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A Propósito de la Oración por “Sanación Intergeneracional” – Incluimos videos

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Hay debilidades de carácter y tendencias temperamentales que son, más bien que “heredadas”, aprendidas, como consecuencia apenas natural de un entorno cultural y familiar que influye en nosotros y hasta nos condiciona, pero que no nos determina. Todas ellas acarrean dificultades; pero estas las podemos aprender a gestionar y a superar, en la medida en que, mediante la formación, logramos estructurar dichas tendencias y alcanzamos a consolidar nuestras fuerzas vitales.

Pero, siempre, seamos conscientes o no de ello, hay un valor y una calidad en nuestros pensamientos, palabras y actos, que pueden ser intrínsecamente ordenados, o desordenados y perversos, que los hacen buenos o malos; sobre ellos recae una necesaria valoración e imputabilidad moral.

Por eso la Ética ha definido una clara correlación y distinción entre los actos humanos y los actos del hombre: los primeros se determinan, establecen, anticipan y valoran como los actos propios del bien, que son los que corresponden a nuestra naturaleza y dignidad, y tienden a nuestro fin y perfeccionamiento; los segundos se refieren a lo que hace cada quien, producto de sus buenos o malos hábitos, cuya bondad o perversidad tiene unos efectos y unas consecuencias, directamente en otros o en la sociedad, y de los que somos individualmente responsables.

Tomando esto en cuenta, la perspectiva cristiana nos enseña, en primer lugar, a vivir en la libertad propia de los hijos de Dios, que no es otra cosa que ejercer nuestra libertad interior, es decir, en el Bien en el cual hemos sido creados y por el cual somos redimidos, si acatamos esta dimensión y medida de la Libertad. Ello modera nuestra actuación, le da un tono particular y especial, pero no garantiza nuestra infalibilidad ni que todo resulte como deseamos o esperamos. Nuestro libre albedrío se intersecta en más de una manera con el de los demás, y nuestros deseos se pueden ver frustrados, nuestras metas postergadas y nuestros proyectos deberán ser redefinidos; y esto muchas veces durante el curso de nuestra vida.

En dicho proceso, intervienen dos variantes: la Providencia y el ejercicio de nuestra Libertad Interior. La Providencia exige de nosotros la atención a la Voluntad de Dios para nuestra vida. La Libertad Interior, por su parte, demanda: la asunción de nuestra responsabilidad, el discernimiento sobre la realidad que afrontamos, el equilibrio de nuestro entendimiento con respecto a la posibilidad de lo que anhelamos, y la disposición de nuestra voluntad para resignificar los hechos y los sufrimientos, asumiendo primero una actitud de aceptación de la realidad –como es y como se presenta–, pero siempre optimista, proactiva y constructiva: con Fe, Esperanza gozosa y Caridad.

Al respecto, el Cardenal John Henry Newman, un hombre converso proveniente del anglicanismo y de la escuela de Oxford, en un libro suyo titulado «La Gramática del Asentimiento», decía:

«La aceptación es el mayor y el más completo acto de grandeza por parte de una persona. Y es ella la que permite decir «Sí»».

Cardenal John Henry Newman

Y él –habiendo vivido un arduo proceso de conversión en un tiempo en el que no era muy común y mucho menos fácil el acercamiento y el diálogo entre católicos y protestantes; en un tiempo en el que ello suscitaba suspicacias y despertaba sospechas de lado y lado– tenía motivos de sobra y verdaderas razones para saber por qué lo afirmaba.

En segundo lugar, la perspectiva cristiana nos enseña que “para ser libres nos liberó Cristo” y que, conociendo la Verdad, entendemos claramente que “la Verdad –sólo ella, su fuerza y plenitud– nos hará libres”. La aceptación y asentimiento de las que habla el Cardenal Newman, se refieren precisamente a Ella y a ello: aceptar la Verdad –sobre Dios, sobre la fe y sobre nosotros mismos– y acatarla con humildad, de modo genuino, no forzado ni simulado, es decir, libremente.

De ahí que en el acervo cristiano se haya incorporado el principio aristotélico en el que se funda la posibilidad de la razón y del sentido común: “La verdad es la adecuación entre el entendimiento y la realidad”. Para el creyente, la perspectiva de la Libertad auténtica le amplía el horizonte y le confiere una perspectiva, que lo hace capaz de una “metanoia”, de convertirse, de salir e ir más allá de sí mismo, y digno de participar en el Plan de Dios para transformar el mundo.

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él:

«Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».

Juan 8, 31-32

Al inicio de su Misión, por lo menos al anunciarla y explicitarla en la sinagoga, Jesús anuncia el jubileo que Él viene a instaurar:

«Le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrollándolo, halló el pasaje donde estaba escrito:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61, 1-2).

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.

Comenzó, pues, a decirles:

«Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy«».

Lucas 4, 17 -21.

Aquí hay al menos dos hechos que cabe destacar:

Primero, Jesús establece claramente Su Misión: «anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Segundo, Jesús dice taxativamente: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy«.

¿Por qué llamar la atención sobre estos dos hechos? Porque los hemos perdido de vista: porque olvidamos tanto que Jesús Es el Mesías y cuál es Su Misión liberadora y Salvífica (Jubileo) como que ésta ha sido ya confirmada y se cumple, que está vigente y actuante, y se realiza de manera especial y eminente a través de los Sacramentos.

Ya todos sabemos cuán difícil fue, para quienes allí estaban y lo escucharon, aceptarlo y, más aún, acatarlo. Porque creían que le conocían. Ellos, los de su pueblo, por el solo hecho de haber vivido cerca de él, pensaban que ello bastaba para conocerlo y saber quién era.

Es la paradoja y la tentación de hoy, también para nosotros: lo tenemos cerca, pero no le conocemos. Si no lo conocemos a Él, no conocemos La Verdad y, en consecuencia, no podemos ser libres. Y es porque no le tratamos, no estamos en comunión con Él, no nos hemos adentrado en su intimidad porque no le hemos permitido invitarnos, y no lo escuchamos. Si ello no ha ocurrido, muy seguramente tampoco vamos a aceptarlo y a acatarlo como Verdad; mucho menos, a hacer su Voluntad. Y todo, porque no hemos permanecido en su Palabra.

«Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud».

Gálatas 5, 1

Si no permanecemos en Su Palabra, nos atamos a miedos y a creencias, y quedamos sujetos y esclavizados a prácticas “piadosas”, aunque sin fundamento teológico ni doctrinal. Por ello no experimentamos esa gozosa esperanza (“Spe Gaudentes”) que nos proporciona la auténtica “libertad de los hijos de Dios”.

De modo, pues, que sin dejar de orar por las almas de nuestros antepasados, no tenemos que ir hasta “la purificación de nuestro árbol genealógico y la ‘sanación’ de nuestros ancestros”, ni llegar –como incluso lo ha sugerido alguien– a “pedir perdón por Adán y Eva” y, de esa manera, “liberar nuestros árbol genealógico” y obtener la sanación interior y física.

Una persona llegó a decir que estaba “reparando” por los pecados de sus antepasados. La auténtica reparación cristiana se basa en el presente, por los pecados que se cometen, y pidiendo la conversión de los pecadores. Este aspecto lo aclaró de una manera tan sencilla como magistral la Santísima Virgen María en Fátima a los pastorcitos, cuando dijo: “Muchos mueren y se condenan, porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellos. Es decir, en vida de ellos. Después cada quien es juzgado particularmente por Dios, y allí le serán aplicados los méritos del Sacrificio Redentor de Jesús a los que se unieron los ofrecimientos, sacrificios y actos de reparación por la conversión de los pecadores para que alcancen Misericordia.

La mejor y más completa forma de oración por “los antepasados” es la Santa Misa. Sea que en cada Misa pidamos por ellos, o que mandemos a celebrarlas por sus almas. Los testimonios sobre la oración por las almas, dan cuenta del particular mérito y eficacia que al respecto se obtiene con las Misas Gregorianas. La Eucaristía es centro y culmen de la vida cristiana, dijo Juan Pablo II. Y es el summum de toda forma de oración, pues en ella se actualiza, acontece nuevamente el Sacrificio Redentor de Nuestro Señor Jesucristo.

Con la Encarnación de Jesús, la instauración del Sacramento del Bautismo y Su Santo Sacrificio Redentor, nuestra naturaleza es purificada del pecado original, y puede recibir la Gracia Santificante. Eso sí, la concupiscencia propia de una naturaleza herida y las tentaciones inherentes a la misma, nos mantienen en una tensión ascética permanente entre el pecado y la gracia.

De modo, pues, que a partir de la Nueva Alianza, es decir, para los Cristianos, la perspectiva correcta es la del «futuro» (no las preocupaciones) que –paradójicamente– consiste en vivir santamente el hoy, aquí y ahora, asumiendo y cumpliendo, también santamente, nuestros deberes y responsabilidades personales, familiares, profesionales y sociales de cada día, con la vista fija en la meta, el Reino de Dios.

«Buscad primero su Reino y su justicia».

Mateo 6, 33.

Y la única manera posible de vivir santamente, es acatar lo que Jesús le dijo a Pablo: “Te basta Mi Gracia”. ¿Cómo? Aceptando y acatando Su Voluntad, expresada en Los Mandamientos como la más clara forma de “permanecer en Su Palabra” y, así, en Su Amor. De modo que “vivir santamente” cada día sólo es posible hacerlo en la compañía de Jesús y ante Su Santa Presencia Real: con Él. No basta “estar cerca”, como un vecino, o simplemente merodeando en torno suyo; a veces, incluso, negando su Divinidad, estorbándole y estropeando Su Misión, por anteponer nuestra visión. Esto se logra –reitero– cuando, día a día, cada día, vivimos como corresponde y, además –con Caridad exquisita– oramos y ofrecemos por los fieles difuntos, por las benditas almas que purgan, por nuestra conversión y la de nuestros seres queridos y de todos cuantos la necesitan.

Y esto se realiza a través de los Sacramentos, de la Sagrada Eucaristía y de la Comunión ofrecidas para reparar y purificar, ya no por «nuestro árbol genealógico», sino como parte de nuestro propio esfuerzo –asumido con seriedad, pero de manera esperanzada y alegre–, por la salvación nuestra y la de los demás.

Para concluir, vienen muy bien las propias, justas, precisas, bellísimas y sin ambigüedades palabras de Dios dadas al pueblo de Israel a través del profeta Ezequiel, en las que es intencionada y maravillosamente claro en cuanto a la Justicia Divina y, con respecto a Ella, ante el hecho de que cada quien asuma su responsabilidad personal por sus actuaciones y, con ello, por su propia salvación.

Lo cito completo:

Ezequiel, 18

La Biblia de Jerusalén

1 La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: 2 ¿Por qué andáis repitiendo este proverbio en la tierra de Israel: Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera? 3 Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que no repetiréis más este proverbio en Israel.

4 Mirad: todas las vidas son mías, la vida del padre lo mismo que la del hijo, mías son. El que peque es quien morirá.

5 El que es justo y practica el derecho y la justicia, 6 no come en los montes ni alza sus ojos a las basuras de la casa de Israel, no contamina a la mujer de su prójimo, ni se acerca a una mujer durante su impureza, 7 no oprime a nadie, devuelve la prenda de una deuda, no comete rapiñas, da su pan al hambriento y viste al desnudo, 8 no presta con usura ni cobra intereses, aparta su mano de la injusticia, dicta un juicio honrado entre hombre y hombre, 9 se conduce según mis preceptos y observa mis normas, obrando conforme a la verdad, un hombre así es justo: vivirá sin duda, oráculo del Señor Yahveh.

10 Si éste engendra un hijo violento y sanguinario, que hace alguna de estas cosas 11 que él mismo no había hecho, un hijo que come en los montes, contamina a la mujer de su prójimo, 12 oprime al pobre y al indigente, comete rapiñas, no devuelve la prenda, alza sus ojos a las basuras, comete abominación, 13 presta con usura y cobra intereses, éste no vivirá en modo alguno después de haber cometido todas estas abominaciones; morirá sin remedio, y su sangre recaerá sobre él.

14 Y si éste, a su vez, engendra un hijo que ve todos los pecados que ha cometido su padre, que los ve sin imitarlos, 15 que no come en los montes ni alza sus ojos a las basuras de la casa de Israel, no contamina a la mujer de su prójimo, 16 no oprime a nadie, no guarda la prenda, no comete rapiñas, da su pan al hambriento, viste al desnudo, 17 aparta su mano de la injusticia, no presta con usura, ni cobra intereses, practica mis normas y se conduce según mis preceptos, éste no morirá por la culpa de su padre, vivirá sin duda.

18 Su padre, porque fue violento, cometió rapiñas y no obró bien en medio de su pueblo, por eso morirá a causa de su culpa.

19 Y vosotros decís: «¿Por qué no carga el hijo con la culpa de su padre?» Pero el hijo ha practicado el derecho y la justicia, ha observado todos mis preceptos y los ha puesto en práctica: vivirá sin duda.

20 El que peque es quien morirá; el hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo: al justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad.

21 En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá. 22 Ninguno de los crímenes que cometió se le recordará más; vivirá a causa de la justicia que ha practicado. 23 ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh– y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?

24 Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿vivirá acaso? No, no quedará ya memoria de ninguna de las obras justas que había practicado, sino que, a causa de la infidelidad en que ha incurrido y del pecado que ha cometido, morirá.

25 Y vosotros decís: «No es justo el proceder del Señor». Escuchad, casa de Israel: ¿Que no es justo mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que no es justo?

26 Si el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, a causa del mal que ha cometido muere. 27 Y si el malvado se aparta del mal que ha cometido para practicar el derecho y la justicia, conservará su vida. 28 Ha abierto los ojos y se ha apartado de todos los crímenes que había cometido; vivirá sin duda, no morirá.

29 Y sin embargo la casa de Israel dice: «No es justo el proceder del Señor». ¿Que mi proceder no es justo, casa de Israel? ¿No es más bien vuestro proceder el que no es justo?

30 Yo os juzgaré, pues, a cada uno según su proceder, casa de Israel, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y apartaos de todos vuestros crímenes; no haya para vosotros más ocasión de culpa. 31 Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra mí, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? 32 Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y vivid.

Sagrada Escritura, es decir, Palabra de Dios,
contenida en el capítulo 18 del Libro del Profeta Ezequiel.


Para ilustrar y precisar el tema hasta el nivel de detalle sobre el que muchas personas desean despejar sus dudas, ofrezco a continuación dos videos en los que varios sacerdotes y expertos lo analizan desde una clara perspectiva lógica, psicológica, teológica y moral.

1 – El Padre Carlos Spahn

2 – El Padre Javier Olivera Ravasi con un Teólogo

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