Espiritual

Adentrarse en el Silencio…

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“No más ruido, no más iniciativas. Sólo aprender a escuchar. Y ello es posible únicamente adentrándose en el Silencio. Porque allí es en donde se escucha la verdadera Voz de Dios…”.

Callarse es una cosa, pero “adentrarse en el silencio” es otra muy diferente.

Callarse es cerrar la boca, dejar de hacer ruido, abstenerse de opinar, de escribir, de andar ponderándolo todo y de emitir un juicio.

Adentrarse en el silencio es abrir la boca, extasiado ante la inmensidad y la magnitud de lo que se contempla.

Es apartarse de los ruidos exteriores y aún de los propios –que nada tienen de ‘interiores’– y que son un bozal para el espíritu. Es alejarse del bullicio mental, del barullo de opiniones y comenzar a entrar “en sí mismo”: a descubrir la propia identidad, tejida de anhelos, pero también de miserias, de errores y de pecados.

Adentrarse en el silencio es descubrir la verdad sobre sí mismo, a la Luz de la única, plena y auténtica Verdad. Es asumir de manera consecuente la responsabilidad que nos compete; pero, también, es entender de qué barro estamos hechos y, sin justificarnos, aceptar nuestras carencias y empeñarse en superarlas y en sobreponerse, incluso, a los propios defectos.

Adentrarse en el silencio es buscar el modelo de perfección, el único posible, fuera de nosotros y sin perfeccionismos de nuestra parte: sólo contemplando la grandeza de la Majestad Divina y la vileza de nuestra naturaleza herida, a la Luz de la Perfección Original con la que fuimos concebidos y a la que estamos llamados a volver, con nuestro propio esfuerzo y cooperación.

Adentrarse en el silencio es entender la Dignidad de la que estamos provistos, y esforzarse en alcanzar la estatura humana y el reflejo de la chispa divina que nos corresponde. Es entender que no somos sólo una ‘naturaleza’, sino que fuimos creados con un propósito y que nuestra vida y nuestro camino tienen una finalidad.

Adentrarse en el silencio es percatarse de la tensión que pervive en nuestro interior, entre naturaleza y Gracia.

Adentrarse en el silencio es encontrar la auténtica medida de nuestra autoestima: la Dignidad de Hijos, y luchar por ella, con la mirada puesta en el Amor del Padre, y en la incondicional entrega del Hijo que nos hace hijos y herederos.

Por ello, no más ruido, no más iniciativas. Sólo aprender a escuchar. Y ello es posible únicamente adentrándose en el Silencio. Porque allí es en donde se escucha la verdadera Voz de Dios: una suave brisa que contiene en sí la fuerza de un huracán, pero que al pasar no arrasa, aunque lo saca todo de su quicio, sin mover nada y, no obstante, conmoviéndolo todo.

Una vez que se ha adentrado en el Silencio, ya no será posible volver al ruido. Al menos se habrá aprendido a tomar distancia de él y a captar la engañosa trepidación de su caudal. La transfiguración habrá tenido lugar y la transformación será una realidad.

“Porque la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la plenifica. Y, especialmente, porque allí donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia (San Pablo, en Romanos 5, 20).

Autor:
Edwin Botero Correa
Jueves, 27 de mayo de 2021.

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