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Quietud y “Studiositas”. Comentario a una epístola de Séneca.

En las Epístolas morales a Lucilio de Séneca, particularmente la epístola 2 es rica en exhortaciones y consejos sobre el estudio y la lectura, que resultan de inmenso valor para quienes hoy se dedican a la apasionante vida académica, entendiendo por ello, no exclusivamente el trabajo de docencia e investigación en una institución universitaria, sino la búsqueda desinteresada de la verdad, el amor por el saber y el conocimiento, los cuales, valga advertirlo, pueden ser grandes ausentes en la universidad actual…

En un mundo agitado por el activismo y el afán totalitario de producción y utilidad, clásicos de la filosofía como Séneca reivindican el sosiego, la tranquilidad y el retiro en la vida de otium para poner los ojos en lo esencial. Es por ello que puede atribuírsele a su obra un carácter terapéutico, de curación y purificación del alma, amenazada por distintas enfermedades intemporales, pues así como afectaron a los hombres de la antigüedad, siguen presentes en la cultura contemporánea.

En las Epístolas morales a Lucilio de Séneca, particularmente la epístola 2 es rica en exhortaciones y consejos sobre el estudio y la lectura, que resultan de inmenso valor para quienes hoy se dedican a la apasionante vida académica, entendiendo por ello, no exclusivamente el trabajo de docencia e investigación en una institución universitaria, sino la búsqueda desinteresada de la verdad, el amor por el saber y el conocimiento, los cuales, valga advertirlo, pueden ser grandes ausentes en la universidad actual cuando esta se convierte en un aparato burocrático y traiciona su espíritu académico, o sea, filosófico, como indica Pieper en su célebre texto El ocio y la vida intelectual.

Séneca comienza su epístola con un elogio que es, al mismo tiempo, una recomendación: “Por las nuevas que me das y las que escucho de otros, concibo buena esperanza de ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar de lugar, agitación ésta propia de alma enfermiza: considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí” (I, 2,1). La sintomática inquietud o agitación del ánimo aparece como enfermedad en el estoicismo de Séneca, en la propuesta moral de los Padres del desierto, en la Patrística y en las dos grandes luminarias del pensamiento medieval: San Agustín y Santo Tomás de Aquino.

En sus Antirrhetikos, el monje Evagrio Póntico (345-399 d.C) identifica la inquietud en el cambiar de morada como una de las tantas manifestaciones de la acedia, enfermedad espiritual que consiste en la pérdida de sentido y gusto por la vida, como consecuencia de un rechazo de Dios y su Plan. El alma triste y consumida por la acedia busca otros lugares para vivir (Discurso VI, 15); la Palabra de Dios aparece, entonces, como remedio: “Cuenta con Yahvé y sigue su camino; Él te conducirá a la herencia de la tierra” (Salmo 36, 34).

Fernando Rivas Rebaque, experto en Historia Antigua de la Iglesia y Patrología, describe una de las manifestaciones de la acedia con las siguientes notas: “Se intenta cambiar continuamente de actividad, de lugar, de relaciones, de estatus…, todo con la finalidad de escapar del tedio, la soledad y la insatisfacción en que se desarrolla nuestra existencia. Es el tiempo de los cambios, esperando que con ellos todo se resolverá” (117).

La moral cristiana clásica, en continuidad con la propuesta de Séneca, pero perfeccionándola e iluminándola con la Revelación, considera que la inquietud y el deseo incesante de cambios expresa una problemática interna y acarrea graves consecuencias para el hombre, pues le impide aprender, formar su carácter, asentarse con firmeza en la realidad y sanarse de sus males, que empeoran con la inestabilidad y la fluctuación: “Nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios” (Epístolas morales a Lucilio I, 2, 3).

Quien curiosea entre libros e ideas, pero es incapaz de dedicarse con constancia al estudio de un determinado autor, tema, época o problema ofrece un espectáculo de erudición, pero oculta con fuegos artificiales su falta de disciplina. Para viajar no hace falta un barco, un avión o un carruaje. Se pueden hacer viajes mucho más trascendentales con la imaginación y entre textos. También en esto hay que saber moderarse y disciplinarse si se quiere llegar a buen fin y tener frutos.

En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino, en la Suma de Teología, definió la studiositas o estudiosidad como virtud subordinada a la templanza que consiste en la moderación del apetito de saber (II-II c. 166 art. 2 sol.) y define la curiositas o curiosidad como el vicio opuesto. Podría decirse que esa distinción se insinúa ya en las Epístolas Morales a Lucilio, pues Séneca convoca a su discípulo a una “dietética de la lectura”, que regula tanto la cantidad como la calidad de lo leído: “Es propio de estómago hastiado degustar muchos manjares, que cuando son variados y diversos indigestan y no alimentan” (I, 2, 4). El estoico, anticipándose a algunas clasificaciones posteriores, promueve la studiositas como señal de permanencia, equilibrio y solidez del carácter, muy necesarios en tiempos donde la misma educación universitaria está contribuyendo, culpablemente, con una confusión y una erudición en la que el verdadero saber y la construcción sistemática de una visión del mundo desaparecen para dar lugar a un conjunto desordenado de ideas que no se vinculan y que no contribuye a la búsqueda de la verdad, y por tanto, está muy lejos de elevar moralmente al hombre.

Bibliografía

De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología IV. Parte II-II (b). Trad. Armando Bandera y otros. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2009.

La Santa Biblia. Antiguo Testamento. Versión de Mons. Juan Straubinger.

Pieper, Josef. El ocio y la vida intelectual. Trad. Alberto Pérez Masegosa y otros. Madrid: RIALP, 2017.

Póntico, Evagrio. Antirrhetikos. Trad. Júlio Egrejas. Lima: Vida y Espiritualidad, 2010.

Rivas Rebaque, Fernando. Terapia de las enfermedades espirituales en los Padres de la Iglesia. Madrid: San Pablo, 2007.

Séneca. Epístolas morales a Lucilio I. Trad. Ismael Roca Melia. Madrid: Gredos, 1986.

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