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La conciencia de las bendiciones es algo de lo que, por la dureza de nuestro corazón, casi no tenemos noción. Sin embargo, ahí están cada día, como una fuente inagotable en su flujo perenne.
La única manera de reconocerlas y de recordarlas es llevando un registro diario de todas aquellas cosas por las que nos admiramos y por las que nos sentimos agradecidos de haberlas podido percibir y disfrutar.
Alguien propuso llevar un registro y escribir, diariamente, al final del día y antes de irse a dormir, tres cosas o razones por las cuales dar gracias en dicho día, ya a esa hora, ponderándolo con calma.
No obstante –y tal vez precisamente por ello– estar pasando entonces una etapa de la vida plagada de privaciones y dificultades, sin muchas razones aparentes para alimentar la esperanza, la idea me llamó la atención y decidí ponerla en práctica: en honor a la verdad, debo confesar y reconocer que sólo la primera vez que lo hice, escribí alrededor de 24 razones, hechos y situaciones por las cuales agradecer tan sólo en aquel día.
La conclusión es evidente: vivimos desatentos. No vemos y, mucho menos, valoramos el bien que hay a nuestro alrededor y la bondad de muchas –quizá la mayoría– de las personas que nos rodean; incluso el bien y la bondad que hay en aquellas que nos fatigan, que se nos hacen o que son realmente pesadas y –como dice el “Desideratum”–, que hay que evitar, “ruidosas, que son un fastidio para el espíritu”.
Así que si no se lleva habitualmente dicho registro, de modo que podamos repasarlo aunque sea de manera ocasional, perderemos de vista las cosas esenciales –aunque poco perceptibles a primera vista– y desarrollaremos la tendencia a recordar sólo los sucesos extraordinarios. Nos inclinaremos sólo hacia las cosas llamativas, y nuestra atención se habrá atrofiado hacia lo aparente aficionándose más a lo escandaloso, que a contemplar la infinita serie de pequeños milagros que sustentan la vida y a descubrir cómo se entretejen en ese ritmo armonioso de las leyes naturales a las que nos vemos sujetos.
Todo en esta vida es un auténtico milagro. Y sea que ampliemos y enfoquemos nuestra visión hacia lo infinitamente grande o hacia lo infinitamente pequeño, allí está esa inconmensurable infinitud para recordarnos que ya los puentes estaban tendidos, que la comunicación había sido sabiamente dispuesta y establecida, y que sólo “salta al vacío” quien no tiene fe.