Espiritual Fe

Católicos que escuchan la Palabra y la viven.

Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno”.


Mt 13, 18-23

Volver a la Palabra de Dios implica hacer de nuestra vida tierra buena para ella, el cuidado del campo de nuestra vida que alberga la semilla de Dios merece custodia, trabajo y empeño. Nuestra vida no es un lote baldío o un potrero en el cual se descarga basura, por el contrario, es un campo que puede albergar el tesoro de la Palabra como lo hizo nuestra Madre María y dar fruto, aquí está el sentido de los mandamientos que se nos han confiado para saber vivir (Ex 20, 1-17), ellos son semillas de verdad que deben ser interiorizados, amados y encarnados en nuestra cotidianidad; solo el contacto con la Palabra nos conducirá a amar la bella realidad que comportan los mandatos del Señor.

Volver a la Palabra de manera renovada fue uno de los evidentes signos que hicieron del Concilio Vaticano II un nuevo Pentecostés en algún modo para la Iglesia (1963-1968). El Espíritu Santo hizo que la Palabra fuese confiada a todos los fieles católicos generando movimientos insospechados y sorprendentes, fortaleciendo la identidad y el caminar de los católicos que se abrieron a una espiritualidad más dinámica y robusta, mientras lamentablemente otros cayeron en la superficialidad de en un cristianismo laxo, relativista e indiferente.

El Concilio, con la constitución Dei Verbum promovió el acceso de todo los fieles a la Palabra como conveniente, y con ello, la motivación para lograr instrumentos sencillos y prácticos que nos permitieran acceder a la Palabra de vida, porque “a Dios hablamos cuando oramos y a Él escuchamos cuando leemos sus Palabras” (San Ambrosio).

En la Palabra encontramos la Voz de Dios que sostiene, levanta y orienta, experimentamos el soplo suave del Espíritu que nos impulsa a seguir las huellas del Maestro para vivir comprometidos como comunidad e Iglesia. Todos podemos experimentar su fuerza transformadora, porque ella sana nuestra miope visión de Dios, de los hermanos, del entorno y de nosotros mismos, haciendo nacer en nosotros nuevas realidades porque sus Palabras son Espíritu y Vida (Jn 6,63).

Al abrirnos en nuestra oración personal a su gracia experimentamos su luminosidad y ánimo, acercarnos a la Palabra es escoger la mejor parte como María de Betania (Lc 10, 39).

La finalidad de la lectura de la Palabra de Dios no es la acumulación de conocimientos sino la iluminación de la vida, la vida según Dios, de esta manera el discípulo se acerca a la Palabra no sólo intelectual o instrumentalmente, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra del Señor” (Am 8, 11).

Precisamente el Concilio Vaticano II había manifestado el interés de que la Palabra sea el Pan para el camino de la vida del creyente, vigor y sustento de toda la vida eclesial, y promoviendo su lectura la situó al mismo nivel del Cuerpo de Cristo; “La Iglesia siempre ha venerado a las Sagradas Escrituras como al mismo Cuerpo de Cristo” (Dei Verbum 21), hay que estar atentos a su contacto para que así como se tiene el cuidado que no se pierda una sola partícula de la Santa Hostia Consagrada, así mismo, no se escape un solo detalle de la Palabra que nos es dada en cada lectura orante.

Benedicto XVI ofrece un horizonte para vivir la fecundidad de la Palabra y advierte de los cuidados para que esta experiencia sea de verdadera riqueza personal y eclesial:

“A este propósito, no obstante, se ha de evitar el riesgo de un acercamiento individualista, teniendo presente que la Palabra de Dios es dada precisamente para construir comunión, para unir en la Verdad en el  camino hacia Dios. Es una Palabra que se dirige personalmente a cada uno, pero también es una Palabra que construye comunidad, que construye la Iglesia. Por tanto, es necesario acercarse al texto sagrado en la comunión eclesial.

En efecto, “es muy importante la lectura comunitaria, porque el sujeto vivo de la Sagrada Escritura es el Pueblo de Dios, es la Iglesia… La Escritura no pertenece al pasado, dado que su sujeto, el Pueblo de Dios inspirado por Dios mismo, es siempre el mismo. Así pues, se trata siempre de una Palabra viva en el sujeto vivo. Por eso, es importante leer la Sagrada Escritura y escuchar la Sagrada Escritura en la comunión de la Iglesia, es decir, con todos los grandes testigos de esta Palabra, desde los primeros Padres hasta los santos de hoy, hasta el Magisterio de hoy”.

Exhortación Apostólica Verbum Domini, en el numeral 86b. 

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