«Ya no los llamo siervos…, a ustedes los llamo amigos» (Jn 15, 12-17).
Es importante destacar que en el discipulado hemos de tomar la postura de «siervos» para luego ser reconocidos por Jesús «amigos», como indica San Juan en el Evangelio: dejarnos guiar, corregir, formar, aprender a vivir cristianamente. Y el duro proceso de obedecer y servir diligentemente, es lo propio como don y tarea de quien admite ser acompañado en la Iglesia. No es un proceso fácil, muchos nos mostramos rebeldes, orgullosos, sobrados, desconfiados y hasta muy llenos de nosotros mismos, al punto de cerrarnos a admitir esta pedagogía exigente del Señor Jesús.
Vivir lo primero, ser siervos, es lo que nos puede merecer lo segundo: ser «amigos de Jesús». Esta más hermosa amistad resulta de ser fiel en lo poco, de haber entrado al discipulado y abrazar sus exigencias sin evadirlas, es decir, de tomar nuestro lugar de ovejas.
Precisamente el Salmo 23 refleja ese camino experiencial: un orante que se descubre oveja cuidada, guiada, defendida, protegida, auxiliada en el paso por las cañadas oscuras, devuelta a la vida (v. 1-4), y a consecuencia de ese proceso se reconocerá un amigo especial, invitado a sentarse a la mesa preparada por el mejor amigo, perfumado, habitando en la Casa de quien lo ama hasta el extremo y deseoso de vivir por siempre en ella (v. 5-6).
Seamos siervos, dejemos que nuestra vida sea guiada por Cristo en la Iglesia, dejémonos acompañar para crecer en nuestra comunidad, y así madurar para vivir en la Amistad Jesús.
Fraternalmente:
Miguel Salvador Fernández
Misionero Casa de la Misericordia.