Fe

¿Cómo debemos adorar a Dios?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Antes que todo tengamos en cuenta que al único que debemos adorar es a Dios. No es correcto, e incluso es pecado, decirle a una persona, animal o cosa ‘te adoro’. Dice Jesús: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto” (Dt 6, 13; Mt 4, 10).

Adorar a Dios es un asunto verdaderamente serio que no podemos tomar a la ligera ni podemos realizar de la manera equivocada.

Tan importante es la adoración a Dios en esta realidad terrenal que será luego nuestra principal, gozosa y, tal vez, única actividad en la eternidad: contemplar a Dios cara a cara tal cual es (1 Jn 3, 2). Lo podemos comprobar en el libro del Apocalipsis donde los seres vivientes adoran a Dios sin cesar (Ap 4, 8-11).

Nuestra relación con Dios ha de partir y ha de continuar gracias a nuestra capacidad de adoración que tenemos; acción que debe estar arraigada en la Divina Revelación (Sagrada Escritura y Sagrada Tradición) y, en consecuencia, ha de ajustarse al depósito sagrado de la fe –el depositum fidei- (1 Tm 6, 20) o, que es lo mismo, la verdadera doctrina (Catecismo, 84).

Elemento clave para saber qué es adorar a Dios y cómo adorarlo lo encontramos en un dialogo que sostuvo Jesús con una mujer de Samaría. Durante esta conversación con la samaritana, el Señor abordó el tema de la adoración con una profundidad y amplitud completamente nuevas.

Y ahora recordemos qué fue lo que le dijo Jesús a la mujer samaritana en ese dialogo: “Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.  Dios es Espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24). De manera pues que la adoración genuina a Dios tiene que tener en cuenta a las tres divinas personas.

Es conveniente que tengamos en cuenta este dialogo para purificar y mejorar la adoración que le debemos al único Dios, vivo y verdadero, pues existe la posibilidad de no hacer lo correcto.

Muchos creerán estar adorando a Dios, cuando en realidad lo que podrán estar haciendo, en el mejor de los casos, es perder el tiempo. Pensemos o recordemos que el Señor Jesucristo descalificó la adoración de los samaritanos porque ni adoraban a Dios, ni lo hacían debidamente, diciéndole a la mujer samaritana: “Vosotros adoráis lo que no sabéis” (Jn 4, 22).

Por lo tanto, es importante que aprendamos de Jesús cómo debemos adorar a Dios para no cometer errores similares. De esta manera el Señor Jesús nos da una información muy valiosa para poder ofrecer a Dios una adoración que sea de su agrado.

Así como nosotros entramos en contacto con el sol, sin verlo, gracias a sus elementos inseparables de su luz y de su calor; así también entramos en contacto con Dios Padre, para adorarlo, con, y a través, de las otras dos divinas personas de la Santísima Trinidad que son inseparables, y a quienes también adoramos: el Espíritu Santo -quien es fuego- (Hch 2, 3) y Jesucristo -la luz del mundo- (Jn 8, 12); es decir, en Espíritu y Verdad.

San Pablo tiene en cuenta a estas dos divinas personas de la Santísima Trinidad para estar en unión con Dios cuando dice: “Pues servimos a Dios según el Espíritu de Dios y nos alabamos de estar en Cristo Jesús…” (Fil 3, 3).

Nótese que Jesús, en el dialogo con la samaritana, afirma en dos ocasiones la necesidad y la importancia de adorar al Padre Dios en el espíritu y en la verdad; no hay otra manera. Dios se ha relacionado con el ser humano en el Espíritu y en la Verdad mediante la encarnación del Hijo de Dios, quien es la verdad y con la participación del Espíritu Santo; y, en consecuencia, nuestra relación con Dios también ha de ser en Espíritu y en Verdad.

El Espíritu Santo, además, es el Espíritu de la Verdad (Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13; 1 Jn 5, 6), y Jesús es la verdad (Jn 14, 6). Jesús es, pues, el único “lugar” de encuentro con la divinidad bajo la acción del Espíritu Santo.

Es que “Cristo es imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Es por esto que Jesús dijo de sí mismo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

Sí. Jesús es el único “lugar” del encuentro entre el ser humano con Dios Trinidad, pero con un Jesús real y concreto. Nuestro encuentro con Dios, en Jesucristo, no es con una idea de Jesús, no es con un Jesús imaginario, no es con una imagen material de Él, no es con criterios humanos.

Nuestra adoración a Dios será, pues, una realidad teniendo en cuenta a Jesucristo, su hijo único (Jn 3, 16), y a la luz de la verdad (Jn 1, 9; 8, 12). Y Jesucristo se hace presente personalmente en la historia humana en Belén, gracias a la acción del Espíritu Santo (Mt 1, 20; Lc 1, 35), y también sacramentalmente en la eucaristía gracias a que la Iglesia pide a Dios la acción del Espíritu Santo. Jesucristo, pan vivo bajado del cielo (Jn 6, 51), es el único que nos lleva al único Dios (1 Tm 2, 5).

Adorar a Dios es la actividad más elevada, imprescindible y noble que el ser humano pueda realizar. Fuimos creados para eso, y cuando el hombre pecó rompiendo así su relación con Dios, Él envió a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que pudiéramos ser nuevamente verdaderos adoradores.

¿Por qué adorar a Dios en el Espíritu? Porque la adoración a Dios tiene que ser verdadera, y lo será si tiene como protagonista al Espíritu Santo (1 Co 12, 3), el Espíritu de la Verdad, el Espíritu que se hizo presente en el inicio solemne de la misión de la Iglesia en pentecostés (Hch 2, 4). El Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad porque es el Espíritu de Dios, quien es la verdad.

¿Por qué adorar a Dios en verdad o en la verdad? Porque la verdadera adoración a Dios ha de partir de la verdadera relación con Él en la verdad, no de manera aparente, ficticia, falsa. Recordar que Jesús, quien es la verdad, es quien nos lleva al Padre (Jn 14, 6).

¿Cómo adorar a Dios? La Sagrada Escritura no ofrece ninguna definición de las palabras ‘adoración’ o ‘adorar’; lo que sí hace la biblia es mostrarnos ejemplos de personas que adoraban a Dios con el fin de que a través de ellas podamos aprender a hacerlo.

Así pues, lo primero que observamos en la Sagrada Escritura es que un adorador es alguien que tiene una relación personal con Dios al que ama intensamente. ¿Y cómo amar a Dios? El Señor nos enseñó que para amarle hay que hacerlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (Dt 6, 4; Mt 22, 37-38). Y amar a Dios, implica necesariamente amar al prójimo de manera correcta y sin exclusión alguna. Uno no puede ir a adorar a Dios, ante el sagrario, si tienes algún sentimiento negativo contra alguien.

Es nuestro amor a Dios lo que nos lleva a adorarle, aunque nuestro amor a Él sea una pobre respuesta al gran amor que hemos recibido de Él (1 Jn 4, 10). Por lo tanto, si nuestra adoración a Dios no surge de una respuesta genuina al amor de Dios, todo lo que hagamos ante Jesús Eucaristía, ya sea de manera comunitaria -en el ámbito litúrgico- o individual, no pasará de ser una acción fría, carente de significado y no agradable a Dios.

Fruto de nuestra adoración a Dios, fuera de anticipar la relación con Dios en el cielo, es ponernos en sus manos, es ofrecerle nuestro ser y nuestro quehacer, es entregarnos a Dios sin reservas consagrándole enteramente nuestras vidas como dice San Pablo: “Ahora, hermanos, les ruego por la misericordia de Dios que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y santo que agrada a Dios: ése es nuestro culto espiritual” (Rm 12, 1).

P. Henry Vargas Holguín.

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