*Por Joseph Pearce (Traducción de R+F del artículo «Where There Are No Children, There Are No Grown-Ups», publicado en theimaginativeconservative.org)
Es una perogrullada decir que los niños necesitan de los adultos para crecer. Sin embargo, es igualmente cierto aunque menos sabido, que los adultos necesitan de niños para alcanzar la plenitud de la madurez. Mientras que a los niños se les debe enseñar acerca de la vida en sus múltiples manifestaciones, satisfaciendo su sentido natural de asombro y su apetito voraz de conocimiento, los adultos a su vez necesitan de las responsabilidades asociadas a la crianza de los hijos para ayudarlos a madurar en la plenitud del amor al que son llamados.
[mks_pullquote align=»left» width=»300″ size=»18″ bg_color=»#dd9933″ txt_color=»#ffffff»]Cualquier cosa que pretenda llamarse «amor» y que no acepte la responsabilidad que exige el amor verdadero, no es más que un impostor con un tragicómico disfraz[/mks_pullquote]Soy consciente, por supuesto, de que la afirmación anterior, tan contundente como suena, levantará las cejas y despertará la ira de aquellos adultos que no son padres. ¿Estoy diciendo acaso, se preguntarán, que quienes no tienen hijos son inmaduros? Esta es una buena pregunta, que trataré de responder de inmediato.
Pero antes, sin embargo, me gustaría explicar por qué las responsabilidades de la paternidad nos ayudan a madurar y convertirnos en adultos en el pleno sentido de la palabra. Todo comienza con el vínculo indisoluble que existe entre el amor y la responsabilidad. Estas dos realidades siempre están en unión ontológica y en comunión mística. En realidad, una persona no puede alcanzar la una sin la otra.
De hecho son una misma realidad. Cualquier cosa que pretenda llamarse «amor» y que no acepte la responsabilidad que exige el amor verdadero, no es más que un impostor con un tragicómico disfraz. Esto se debe a que el amor es siempre una entrega sacrificada al otro.
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El amor es la aceptación y la práctica del autosacrificio, que es otra forma de decir que el amor es la aceptación del sufrimiento. Ser fiel a nuestras responsabilidades es la práctica del autosacrificio. Estar haciendo lo que deberíamos hacer, incluso cuando (y especialmente cuando) preferiríamos estar haciendo otra cosa. Y esta es la lección invaluable que los niños nos ofrecen: el regalo de un sufrimiento aceptado que viene implícito con la paternidad.
Volviendo a la pregunta anterior, ¿estoy diciendo que aquellos que no tienen hijos son menos maduros que los que son padres? Y si esto es lo que digo, ¿estoy insultando a los que no tienen el don de los niños? Para decirlo sin rodeos, ¿me estoy metiendo en camisa de once varas?
Primero, todos sabemos que existen muchos padres que no han asumido su responsabilidad, es decir, el sufrimiento que exige la crianza de sus hijos. Les molestan las exigencias que sus hijos les imponen y la forma en que la paternidad limita lo que perciben como «su libertad». En la medida en que tal resentimiento afecta la relación que los padres tienen con sus hijos, al convertirse en un rechazo de su responsabilidad y en la negación de su deber, están perdiendo la oportunidad que los hijos les ofrecen, de convertirse en los adultos que están destinados a ser.
[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»18″ bg_color=»#dd9933″ txt_color=»#ffffff»]Esta es la razón por la cual una sociedad en la que cada vez hay menos niños conducirá necesariamente a una sociedad en la que cada vez habrá menos adultos[/mks_pullquote]En segundo lugar, también debemos entender que aquellos que no tienen hijos están llamados a amar de la misma forma que aquellos que tienen hijos, es decir, que están destinados a sacrificarse por otras personas, asumiendo la responsabilidad del sufrimiento que requiere el amor. En la medida en que sepan conformar sus vidas acorde a la responsabilidad que exige el amor, una responsabilidad que pasa por encima de la exigencia de los propios derechos, esas personas madurarán y se convertirán en adultos plenos, incluso sin el don de los niños.
El punto al que quiero llegar es que los niños son un regalo especialmente diseñado para enseñarnos que el amor y la responsabilidad son una sola cosa. Habiéndolo recibido, tenemos que aprender la lección que este regalo trae consigo. Es a través de este aprendizaje que somos capaces de darnos cuenta que vivir auténticamente es amar de verdad.
Y es a través de una vida vivida en el amor, que nos convertimos en los adultos que estamos llamados a ser. En pocas palabras, la mayoría de nosotros estamos aquí para aprender, mientras que algunos estamos llamados a enseñar. La paradoja es que en este caso los adultos están aquí para aprender, mientras que los niños son los que enseñan. Y esta es la razón por la cual una sociedad en la que cada vez hay menos niños conducirá necesariamente a una sociedad en la que cada vez habrá menos adultos.
Imagen principal: Cuadro de Zuber-Buhler Fritz – El relojero y su familia.
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