Espiritual Fe

La Carrera que nos toca; apuntes de un Retiro.

“Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús… y no os canséis ni perdáis el ánimo.


Hb 12,1-4

El Presente año, me ha permitido animar en mí comunidad de la Casa de la Misericordia algunos puntos de reflexión que he predicado en los Retiros de los servidores y misioneros, la segunda lectura de este domingo vuelven a refrescarlos en mí pensamiento, espero sea de ayuda para que puedas mantenerte en la carrera de nuestro cristianismo católico sin desanimar o retomando el paso y el ritmo perdido;

No perder el amor de antes.

Debemos tratar de renovar esa poderosa experiencia de locura por el Señor y su causa, lograr que el pasar de los años no nos robe la vitalidad en nuestra respuesta a ese infinito Amor que Dios nos tiene. No permitamos que la rutina y los afanes nos desgasten el amor y la pasión por Jesús y su Iglesia. Somos una Familia Espiritual que vive del encuentro con Cristo permanentemente, a todos nos toca recomenzar desde Cristo, No dejes de encontrarte con él. (Ap 2, 4)

Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir.

Sacudirnos de los reclamos, las justificaciones, las situaciones paralizantes, miedos y complejos que nos atan como servidores y cristianos. Volvamos a lograr un espíritu intenso de oración, sacrificio y combate espiritual por nuestra comunidad e Iglesia. Aprovechemos el momento actual y las dificultades presentes para purificarnos y acercar nuestro corazón al interés comunitario sacudiéndonos del egoísmo y el individualismo que termina tentándonos. Que nada y nadie nos robe el valor de la comunidad, de perseverar en ella y estar comprometidos con construirla con el servicio y los carismas. (Ap 3, 2)

Mantener encendidas nuestras brazas con el aliento de todos.

La sobre vivencia y la fortaleza de la comunidad en este difícil tiempo como de toda la Iglesia y su fecundidad espiritual, depende de la gracia del Señor en todos nosotros sus miembros; la comunidad necesita de ese aliento que la potencia en el contacto de todos con el Señor. Tú decisión de estar en gracia, orante y comprometido es fuego que arde para que avives y lo propagues en los hermanos.

Somos corresponsable de nuestros hermanos, no dejemos que se extingan las brazas, debemos corresponsables del ambiente pastoral y misionero de nuestras comunidades y evitar que los hermanos por falta de acompañamiento y oración se apaguen. Debemos evitar apagar el mechón humeante, no apagar el pábilo vacilante, asegurémonos que vuelva a encender más y mejor. Pregúntate: ¿Como puedo yo estar apagando mi comunidad? ¿Cómo puedo estar alentando, encendiendo sus brazas?

Seamos la comunidad de Ananías.

La figura de Ananías es la de una comunidad que afronta el desafío de producir un Pablo para la Iglesia en circunstancias complejas. “Ananías tenía razón en su prejuicio frente a Saulo quién les había perseguido violentamente, pero Dios tenía la pedagogía”, Ananías alentó aquella braza acatando una obediencia exigente, esa braza sería tan intensa que impregnaría del fuego de Dios el mundo conocido. Por favor; no dejemos nuestra comunidad en la frialdad. (Hch 9,11s)

No hemos sufrido lo suficiente por la Iglesia y la comunidad, pero sí nos hemos quejado demasiado.

El relato de la segunda y profunda conversión de San Pablo nos advierte la numerosa realidad de sus extremos sufrimientos por Cristo, su Iglesia y la Misión. Cuando los comparamos con los nuestros advertimos que nos hemos quedado estancados en la queja, la murmuración y los reclamos. Releer a San Pablo como hombre de Iglesia que se sacrifica por ella, puede animarnos hacia una segunda conversión que urge a nuestra identidad y madurez cristiana, y es la de la pertenencia e identificación comunitaria al precio que corresponda.

Todos debemos a esta altura del camino morir a nosotros mismos, a nuestros caprichos y a nuestras resistencias que impiden la madurez comunitaria. Pidamos a San Pablo que nos ayude con su intercesión y nos provoque con su ejemplo. (2 Co 11, 21s)

Escuchemos al Papá San Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi;

“Conservemos pues el fervor espiritual . Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas . Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos , sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo , y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo. (# 80. Diciembre 1975)

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