*Por: Claudia Giovana Venegas R., Psicóloga y Magíster en Asesoría familiar y gestión de programas para la familia; consultora de la Fundación Ser Fraterno.
Para ser testigos de un misterio debemos reconocer que este es una verdad que se escapa de nuestra comprensión. No obstante, esta verdad puede sernos revelada parcial o totalmente, en la medida en que exista una búsqueda sincera y perseverante de nuestra parte.
¿Qué esconde nuestro cuerpo como misterio?
Algunas personas pueden responder: el cuerpo humano es simplemente algo material, compuesto de huesos y órganos, el cual permite dar movilidad a la persona. Sin embargo, esta definición es pobre y limitada. Respuestas como esta son el resultado de una ideología materialista que ha ido avanzando de manera sutil, en las diferentes esferas de nuestra sociedad.
El resultado de aquel pensamiento, muchas veces fundamentado en ideas consumistas, ha desencadenado olvido y confusión sobre el verdadero sentido por el cual el cuerpo ha sido creado y, por lo tanto, el misterio que este esconde.
¿Cuál es este misterio?
El misterio del cuerpo se da a conocer a aquellos que buscan con sinceridad y perseverancia ser felices, entendiendo la felicidad como el gozo de darse a los que se nos acercan o comparten nuestro cotidiano. El cuerpo esconde lo que somos (espíritu), y él a su vez comunica lo que llevamos en nuestro interior. Por lo tanto, tenemos la tarea de conocernos, para ofrecer lo que somos, y así poder ser felices.
Hay que ser vigilantes, pues todo lo que hacemos llegar al corazón propio de nuestro espíritu, se reflejará en todas nuestras acciones, que son materializadas a través de nuestro cuerpo.
Ahora bien, si creemos que el cuerpo es guardián y el medio de expresión del espíritu, y que no es una cárcel como lo dijo Platón, podemos acercarnos más fácilmente, no solo a la verdad que esconde nuestro cuerpo, sino también a su Hacedor. Así pues, aceptar lo que somos y, más aún, ser lo que debemos ser, nos hace libres y no esclavos de patrones artificiales que fluctúan según las tendencias sociales.
En definitiva, si reconocemos que es a Dios al que guardamos en nuestro interior (intimidad), nuestros sentidos toman una nueva dimensión, pues ellos comienzan a estar al servicio del amor. Por el contrario, cuando no tenemos a Dios en el centro de nuestra vida interior, los sentidos empiezan a estar al servicio de los placeres, llevándonos a perturbaciones que se pueden convertir en obsesiones o adicciones.
Tu misterio… Mi misterio
Cuando reconozco que el cuerpo es el templo del «espíritu», puedo pensar en el misterio que guardan las personas que me rodean y ver la grandeza que esconden. Esta nueva manera de pensar permite ir más allá de lo que se ve, alimentando en nosotros una actitud de ternura, la cual crece en la medida en que podemos ver al otro con compasión y misericordia.
Esta mirada debe, primero que todo, posarse sobre lo que somos y luego sobre lo que son los demás. Si nos miramos con ternura y amamos lo que somos, podremos reflejar con nuestros sentidos lo que verdaderamente somos, trayendo esperanza y paz a nuestra intimidad (espíritu) y, por supuesto, a los que nos rodean.
Elaborado por,
Claudia Venegas R.