Espiritual Fe

Un Laicado trabajando en la Viña del Señor.

“Vayan también ustedes a mi viña”

Mt 20, 1-16

La Palabra de Dios nos recuerda el compromiso de todos con el Reino, precisamente esta Palabra la utilizó Juan Pablo II en su carta Christifedeles Laicis (1988) para dirigir a todos los laicos una poderosa invitación para convocar las fuerzas del Laicado en la tarea evangelizadora y en la construcción de la civilización del amor en la sociedad: “vayan también ustedes a mi viña”.

Nuestros Obispos en Aparecida ( DA 209) volverán a una expresión y definición muy aclaratoria del Magisterio de Puebla: “los laicos son hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DA, 2007, p.128).

Esa expresión también fue recogida por el Papa Pablo VI, en el numeral 70 de su Exhortación Apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi (1975) siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II que expresó el ámbito propio de los laicos:  

El mundo basto y complejo de la política, de la realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los mass media, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento. 

Lumen Gentium p. 77

En este sentido el discipulado misionero de los laicos debe contribuir a la construcción eficaz de Iglesia y sociedad, mediante el testimonio y la actividad laical enfocada a abrazar  el modo de vida que exige el evangelio, buscando la transformación de las estructuras para que sean expresión de Reino y Vida, es decir, en la creación de estructuras justas según los criterios del evangelio.

El Laicado hoy más que nunca requiere, ante un mundo marcado por el relativismo atroz, que abrazando un auténtico proceso de conversión, testimonie una fe creíble; mediante la vía de la caridad, mostrando coherencia en la conducta, esto implica, una formación sólida, doctrinal (teológica), pastoral y espiritual.

Hemos de lograr un renovado ardor como misioneros para la evangelización de nuestro tiempo (EG, 2013, p. 14), porque solo asumiendo nuestra identidad de hijos, que renuevan y reafirman esa identidad mediante la vivencia de una espiritualidad profunda, solo así la Iglesia podrá contar con las fuerzas contenidas del laicado.

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