Espiritual

La Eternidad toca a tu puerta

Escrito por Marcela Cardona

Si le damos un vistazo a vuelo de pájaro a los cuatro evangelios, podemos concluir que la vida de Jesús estuvo siempre enfocada en la eternidad de donde vino y a donde volvía; ese lugar o estado del alma, en el que la presencia de Dios y su beatitud impregnan todo de Amor y, como dirá San Juan en el Apocalipsis, toda lágrima será enjugada y no habrá más llanto ni dolor.


El mensaje de Jesús, tan contundente, profundo, eterno y claro, que no puede dejar de entenderse como un llamado a una vida que nos espera después de esta, en este tiempo parece haberse diluido en la Iglesia que llama a congresos de sanidad y milagros, antes que a jornadas de confesión y arrepentimiento.

Es posible que mi lenguaje suene algo crítico, y no es mi intención; la verdad, solo quiero llamar la atención para que los que nos decimos seguidores de Cristo, tomemos la brújula de su doctrina y sus enseñanzas.

“Mi reino no es de este mundo”, dijo Jesús a Pilato en el interrogatorio en el Gábbata, que podría decidir su destino, el que ingenuamente, Poncio el gobernador romano, suponía estaba en sus manos y poder humano.

Su vida pública la dedicó a mostrar a sus apóstoles, judíos como Él y temerosos siquiera de nombrar a Dios, un ABBÁ, que es su Padre y el de todos, que habitando en el cielo, ha tenido la misericordia de mirar a la tierra y poblarla, ha querido dar al hombre, criatura suya, inferior que los ángeles, la voluntad y la libertad, y la herencia de ese reino que no tiene nada que ver con poseer, con ostentar poder, con estar por encima de los demás.

Si le damos un vistazo a vuelo de pájaro a los cuatro evangelios, podemos concluir que la vida de Jesús estuvo siempre enfocada en la eternidad de donde vino y a donde volvía; ese lugar o estado del alma, en el que la presencia de Dios y su beatitud impregnan todo de Amor y, como dirá San Juan en el Apocalipsis, toda lágrima será enjugada y no habrá más llanto ni dolor.

Un estado así deseamos todos, que en este mundo saboreamos, sí o sí, la adversidad, las contrariedades, la escasez, las pérdidas y las decepciones.

Y siendo una realidad segura que nos espera a todos, la eternidad que toca a nuestra puerta día a día de muchas maneras, la dejamos ahí en ese lugar de la mente que se llena de telarañas porque es un tema que no queremos tocar, es tópico que evitamos en conversaciones, e incluso en nuestros solitarios pensamientos, cuando sentimos el toc – toc insistente que viene a recordarnos nuestro paso por esta vida como un peregrinar, como un viaje que tiene punto de llegada.

La eternidad nos llama y está tras el umbral de la muerte, la que –queramos o no–, está presente cada día en nuestra VIDA. La vida y la muerte siempre van entrelazadas porque nadie hay sobre la tierra que no esté en proceso de muerte. El primer respiro ya es el primer paso por el camino que nos conduce a la eternidad, y esa puerta llamada muerte la podemos encontrar en cualquier momento, de frente a nosotros, abierta para recibirnos sin esperar despedidas o puestas en orden de todos los asuntos que ocupan nuestro existir.

El seguidor de Jesús de manera seria, debe tener presente siempre que la vida se acaba. El libro de los Salmos, libro de oración de cabecera para Cristo en sus días terrenos, nos recuerda que somos como el polvo, como las flores y la hierba, y así en el evangelio según San Mateo, el mismo Jesús nos exhorta a buscar ese reino, que está más allá de este mundo, y que aunque infinito, también habita en nosotros, en nuestro interior que abarca la infinitud de Dios, antes que buscar las cosas necesarias de este mundo, que Él sabiamente llama “añadiduras”.

“Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

Mateo 6, 33 – Bíblia Católica Online

Porque por más de estas añadiduras que podamos poseer, atesorar o acumular, todas y cada una, han de quedarse en la tierra, lugar a donde pertenecen, y cuya esencia corresponde con ellas, materiales y efímeras. Nosotros hemos de ir desnudos hasta de nuestro propio cuerpo que esperará hasta el momento sublime de la resurrección, al encuentro de nuestra realidad, a la cosecha de lo que sembramos aquí, y no en la tierra que se queda, sino en los corazones que se cruzaron en nuestro camino.

El estado eterno es un estado espiritual que requiere un equipaje simple: EL AMOR dado y recibido, la obras que de las virtudes teologales nos llevamos empacadas en el alma, para presentarnos con ellas ante el trono de la Gracia.

Las palabras de Jesús siempre fueron claras, sin ningún tipo de engaño escondido, nos dijo a qué se parece el reino de los cielos, nos explicó que –para llegar al cielo–, hay que ir por el camino estrecho y la puerta angosta; y no solo fueron sus palabras, fue su estilo de vida la mayor enseñanza de tener clara y segura la eternidad.

Una eternidad gozosa en la presencia envolvente y amorosa del Padre al que iba de nuevo, terminando su experiencia humana, a prepararnos una morada, y además a enviarnos como un gran regalo de poder y revelación de las verdades ocultas a nuestra humanidad, la unción del Santo Espíritu.

Hoy la eternidad está tocando a tu puerta y a la mía. ¿Qué tan preparados estamos para abandonar esta tierra y tomar posesión de nuestra morada celestial? Cuántos asuntos pendientes tenemos diariamente, cuánto tiempo ocupamos en ellos, mientras los momentos de oración son escasos y llenos tal vez de distracción.

Los santos más relevantes de todos los tiempos recibieron del Espíritu Santo el regalo de entender la fatuidad de esta vida, su valor únicamente en el sentido real de ser una escuela de aprendizaje para la graduación que se alcanza en la eternidad, de un viaje peregrino hasta el destino que se prepara de acuerdo con los pasos dados en ese camino. Desprendidos de todo y asidos a Dios con todo su ser, trascendieron lo humano, lo material y trascendieron con su vida y sus obras la historia y los grandes personajes públicos que fueron notorios en su época y trajeron desarrollo para muchos campos.

Los santos sencillos, simples y desposeídos, sabían y esperaban a la puerta de su corazón el toque de la eternidad, que los llamaría a una vida mejor, a una vida que se construye en este día a día, con las herramientas que nos dejó Jesús en los evangelios, con su ejemplo y con su entrega.

Ellos, conocedores de la esencia humana, dejaron su legado para que –en el tiempo– quienes tuvieran el anhelo y la capacidad de ir en pos de la verdad, pudieran tener caminos y maneras de llegar a la puerta de la eternidad preparados, con las lámparas encendidas, por no haber dejado olvidado el aceite de la oración, la eucaristía y el conocimiento de Cristo en la Palabra.

Fotografía: Wikipedia, Montes de la Eternidad, Antártida.

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