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Las familias numerosas son el próximo frente de batalla cultural

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Las familias numerosas son el próximo frente de batalla cultural
Imagen principal: Christian Adams del Catholic Herald

De acuerdo con la última edición del Catholic Herald, edición del Reino Unido,  el lobby ecológico contra las familias de más de dos hijos es cada vez más grande y hostil.

La declaración del príncipe Enrique de Inglaterra de que él y su esposa Meghan Markle incumplirían sus obligaciones con el planeta de llegar a tener más de dos hijos, es una  muestra de la fuerza que está tomando esa tendencia.

El movimiento «sin hijos» que se inició en los años 70 gracias al temor infundido por la supuesta «Bomba Poblacional» (la predicción fracasada de Paul Ehrlich), se ha venido reencauchando con distintos nombres en los últimos años («Birth Strikers«) es el más actual, atrayendo a un público cada vez más amplio.

El libro «Fatal Misconception», disponible en Amazon, hace un recuento de la historia del movimiento de reingeniería social más exitoso de los últimos tiempos: el de control de la natalidad.

Nuestros pastores , incluso, han olvidado predicar sobre la importancia de ser generosos en el número de hijos, y si tocan el tema en el mejor de los casos lo hacer para promover métodos de planificación natural.

Las recientes declaraciones del Papa Francisco, en el sentido de que para ser buenos cristianos no es necesario reproducirse como conejos,  hacen ver bastante anacrónico y fuera de base a un matrimonio católico que pretenda encarnar el mandato bíblico de «creced y multiplicaos».

Tomada de TN.com.ar

Las familias con más de dos hijos, cada vez más, se ven en la necesidad de dar explicaciones sobre si sus hijos son algo «planeado», así como responder a preguntas sobre cuándo piensan parar y en caso de que quieran tener más, explicar por qué.

Responder de forma convincente sobre la alegría de tener muchos hijos, o argumentar sobre la compatibilidad entre velar por una familia numerosa y tener una carrera laboral exitosa, no parece ser suficiente para unos interlocutores preocupados con el aumento en las emisiones de dióxido de carbono, que representa cada ser humano adicional que vive en el planeta.

Con esa situación en mente el periodista inglés Colin Brazier,  quien cuenta con estudios en demografía,  pretende con su artículo en el Catholic Herald, ayudar a otros padres de familia como él,  a desmontar los mitos más comunes que se ciernen sobre aquellas familias con tres hijos o más.

En primer lugar, advierte que el argumento de las economías a escala que generan las familias numerosas, en tanto que a diferencia de las familias con un solo hijo no pueden compartir recursos ni tienden a reciclar los artículos que usan los niños, no funciona frente a la acusación de que a largo plazo terminarán teniendo sus propios hijos, lo que a su vez incrementará de manera absoluta las emisiones de carbono que se pudieron ahorrar en un primer momento de sus vidas.

Colin Brazer es presentador de noticias en el canal SKY News, y recientemente enviudó. Su experiencia le permitió ver como el tener hermanos le ayudó a sus hijos asumir de forma saludable la pérdida de su madre.

Tampoco funciona ya el argumento de que tener varios hijos ofrece un punto de vista único, que permite asumir decisiones más responsables en cuanto al futuro del planeta,  ya que cualquiera puede asegurar que está comprometido con la «construcción de un mundo mejor». 

Por eso Brazier recomienda asumir un punto de vista empírico y global,  señalando por ejemplo, como las actuales bajas tasas de fertilidad hacen imposible de sostener el sistema de bienestar social a través de impuestos, debido a que en las próximas décadas es inevitable la reducción en el número de trabajadores contribuyentes.

La inercia poblacional se debe al «control de la mortalidad», más que al «control de la natalidad»

También es importante señalar que si bien el número de habitantes previsiblemente seguirá creciendo hasta llegar a los 10.000 millones, esto se debe al resultado de una inercia debida principalmente a la reducción de la mortalidad, y no a la falta de efectividad en el control de la natalidad.

Por otra parte, el estilo de vida tiende a tener un mayor impacto en las emisiones de carbono que el tamaño de la familia.

Las familias sin hijos en lugar de restringir el consumo que tendrían si invirtieran sus recursos en la educación de las próximas generaciones,  terminan alcanzando mayores ingresos producto de una carrera profesional «sin obstáculos» y destinándolos al consumo de lujo y a otro tipo de bienes no esenciales, con lo que suelen dejar una mayor «huella de carbono» que si tuvieran hijos.

En las regiones donde la caída de la fecundidad ha sido muy pronunciada, como en esta ciudad de la antigua Alemania Oriental las consecuencias sociales terminan siendo catastróficas.

Además, el incremento en el número de hogares unipersonales tiende a compensar, es decir perder, los ahorros en emisiones de carbono ganadas con la reducción del número de las familias.

Por otra parte, en sociedades donde priman las familias numerosas,  existe una solidaridad intergeneracional que permite que los más jóvenes se hagan cargo en sus mismos hogares de los miembros de la familia enfermos o ancianos.

Mientras que en las sociedades en donde predominan las familias pequeñas, se observa un incremento en el número de hogares solitarios,  ya sea debido al divorcio, la viudez o a la comodidad de vivir solo en su propio hogar.

En conclusión la población ya se dirige hacia su pico máximo,  y las reducciones de natalidad actuales se reflejarán  en una disminución que puede llegar a ser acelerada y traumática en el número de habitantes.

Y a menos que se esté abogando por la extinción de la especie humana a cualquier precio, una disminución precipitada en el número de habitantes no sólo puede conllevar una pérdida significativa de la calidad de vida, sino además el surgimiento de la violencia e injusticia que rodean las épocas de angustia y agitación social.

Además, en ese escenario también es previsible un estancamiento en el avance tecnológico que ha venido ofreciendo múltiples soluciones a cuestiones ecológicas, debido a que en las crisis económicas y sociales suele sacrificarse la inversión a largo plazo para enfocarse en la supervivencia a corto plazo.

Las preocupaciones liberales sobre los derechos de las mujeres

La reducción de la natalidad actual, que en Colombia ya se encuentra en 2.0 es decir por debajo de la tasa de reemplazo, en buena parte se ha justificado con el argumento del derecho de las mujeres a decidir el número de hijos que quieren tener.

Los progresistas suelen escandalizarse con cualquier política que se proponga para favorecer la natalidad, así como a las iniciativas para reconocer la importancia del trabajo del hogar y el cuidado,  como sucedió con la ley promovida por Cecilia López Montaño para reconocer el valor de la «economía del cuidado», que muchos feministas consideraron mal enfocado.

Sin embargo, la verdad es que siempre ha habido un número significativo de mujeres que quisieran tener más hijos de los que actualmente tienen, las cuales no reciben ningún reconocimiento y apoyo en materia de programas y políticas públicas.

De hecho, según el último Estudio Nacional de Demografía y Salud (2015) el número de mujeres que no quiere tener más hijos se encuentra en su punto más bajo,  y ha sido superado por el número de mujeres que quieren tener más hijos.

Fuente: Encuesta Nacional de Demografía y Salud. ENDS – 2015 Ministerio de Salud de Colombia.

Este hecho sumado a una tasa de natalidad inferior a la necesaria para sostener a largo plazo la calidad de vida en el país,  haría obvio la adopción de medidas de apoyo a la fecundidad.

Ya sea desde una perspectiva ecológica, o de la calidad de vida o del derecho a elegir de las mujeres,  la idea de seguir promoviendo una  reducción de la natalidad y en el número de miembros de las familias,  parece no sólo absurdo sino suicida.

Pero como lo advierte Brazier,  si quienes pensamos distinto no estamos dispuestos a desafiar esos lugares comunes que se han impuesto en la cultura,  terminaremos permitiendo que los promotores de familias pequeñas y sin hijos redefinan el significado de los niños, la familia y la sociedad, así como el futuro de nuestra economía.

Tal como lo ha descubierto China en medio de su actual pánico demográfico, una vez que los hijos únicos, acostumbrados a ser el centro de atención, crecen, es muy difícil que se dejen convencer de tener siquiera un hijo.

Documental sobre las consecuencias de la política del «hijo único» en China.

Por eso es necesario abandonar el discurso de la realización personal o de los derechos individuales, y comenzar a enfocar este debate desde la perspectiva de la supervivencia de las naciones.

Por más valiente que sea un promotor de los derechos de los niños, no va a atreverse a defender el derecho de un niño a tener un hermano,  así haya abundante literatura científica que demuestre las ventajas de los hermanos para su salud mental, para prevenir la obesidad, conductas delictivas, así como ser víctima de matoneo.

Mientras tanto, los ecologistas antinatalidad seguirán tomando fuerza para promover medidas cada vez más hostiles a las familias numerosas, como la de eliminar los beneficios tributarios del segundo hijo en adelante, lo que hicieron los ministros de hacienda Osborne, en el Reino Unido, y Cárdenas en Colombia, y hasta de esterilización forzosa después del segundo hijo, como proponía un célebre gobernador de Cundinamarca, hoy tras las rejas por corrupción.

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