De un estupendo y sentido artículo (que invitamos a leer) escrito por «Jorge» –un sacerdote– y publicado en Infocatólica, hemos tomado un breve pasaje que hace alusión a un episodio de la novela Don Camilo, obra literaria por excelencia del escritor italiano Giovani Guareschi, y que viene muy bien como reflexión ante el actual estado de cosas.
En estos días de coronavirus, cuando casi hora a hora nos llegan instrucciones diversas y posiblemente hasta veamos los templos cerrados, me he acordado de una preciosa historia de este buen párroco italiano.
Una vez más se había desbordado el Po y la aldea de D. Camilo hubo de ser abandonada. Todos marcharon menos D. Camilo, que se trasladó a vivir a la torre de la iglesia.
Allí, en su torre, él seguía tañendo las campanas y celebrando su misa a la hora de siempre, porque decía que la gente, en la distancia, al escuchar las campanas, se sentiría reconfortada y sabría que Dios seguía cuidando de cada uno.
Especialmente emotiva la celebración de la eucaristía, él solo, y el toque en la consagración. Estarían lejos, pero sabían que la misa se celebraba en su parroquia por todos.