Respetado Monseñor Aós:
Hace unos días, en la celebración de la Misa Crismal de la Arquidiócesis de Santiago en la hermana nación chilena, y según consta por videos y grabaciones, usted negó la sagrada comunión a algunos fieles que quisieron recibirla de rodillas.
No sé, se lo digo honestamente como un fiel laico formado, normal y sano, si usted se imagina lo que puede llegar a doler ese gesto suyo no solo a esos fieles que se acercaron a comulgar de rodillas, sino a todo católico que ha tratado de encontrarse con Jesús y adorarlo, incluso con muestras de afecto exterior, como es recibir el Santísimo Sacramento de rodillas. Yo, que procuro comulgar así cuando las circunstancias son favorables, y sin asomos de misticismos enfermizos, ni presunciones de santidad, o piedades viejas o feminoides, me sorprendí mucho porque espero de los pastores de mi Iglesia que mínimamente conozcan y compartan las disposiciones de la Iglesia al respecto, que usted parece ignorar, o peor aún, despreciar.
Monseñor: ¿Recuerda usted a san Juan Pablo II, quien, hasta los últimos días de su vida, aquejado por sus enfermedades, no dejó de comulgar en un reclinatorio? ¿Qué piensa de innumerables santos y santas que recibieron a Cristo hincados ante él? ¿Cree, en verdad, que los que vencemos la pena y el temor por el «qué dirán» y nos arrodillamos porque reconocemos a Cristo como nuestro Dios, es que nos «creemos santos»? ¿Qué razones de peso tiene para semejante atropello?
En nombre de muchos católicos que, como yo, están perplejos por tan reprochable comportamiento de un obispo de nuestra Iglesia, quiero darme licencia de exponerle aquí, tal vez de forma un poco extensa, una reflexión sobre el hecho de comulgar de rodillas y en la boca, que le ruego lea con detenimiento y atención.
La manera en que los fieles recibimos la Sagrada Comunión muestra si la Sagrada Comunión es para nosotros no sólo la realidad más santa, sino la más amada, y vemos en ella a la Persona más sagrada. La recepción del Cuerpo de Cristo exige, por tanto, fe profunda y pureza de corazón, y al mismo tiempo gestos inequívocos de adoración. Esta fue la característica constante de los católicos de todas las edades, comenzando por los primeros cristianos, desde los cristianos en la época de los Padres de la Iglesia hasta los tiempos de nuestros padres y abuelos.
El aspecto interior por sí solo no es suficiente en el culto a Dios, porque Dios se hizo hombre, se convirtió en un ser visible. Una adoración exclusiva o predominantemente interior de la hostia consagrada durante la comunión con la exclusión del aspecto exterior, no pone de relieve ni expresa con suficiencia esa realidad tan bella que hizo posible nuestra salvación: LA ENCARNACIÓN. (Entre otras cosas a mí me llama la atención que para excusar faltas humanas y disfrazar pecados, los sacerdotes acudan a la encarnación como argumento; pero para adorar a Dios, no). Tal adoración eucarística es “platónica”, es protestante y en última instancia gnóstica. El hombre es esencialmente también visible y corporal. En consecuencia, la adoración del Cuerpo Eucarístico de Cristo debe ser necesariamente también exterior y corporal. Tal adoración es adecuada a la dignidad del hombre, aunque el más importante de tales cultos sigue siendo el aspecto interior. Ambos aspectos son inseparables uno del otro. ¿Por qué molesta esto a los sacerdotes, si debería ocurrir lo contrario?
Es muy sorpresivo que a un pastor de la Iglesia le parezca que quienes se ponen de rodillas para recibir a Jesucristo, no sean dignos de comulgar. ¿Qué tiene usted, que lo hace verlo así? Ciertamente, el hecho de comulgar de pie y en fila, habla de una actitud de vigilancia, de estar en camino y recibir el alimento, y con él, la fuerza necesaria para esa peregrinación; sí. Pero esa visión no anula la otra, que permite y de hecho desea la Iglesia: ponerse de rodillas ante Dios, como un gesto de adoración.
Para mí, como católico de a pie, es realmente un choque fuerte ver a un obispo actuar así, porque me habla mucho de su interpretación personal de las formas de adorar al Dios con el que usted se configuró en su sacerdocio en grado sumo. Puede sonar duro, y no quiero caer en juicios porque no hay nada más anticristiano que juzgar, pero me vino a la mente ese dicho de «nadie ve afuera lo que no tenga dentro…«. Tal vez para usted, arrodillarse para recibir la comunión sea un gesto de presunción de santidad o superioridad espiritual o misticismo retrógrado, o como quiera que su errada percepción lo interprete, pero para Dios no lo es. Cualquier negativa de dar la Sagrada Comunión a un miembro de la feligresía, fundada en que se encuentra de rodillas para recibirla, es una grave violación a uno de los derechos más básicos de los fieles cristianos, a saber, el de ser ayudado por sus Pastores por medio de los Sacramentos (Código de Derecho Canónico, canon 213).
En vista de la ley que establece que “los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos” (C. Canónico 843, § 1), no debe negarse la Sagrada Comunión a ningún católico durante la Santa Misa, excepto en casos que pongan en peligro de grave escándalo a otros creyentes, como el pecador público o la obstinación en la herejía o el cisma, públicamente profesado o declarado; lo que es todo lo contrario a las razones por las cuales sí se debería negar la comunión. Es como vivir y jugar «el mundo al revés», que hacía yo con mis amigos cuando era niño, y consistía en hacer justo lo contrario a lo que el que mandaba el juego decía… Así, niegan la comunión al que con sus gestos externos muestra adoración a Dios, pero… ¿se la darán entonces al que la reciba indignamente por el vestido, o por su disposición externa? Sí. El mundo al revés. La fe al revés.
Acudo a usted para manifestarle así mi inquietud y mis reflexiones, en primer lugar, porque así me lo manda la caridad cristiana. Nada haría si simplemente me pongo a hablar mal de usted, pues ni siquiera le conozco. Más bien, movido por la caridad que Jesús nos enseñó, intento por este medio, hacerle caer en conciencia de un error que está cometiendo. Pues usted, como obispo, representa autoridad espiritual para mí y para cualquier católico. Acudo a usted, porque la ley de mi Iglesia me lo permite, pues el Canon 212, § 2 del Código de Derecho Canónico establece que “los fieles tienen la facultad de manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos”. Luego el canon continúa en el § 3: “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia…”.
Acudo a usted para intentar mostrarle, finalmente, otro aspecto del asunto, e invitarlo a que no se cierre a una sola forma de ver un tema tan importante y vital como la comunión de los fieles, como si su percepción fuera la única válida, o fuera ley en la Iglesia. Ya ve, y debía saberlo usted por su formación: se puede comulgar de pie, y se puede comulgar de rodillas. ¿Quién es usted para decirle a los fieles de qué modo deben hacerlo? Y lo hace, al atreverse a algo tan grave como negar la comunión a un fiel que, por su amor a Dios, quiere ponerse de rodillas ante su presencia real y santísima en el sacramento del altar.
Que esta Pascua sea para usted, respetado Monseñor Aós, ocasión de reflexión, oración y verdadera renovación interior. Lo encomiendo en mis oraciones con especial atención.
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Ver la publicación de InfoCatólica, que da cuenta del hecho: Mons. Celestino Aós niega la comunión a los fieles por arrodillarse al comulgar.