“Entonces dijo Yahvé Dios:
‘No es bueno que el hombre esté solo;
le daré una ayuda semejante a él’”
Génesis 2,18
Los buenos comentarios y las lecturas generosas a propósito de un pasado artículo sobre el feminismo de equidad y el feminismo de género hacen pertinente una nueva reflexión acerca del espinoso tema de la igualdad entre el hombre y la mujer.
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Convertida en uno de los dogmas posmodernos, solo puede cuestionarse si se está dispuesto a enfrentar los abucheos y los dardos envenenados de una buena cantidad de enemigos declarados de la fe católica, cuando no de falsos amigos. Estos últimos resultan más peligrosos y nocivos que aquellos, pues tratan de hacer creer a los neófitos incautos que sus opiniones al respecto de este tópico tan trascendental constituyen la doctrina católica íntegra, erigiendo su visión subjetiva como norma y fuente de la teología moral cristiana.
El concepto de igualdad, proveniente de la expresión griega ισότητα, significa, si atendemos a la definición ofrecida por el diccionario de la Real Academia Española, “conformidad de algo con otra cosa en naturaleza, forma, calidad o cantidad”. Por tanto, teniendo como base este concepto es posible dilucidar si, según la doctrina católica, el hombre y la mujer son iguales, tema que toca a la antropología teológica y, después, a la teología moral.
La relación de complementariedad entre los sexos y de una amorosa autoridad del varón con respecto a la “varona”, como la denominan algunas traducciones de la Sagrada Escritura (Bover-Cantera, Jünemann, Nácar Colunga, Straubinger, Torres Amat), queda clara en el comentario que Monseñor Juan Straubinger hace al término utilizado por el autor sagrado en Gn. 2,23: “Así dice el hebreo y también la traducción de Scío. Usando la palabra varón en su forma femenina ‘varona’, hoy caída en desuso, se ve perfectamente que ante Dios, la mujer y el hombre tienen el mismo valor, aunque no la misma posición” (22).
Siguiendo el sentido original de esta expresión y su hondura metafísica, Santo Tomás explica el significado de la desigualdad de posiciones y roles entre el hombre y la mujer, que nunca debe ser entendida como derecho o permiso del hombre para abusar de la mujer, maltratarla o someterla como esclava:
Fue conveniente que la mujer fuera formada de la costilla del varón. Primero, para dar a entender que entre ambos debe haber una unión social. Pues la mujer no debe dominar al varón (1 Tim 2,12); por lo cual no fue formada de la cabeza. Tampoco debe el varón despreciarla como si le estuviera sometida servilmente; por eso no fue formada de los pies. En segundo lugar, por razón sacramental. Pues del costado de Cristo muerto en la cruz brotaron los sacramentos, esto es, la sangre y el agua, por los que la Iglesia fue instituida (Suma de Teología I. C. 92. Art. 3 resp.).
La cita de la epístola de San Pablo a Timoteo referida por el Doctor Angélico en este pasaje no solo confirma este punto sino que reafirma la autoridad del hombre sobre la mujer, que nunca, valga repetirlo, y de ningún modo, implica ni sugiere el abuso que algunos hombres inicuos hacen de ella, pero que sí refuta de plano todas las ideas falaces que el feminismo ha introducido en la mente y la conducta de la mujer contemporánea, incluso en mujeres que dicen profesar la fe católica, pero que, en este aspecto esencial, se resisten e intentan por todos los medios posibles crear una mixtura entre la Revelación y la Revolución gnóstica e igualitaria.
Es innegable que la revolución feminista, acelerada desde el mayo francés, en 1968, ha obligado a las mujeres a enfrentar las difíciles condiciones laborales que resultan mucho más rudas para ellas que para el sexo masculino. Por otro lado, muchos niños quedan semiabandonados, debido a que tanto sus padres como sus madres deben salir a trabajar durante toda la jornada, teniendo escaso o nulo tiempo para la educación de sus vástagos. El sentido común –y de esto se ha hecho eco la mentalidad católica– indica, a este respecto, que lo ideal es que, aun cuando padre y madre sean responsables de la educación de la prole, este deber recaiga, sobre todo, en la madre, a quien por su configuración física, psicológica y espiritual, le es más favorable permanecer dentro del hogar, no “encerrada”, sino como el lugar propio y propicio para el cumplimiento de dicha misión, y en el que además está resguardada del mundo, de situaciones, circunstancias y peligros físicos así como para su alma. El Catecismo del Santo Concilio de Trento manda en relación a este punto esencial:
Sea también su principal cuidado educar a los hijos en el culto de la religión, y cuidar con diligencia las cosas de la casa. Estense con mucho gusto recogidas en casa sin salir de ella, si no las obliga la necesidad, y nunca se atrevan a salir sin licencia de su marido. A más de esto tengan siempre presente, que después de Dios a nadie deben amar ni estimar más que a su marido, pues en esto señaladamente está afianzada la unión matrimonial, y asimismo condescender con él y obedecerle con muchísimo gusto en todas las cosas que no son contrarias a la piedad cristiana (336).
Esperar que la verdad de la fe católica no resulte incómoda y hasta indignante a personas que han sido educadas con base en los principios de la revolución sexual es una ingenuidad escandalosa, pero, frente a ese hecho, un buen católico recordará siempre el escolio del pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: “Sólo es fe verdadera la que parece inaceptable al profano” (121).
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Bibliografía
Catecismo del Santo Concilio de Trento para los párrocos ordenado por disposición de San Pio V. Trad. Agustín Zorita O.P. Barcelona: Imprenta de Sierra y Martí, 1833.
De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología I. Parte I. Trad. José Martorell Capó, Gregorio Celada Luengo, Alberto Escallada Tijero, Sebastián Fuster Perelló, José María Artola Barrenechea, Armando Bandera González, Eliseo Rodríguez Gutiérrez y Fernando Soria Heredia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001.
El Antiguo Testamento. Traducción directa de los textos primitivos. Tomo I. Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, Reyes (I-IV). Trad. Mons. Dr. Juan Straubinger.
Gómez Dávila, Nicolás. Escolios a un texto implícito II. Bogotá: Villegas editores, 2005.