Por: Claudia Patricia Melo Arévalo*
La debilidad del ser humano genera errores y caídas en muchas de sus vivencias diarias, así mismo, la convivencia -con frecuencia- produce en el otro daños directos o indirectos que causan heridas y que muchas veces no reconocemos o no somos capaces de enfrentar.
Es por ello, que necesariamente nuestra capacidad de perdonar y de pedir perdón debe estar configurada en nuestra relación con los demás. Al perdonar damos la oportunidad al otro para levantarse y ser mejor persona, se fomenta el crecimiento mutuo y nos permitimos renunciar a la venganza y al rencor.
El verdadero perdón implica aceptar la herida causada, enfrentando el dolor y el sufrimiento que esta pueda traer. Por lo tanto, eludir o negar el daño impide sanar la situación y, sobre todo, curar el corazón.
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Perdonar, así como amar, es una decisión. Cada persona de manera libre y voluntaria decide renunciar a la venganza, al odio y al rencor para poder visualizar a su agresor en su dignidad humana, sin prejuicios ni juzgamientos, reconociendo su propia vulnerabilidad, dando paso a una nueva oportunidad de ser mejor.
Renunciar a la venganza no implica que se deba renunciar al dolor; por el contrario, se puede perdonar llorando, porque el dolor es capaz de abrir los caminos hacia la sanación.
Perdonar es amar intensamente; es comprender la fragilidad del otro; es entender que cada ser humano necesita más amor del que aparentemente “merece”; perdonar es tener un corazón generoso y comprensivo que muchas veces va más allá de la justicia.
El perdón requiere, además, virtudes como la humildad y la prudencia, para no tener sentimiento de superioridad; para no maltratar, humillar o manipular al agresor, sino para tratarlo como tal vez nos gustaría que nos tratasen si hubiese sido nuestro error.
Por último, y no menos importante, la exigencia del perdón implica entregarnos a la gracia de Dios, cumplir con la identidad cristiana, pues a través de esa fortaleza espiritual será más fácil curar todas las heridas.
Evidentemente el perdón es una tarea difícil, pero solo perdonando podemos liberarnos nosotros mismos y dar libertad al otro para su proyección, fomentando así mejores relaciones, mejores familias y por ende una mejor sociedad.
*Trabajadora social, especialista en Desarrollo Personal y Familiar, de la Universidad de La Sabana. Esposa y mamá. Consultora de la Fundación Ser Fraterno.
Más información: www.fundacionserfraterno.org