Domingo 23 de agosto de 2020
Semana XXI durante el año – Ciclo A
+ Señal de la cruz
«En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
- Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles llena con tu divina gracia, los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.
- En presencia de Dios, pedimos perdón:
- Tú que has sido enviado para sanar a los contritos de corazón: Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
- Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
- Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
- Proclamamos la Palabra
(Leer lento, fuerte y entonado)
1º) Lectura del libro del profeta Isaías 22,19-23
Salmo: 137
2º) Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 11, 33-36
3º) Evangelio de N.S. Jesucristo según san Mateo 16, 13-20
Catequesis para mayores de 12 años
Benedicto XVI. Audiencia General (07-06-2006): Pedro, la roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. «Te llamarás Cefas, que quiere decir “piedra”»
El evangelista san Juan, al relatar el primer encuentro de Jesús con Simón, hermano de Andrés, atestigua un hecho singular: Jesús, «fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas», que quiere decir «Piedra»» (Jn 1, 42).
Jesús no solía cambiar el nombre a sus discípulos. Si se exceptúa el sobrenombre de «hijos del trueno», que dirigió en una circunstancia precisa a los hijos de Zebedeo y que ya no volvió a usar, nunca atribuyó un nuevo nombre a uno de sus discípulos. En cambio, sí lo hizo con Simón, llamándolo «Cefas», nombre que luego fue traducido en griego por Petros, en latín Petrus. Y fue traducido precisamente porque no era sólo un nombre; era un «mandato» que Petrus recibía así del Señor. El nuevo nombre, Petrus, se repetirá muchas veces en los evangelios y acabará sustituyendo a su nombre originario, Simón.
El dato cobra especial relieve si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio del nombre por lo general implicaba la encomienda de una misión. De hecho, la voluntad de Cristo de atribuir a Pedro una importancia particular dentro del Colegio apostólico se manifiesta a través de numerosos indicios: en Cafarnaúm, el Maestro se hospeda en la casa de Pedro ; cuando la muchedumbre se agolpaba a su alrededor a la orilla del lago de Genesaret, entre las dos barcas allí amarradas Jesús escoge la de Simón; cuando en circunstancias particulares Jesús se llevaba sólo a tres discípulos, a Pedro siempre se le nombra como primero del grupo: así sucede en la resurrección de la hija de Jairo, en la Transfiguración y, por último, durante la agonía en el huerto de Getsemaní.
Además, a Pedro se dirigen los recaudadores del impuesto para el templo y el Maestro paga sólo por sí y por Pedro. Pedro es el primero a quien lava los pies en la última Cena y ora sólo por él para que no desfallezca en la fe y pueda confirmar luego en ella a los demás discípulos.
Por lo demás, Pedro mismo es consciente de su situación peculiar: es él quien a menudo toma la palabra en nombre de los demás; habla para pedir la explicación de una parábola o el sentido exacto de un precepto o la promesa formal de una recompensa. En particular, es él quien resuelve algunas situaciones embarazosas interviniendo en nombre de todos. Por ejemplo, cuando Jesús, entristecido por la incomprensión de la multitud después del discurso sobre el «pan de vida», pregunta: «¿También vosotros queréis iros?», Pedro da una respuesta perentoria: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».
Igualmente decidida es la profesión de fe que, también en nombre de los Doce, hace en Cesarea de Filipo. A Jesús, que le pregunta «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 15-16). Acto seguido, Jesús pronuncia la declaración solemne que define, de una vez por todas, el papel de Pedro en la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (…). A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 18-19).
Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro. Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término: «primado de jurisdicción».
Esta posición de preeminencia que Jesús quiso conferir a Pedro se constata también después de la resurrección: Jesús encarga a las mujeres que lleven el anuncio a Pedro, distinguiéndolo entre los demás Apóstoles; la Magdalena acude corriendo a él y a Juan para informar que la piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro y Juan le cede el paso cuando los dos llegan ante la tumba vacía; después, entre los Apóstoles, Pedro es el primer testigo de la aparición del Resucitado. Este papel, subrayado con decisión, marca la continuidad entre su preeminencia en el grupo de los Apóstoles y la preeminencia que seguirá teniendo en la comunidad nacida con los acontecimientos pascuales, como atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Su comportamiento es considerado tan decisivo que es objeto de observaciones y también de críticas. En el así llamado Concilio de Jerusalén Pedro desempeña una función directiva y, precisamente por el hecho de ser el testigo de la fe auténtica, Pablo mismo reconoce en él su papel de «primero».
Además, el hecho de que varios de los textos clave referidos a Pedro puedan enmarcarse en el contexto de la última Cena, en la que Cristo le confiere el ministerio de confirmar a los hermanos, muestra cómo el ministerio confiado a Pedro es uno de los elementos constitutivos de la Iglesia que nace del memorial pascual celebrado en la Eucaristía.
El hecho de insertar el primado de Pedro en el contexto de la última Cena, en el momento de la institución de la Eucaristía, Pascua del Señor, indica también el sentido último de este primado: Pedro, para todos los tiempos, debe ser el custodio de la comunión con Cristo; debe guiar a la comunión con Cristo; debe cuidar de que la red no se rompa, a fin de que así perdure la comunión universal. Sólo juntos podemos estar con Cristo, que es el Señor de todos. La responsabilidad de Pedro consiste en garantizar así la comunión con Cristo con la caridad de Cristo, guiando a la realización de esta caridad en la vida diaria.
Oremos para que el primado de Pedro, encomendado a pobres personas humanas, sea siempre ejercido en este sentido originario que quiso el Señor, y para que lo reconozcan cada vez más en su verdadero significado los hermanos que todavía no están en comunión con nosotros.
Oración: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra las perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tu príncipe de la milicia celestial arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.”
Catequesis para menores de 12 años
- Se proclama el evangelio y se ayuda a los niños a recomponer el relato, buscando los detalles.
- Se explica desde las ideas centrales de la catequesis de adultos (el texto anterior).
- Reflexionamos las palabras: “Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los Cielos.”
- En silencio meditamos con el corazón el significado de estas palabras y las compartimos.
Oración: Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Hasta que alcance los brazos de Jesús, María y José.
- Cada uno de la familia dice una acción de gracias. Dios Padre, te damos gracias por …
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- Ahora, cada uno hace una petición. Dios misericordioso, te pedimos por …
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- Presentación de las ofrendas. En la Pascua, Jesús se ofrece como cordero sacrificado al Padre por nosotros. Ahora nosotros, unidos a Cristo, también podemos hacernos Eucaristía. En este momento, cada uno de la familia, dice cuál es la ofrenda que le presenta a Dios. Ejemplos: ayudar en casa, estudiar, rezar alguna oración, llamar a alguien para saludarlo, hacer un pequeño sacrificio, estar al servicio, etc..
- Oramos unidos a Jesús: Padre nuestro…
- Nos damos la Paz del Señor, como gesto de amor.
- Oramos a María: Dios te saluda María …
- Comunión espiritual: Creo, Jesús mío, que estás en el Santísimo Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. (breve silencio). Y ahora, como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti.
- Oremos: Señor Dios, que unes a tus fieles en una sola voluntad; concédenos amar lo que mandas y esperar lo que prometes, para que, en la inestabilidad del mundo presente, nuestros corazones estén firmes donde se encuentra la alegría verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
Sagrada Familia de Nazaret: Ruega por nosotros.
- Los padres se bendicen entre ellos y bendicen a los hijos, haciendo una cruz en la frente. Nos hacemos la Señal de la cruz diciendo: + El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la Vida eterna. Amen.
Sugerencias:
LA ORACIÓN FAMILIAR
La familia es un santuario donde Dios quiere habitar. Es un lugar sagrado donde se hace presente el amor de las Tres Personas divinas.
La familia cristiana vive de la Palabra y la Eucaristía, haciendo de su casa un templo de oración. Por ello les ofrecemos esta guía de oración personal y familiar,[1] realizada por un sacerdote de Fasta, para las Familias Peregrinas que buscan habitar en Dios. La Oración familiar espiritualiza el ejercicio fundamental de las virtudes morales y teologales en la vida del hogar cristiano.
Para hacer Oración Familiar, dejamos todos previsto: apagamos los celulares y las pantallas, sin prisa por la comida, generamos un ambiente de silencio, etc. De este modo haremos Iglesia en nuestro hogar. Se reúne la familia en una sala de la casa en torno una mesa, cubierta con un mantel blanco, colocamos un crucifijo, una imagen de la Sagrada Familia o de la Virgen María, y en el centro la Biblia junto a una vela encendida. Los padres, o uno de ellos, son los responsables de guiar a los hijos en este momento de oración para entrar en alabanza y diálogo con Dios.
Fraternalmente, [email protected]