El Señor nos busca, se fija en nosotros, nos pone en medio, como hizo con el niño del evangelio que se encontraba en la marginalidad de aquella estructura social, es decir; en la periferia de aquella sociedad para la cual no contaba mucho.
Jesús además de reconocerlo, llamarlo y ponerlo en el centro de la escena y de su enseñanza como ejemplo de quién es «el más importante», nos mueve a hacer de su discreción, ocultamiento y sencillez un camino de realización cristiana para vivir el Reino.
Jesús ha penetrado con su mirada nuestra vida, conoce la profundidad de nuestro corazón e intenciones y el material del que estamos hechos, conoce lo capaces que somos con su ayuda de un camino mejor al atajo que nos pierde del orgullo, la soberbia o la falsa grandeza dónde se nos complica la vida y nos perdemos.
La iniciativa de Jesús debe llevarnos a considerar ¿en el fondo qué actitudes sobradas tengo para que el Señor se fije en mí y salga a mí encuentro, invitándome a recibir el Reino como un niño? ¿Puedo tomar el camino de ocultamiento y sencillez que tengo por delante para dejar tantas complicaciones que distraen mi vida?.
Hoy en la Palabra; Jesús me busca para que abrace una espiritualidad de la infancia, es decir de la confianza en un Padre misericordioso que me ama y prioriza porque estoy en el centro de su corazón, para Jesús no estoy invisibilizado o en la periferia, por el contrario; estoy en el centro de su cuidado y custodia, él es mi buen Pastor.
Procuremos como católicos una espiritualidad de la sencillez y el ocultamiento, sin tanto ruido y liberada del dominio y las apariencias de las necias importancias mundanas, procuremos una espiritualidad tan discreta como el mismo Reino que tiene dinámicas sencillas y pequeñas que crecen sin parafernalias.
Hoy que Jesús pone en medio y en el centro a un niño y su búsqueda de una oveja extraviada, captemos sus intereses, fijémonos en quiénes llaman su atención:
El propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro de su hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino de la explicación de su propio ser y actuar.
(Benedicto XVI DCE 12)