Es la Fiesta de la Visitación de nuestra Madre María a su prima Isabel, y podemos considerar que tener a Cristo en nuestro interior como María lo lleva en su vientre y en su corazón, implica como a nuestra Madre el ponernos en camino, en movimiento. Así es la Fe Cristiana: no deja a los seres humanos anquilosados, aparcados en sí mismos, distraídos o aprisionados en su metro cuadrado sin poder ir más allá.
El acontecimiento de un Cristo que se encarna, acogido por la Fe en nuestro interior, dinamiza la vida, expande los horizontes de servicio, vence los obstáculos en la marcha con tal de obrar el bien porque la vida se acrecienta dándola, mientras no vivir esta fe luminosa es perder la existencia en el aislamiento, en el egoísmo, en la mentira de quien cómodo no alcanza a sentirse corresponsable del bien y de la salvación de los demás.
Me gusta considerar el desplazamiento de María Santísima hacia la periferia geográfica y existencial donde habita y se encuentra su prima Isabel, como la primera MARCHA POR LA VIDA. Aquí está una motivación poderosa para nuestra causa: se trata de la solidaridad de creyentes y ciudadanos que atraviesan las montañas escarpadas y los obstáculos que tengan lugar, sean ideológicos, políticos o jurídicos, porque sabemos que hemos de custodiar la vida que salta en el vientre, brindando apoyo y acompañamiento a las Madres.
Un dato muy alentador para sacudirnos de la indiferencia y la comodidad, es advertir que en su tiempo nuestra Señora recorrió entre 100 y 150 kilómetros para ir de Nazaret, norte de Israel, a la posible población de Ain Karin en las montañas de Judá. Así fue su MARCHA POR LA VIDA: se necesitaban más de 32 horas para ese recorrido, sumando a ello el estado de buena esperanza en que se encontraba, estado que constituía el motor de su vida.
Miguel Fernández
Misionero Casa de la Misericordia