Espiritual

Ir al desierto hoy. La Cuaresma y los jóvenes

Escrito por Invitado

Enseñemos a los jóvenes el valor y el sentido profundo que tiene cada gesto, cada símbolo, cada invitación, y aprendamos de ellos la novedad, el empeño y el amor con el que muchos viven intensamente, sin dejar la alegría de su juventud.

Por Alejandro Usma Díaz

Lic. Ciencias Religiosas U.P.B.
Coordinador Académico Colegio Cumbres, Medellín.
Miembro del Regnum Christi.

El mundo actual y su enorme figura con todas sus luchas y contradicciones, devela, suceso tras suceso, su progresiva sed de eternidad. En esa dinámica de aparente batalla contra los principios, valores y fundamentos que han sostenido la civilización occidental, suele esconderse a menudo una azarosa necesidad de trascendencia y un afán vital de la razón última de la existencia: Dios.

Esas ganas de rebatir constantemente lo que ya está, es muy evidente en los jóvenes, que contradicen en su momento de vida todo lo que parezca sistémico, orgánico, ordenado y jerárquico. No en vano es la época juvenil en la que brilla la anarquía, la contraposición a la norma, el desafío a la autoridad de los padres y los maestros; la inconformidad con el sistema, el asqueo de la escuela, y la pelea contra todo lo que tenga un lugar en el tiempo, nada más que por eso: por ser perdurable. En ese escenario tiene que ser particularmente dinámica nuestra fe, para hacer que el dogma en el cual creemos, sea asimilado desde la niñez por todos, y así sea amado, aceptado, valorado, respetado y celebrado.  Es todo un reto para la Iglesia mantener cerca a sus hijos, ir por los alejados, luchar contra sus enemigos, y saber descubrir en el lenguaje juvenil ese anhelo profundo de Dios, que deben descubrir y encauzar.

Y para ese cometido tiene la Iglesia unas armas concretas: la liturgia, por ejemplo; que puede llegar a ser un vehículo poderoso de la Tradición y de la fe misma. En ella, que tiene como objetivo dar el culto debido a Dios a través de los gestos y símbolos del hombre, tiene un lugar privilegiado el año litúrgico dividido en sus tiempos, que son todo un camino pedagógico de comprensión de nuestra fe y nuestra doctrina. La cuaresma, por ejemplo, llama la atención por tener una dinámica muy propia y muy pedagógica. La marcan sus notas de penitencia, austeridad, abstinencia, mortificación, privaciones, cambio, conversión.  Todo ello puede sintetizarse en los tres pilares que la fundamentan: limosna, ayuno y oración. Temas que escandalizan a los modernos, claro; en el mundo del hedonismo, de la sensualidad, del bienestar físico. La invitación a no comer carne en el mundo del veganismo parece una estupidez; y la concepción más prístina de la penitencia, en un mundo que hoy idolatra los cuerpos y el confort, parece una locura.

¿Qué cuaresma podemos mostrarle a los más jóvenes, que tal vez no han aprendido de niños el sentido profundo de nuestras costumbres y prácticas piadosas? 

El reto no es solo para el clero; es en principio para los padres, primeros educadores en la fe de sus hijos, y luego, es deber de toda la comunidad cristiana dar testimonio fiel a los neófitos y a los jóvenes, con la palabra y el ejemplo, de aquello en lo que cree.

Que la Iglesia se acomode a las exigencias del mundo actual, no es una vía posible. Jesucristo instituyó su Iglesia para que fuera un faro de luz en medio de las tinieblas del mundo. Cristo fundó su única Iglesia para que fuera el arca universal de salvación que rescatara a los hijos de Adán de los mares turbios del demonio. Cristo dejó su Iglesia como sacramento universal, fuera de la cual no puede haber salvación. En ese sentido, lo que hay que hacer no es disfrazar, maquillar o mucho menos anular nuestra ascesis; más bien hay que enseñarles a los hijos nuevos de la Iglesia a amar la metodología de la fe, como medio eficaz de alcanzar la gracia que, por las prácticas piadosas, y en la celebración de los sacramentos, se promete y se alcanza.

Hoy, más que nunca, y haciendo actual el lenguaje del profeta Oseas, la Iglesia no puede renunciar a llevar a sus hijos al desierto, que es el lugar con el que se ha asociado la vivencia cuaresmal, donde el Señor les hable al corazón y los conquiste (Cfr. Os 2, 14), y sus esfuerzos deben enfocarse en la novedad de los métodos, sin renunciar a la riqueza de las prácticas de siempre; cargarlas de sentido, y hacer que reflejen la verdad de las realidades más profundas que su constitución externa significa.

La hermosura de Jesucristo

Una Cuaresma para los jóvenes de hoy tiene que ser, en primera instancia, una invitación a descubrir la hermosura de Jesucristo, el Siervo sufriente de Yahvé: en los demás, en los pobres, en sus amigos, pero también en sus imágenes. Por tanto, pretender ocultar los crucifijos, o despreciar las representaciones de su Pasión, es un despropósito.

Nadie que no vea el precio que pagó el Señor por su rescate, podrá estar listo para comprender, aceptar y sentirse objeto de la hondura de su misericordia.

Una Cuaresma para los jóvenes de hoy tiene que llevarlos a buscar, mediante el encanto de su liturgia y sus símbolos, el arrepentimiento, la contrición del corazón, y por ende la confesión. La lectura de los profetas, los pasajes en los que el Señor llama con severidad pero con amor a la conversión, el lenguaje llano del canto simple, la sencillez de los altares sin flores, deben significar que la Iglesia –como el alma– se prepara para limpiar su casa, y tenerla lista para el Señor. Da una alegría enorme ver a muchos jóvenes intensificar sus exámenes de conciencia, y buscar con más frecuencia la confesión por estos días.

Muchas realidades y movimientos eclesiales, así como familias y grupos espirituales en la Iglesia, ponen especial atención en conducir a sus jóvenes a la práctica de una verdadera caridad: las iniciativas de asistencia social con sentido cristiano que se ven en grupos de amigos que se unen para dar casa a alguna familia necesitada, o que organizan misiones por pueblos y veredas, o se levantan en la madrugada para llevar pan y bebidas calientes a los habitantes de la calle; los voluntariados en hospitales, ancianatos, escuelas. Todas esas son formas nuevas de limosna auténtica, si se hacen con el ánimo de llevar a Cristo a los demás.

Las privaciones voluntarias para forjar el carácter, cuando comprenden que crecen en la virtud si saben decirse no a sí mismos, y a sus gustos y apetencias. Enseñarles el valor de una mortificación simple, ofrecida a Dios como recuerdo de los dolores de su Hijo; mortificaciones “que no mortifiquen a los demás”, como dice sabiamente San Josemaría Escrivá (Cfr. Camino 179): la salida a cine postergada, la jarra de cerveza cancelada, la compra del jean que me gusta aplazada, para usar ese dinero en el bien de algún necesitado.

Llegar a encontrar la dulzura de la oración, que se evidencia en muchos templos y capillas de adoración eucarística; en el incremento de los momentos de plegaria personal, en rezo más frecuente del rosario y del viacrucis, en la meditación pausada de algunos minutos durante el día, son frutos maduros que ofrece la cuaresma, y que hemos de saber apreciar, degustar y ofrecer a los que vienen detrás de nosotros en su camino personal de unión con Dios. Dedicarse con empeño al estudio, si es el momento histórico de estudiar, es una buena forma de ofrecer a Dios un homenaje. Para los jóvenes, apóstoles modernos –decía el mismo san Josemaría– una hora de estudio, es una hora de oración.

Hagamos todos el ejercicio de redescubrir la grandeza del tiempo de cuaresma. Enseñemos a los jóvenes el valor y el sentido profundo que tiene cada gesto, cada símbolo, cada invitación, y aprendamos de ellos la novedad, el empeño y el amor con el que muchos viven intensamente, sin dejar la alegría de su juventud, este hermoso tiempo.

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