo la gracia con que se hacen justos” (Trento Sesión VI, cap III).  El Concilio de Trento dice, además, que no hay nada anterior a la justificación, incluyendo las obras (de cualquier tipo), que merezca la justificación: “Nada de lo que precede a la justificación, ya sea fe u obras, merece la gracia de la justificación. Porque si es por la gracia no lo es por las obras. Además como dice el Apóstol, la gracia ya no es más gracia” (Trento, sesión VI, cap 8, citando a Rm 11, 6). “Dios por cierto no abandona a los que una vez llegaron a justificarse con su gracia…” (Trento, sesión VI, cap XI).

San Pablo a los cristianos de Roma les reafirma que “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm 3, 23-24). Y añade: “Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley” (Rm 3, 28). “La venida de Cristo marca el fin de la ley para, con eso, ofrecer la justificación a todos los que creen” (Rm 10, 4).

Ahora bien, hay que distinguir la justificación de la salvación. Los protestantes confunden y/o mezclan la justificación con la salvación. La justificación indica la condición del que es justo; es decir, el paso de la condición de pecadores a la condición de justos o redimidos, es el paso de la situación de pecado a la justicia. El justificado renace a una vida nueva y adquiere la condición de hijo de Dios, es por esto que se puede hablar de regeneración: Jn 3, 3.5; 1 Pe 1, 23. Esta situación de justificados se da gratuitamente por la generosidad de Dios que tiene en cuenta el valor infinito del sacrificio redentor de Cristo en la cruz.

Los que quieran buscar la justificación mediante la ley están anulando el sacrificio de Cristo porque “si la justicia viene de la ley, entonces Cristo ha muerto inútilmente” (Ga 2, 21).

Para diferenciar un poco más la justificación de la salvación debemos tener en cuenta que la justificación se asocia con la primera venida de Cristo; Cristo, mediante su sacrificio redentor en la cruz, nos obtuvo la justificación, es decir, el perdón de Dios y su favor.

La salvación en cambio es la obtención definitiva de la vida eterna o, lo que es lo mismo, la entrada en el Reino de Dios, como podemos leer en la Biblia: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 23); o también “Venid, benditos de mi padre, a poseer el reino que para vosotros está preparado desde la fundación del mundo” (Mt 25, 34). De esta manera la salvación se asocia sobre todo a un evento futuro.

Entonces para San Pablo la justificación es una cosa y la salvación es otra cosa, aunque entre ellas hay alguna conexión. Él lo aclara más cuando dice: “Con más razón ahora que por su sangre hemos sido justificados, por mediación de Él seremos salvados” (Rm 5, 9). San Pablo pues refiere la justificación al pasado, ya está realizada; y él dice así puesto que San Pablo ya es cristiano y está en amistad con Dios. La salvación la espera todavía y por eso pone el verbo en futuro: ‘seremos salvados”.

San Pablo, antes de su conversión, era un judío celoso en seguir las tradiciones de sus padres (Ga 1, 14), era un judío muy observante de los preceptos mosaicos.

Pero el encuentro con Jesús resucitado le cambió radicalmente la existencia, con Jesús cambió todo. Todos sus méritos, logrados en la observancia de un perfecto judaísmo, San Pablo los consideró “basura” frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo (Flp 3, 8).

San Pablo pasó de una justicia fundada en la Ley (la observancia de las obras prescritas por la ley), a una justicia basada en la obra de Cristo, obra que se acepta por la fe. Ser justo quiere decir sencillamente aceptar la redención de Cristo, aceptar su obra. Y esto basta, ya no son necesarias otras observancias.

Se pide pues fe para aceptar la justificación y luego fe para lograr la salvación.

Una vez la humanidad es justificada por Jesucristo vienen las obras; pero no cualquier tipo de obras, sino las obras de la fe, obras de cara a la salvación personal. ¿Cuáles son las obras de la fe? Las derivadas de la caridad. Por eso, San Pablo en la carta a los Gálatas, en la que sobre todo ha desarrollado su doctrina sobre la justificación, habla de la fe que obra por medio de la caridad (Ga 5, 6). San Pablo pone la caridad por encima de la fe (1 Co 13, 2; 1 Co 13, 13).

La caridad no se necesita para la justificación inicial, pero sí es necesaria para la recompensa de la vida eterna en el último día (Rm 2, 7, Ga 6, 6-10).

De manera pues que las obras (las buenas, dejando a un lado las obras de la legalidad) que hacemos nosotros los cristianos en respuesta a la fe, como ya estamos justificados, son para la salvación, son obras que Dios hace en el cristiano puesto que en él habita el Espíritu de Dios (Col 1, 10; Ef 2, 8-10). Tú te salvarás no porque hagas cosas legales sino por la fe que actúa por la caridad.

Los protestantes, además de confundir justificación y salvación, no entienden a San Pablo o lo mal interpretan cuando él rechaza las obras (pero ya sabemos cuales) y habla de la fe. Y el error de los protestantes partió de Lutero quien, en Romanos 3, 28 (“Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley”), añadió la palabra “solamente” después de la palabra “justificado”. Aquí se niegan la importancia de la gracia de Dios y de las obras. Lutero quiso, además, quitar la carta del Apóstol Santiago de la Biblia porque Santiago dice “no por la fe solamente” (St 2, 24).

Es por esto que los protestantes rechazan toda clase de obras buenas, obras de conversión (incluyendo los sacramentos-la vida de gracia-); la salvación (las justificación para los protestantes) está sólo, y exclusivamente, en creer: “Cree y serás salvo” (Hch 16, 31; Rm 10, 9).

Los protestantes ignoran, pues, que, una vez fuimos justificados, la salvación es un proceso permanente que no se realiza sólo en un momento determinado. La salvación es un proceso continuo, y esto implica necesariamente el deber de permanecer fieles hasta conseguir la salvación; la salvación no está en solo creer en un determinado momento y ya está, en creer en alguna verdad y ya está todo hecho. La propia Biblia rechaza la idea de ‘salvo una vez para siempre’.

La Sagrada Escritura nos confirma que la salvación es algo que empieza en el pasado, continua en el presente y se lleva a cabo en el futuro.

Veamos unos textos bíblicos:

-La salvación empieza en el pasado: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Rm 8, 24-25).

-La salvación continua en el presente: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2, 12).

-La salvación se lleva a cabo en el futuro: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mc 13,13). Jesús dice: “Con vuestra perseverancias salvareis vuestras almas” (Lc 21, 19).

P. Henry Vargas Holguín.

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