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¿Para qué escribir?

Escrito por Alejandro Bayer

Los que hoy son educados por las pantallas de televisión, viven en una esclavitud semejante a los de la caverna de Platón.

Para quienes amamos la verdad y tratamos de acomodar nuestra conducta a ella en vez de dejarnos llevar por nuestros propios impulsos, nuestras preferencias, nuestras opiniones o nuestros prejuicios, es casi dolorosa esta creciente y casi absoluta incapacidad de comunicación.

Sorprenderá sin duda esto que digo en nuestra era de tecnología -que permite enviar nuestros movimientos actuales a las antípodas sin ningún intervalo de tiempo en su recepción- pero lo que afirmo es una verdad cabal.

La comunicación no es tan solo la posibilidad eficaz de hacer llegar lo que está en nuestras mentes a las mentes de los demás, sino la comunión en el sentido que se logra con el destinatario, la visión común, la real mirada en unión del mismo objeto.

Claro que comunión es mucho más que eso, pero yo me refiero tan solo a la de la comunicación lograda: aquella por la cual lo que yo digo (por cualquier medio) es “visto” (comprendido, visualizado, captado) por el otro. Y no quiero decir, para que no se entienda mal, que comunión es que el otro “piense lo mismo” que el que habla, o que es convencido por los argumentos del autor de ellos. El asunto está en ser entendido, que, por lo demás, es la condición para ser realmente criticado, corregido, objetado…

La verdad tiene una fuerza divina que es más poderosa que las tinieblas. Un rayo de claridad puede iluminar alguna mente en algún momento y de algún modo insospechado, y allí florecer hermosamente más allá de toda posible esperanza humana.

Y bien: ¿por qué afirmo que es dolorosa y casi imposible esa comunicación? Trataré de responder a eso haciendo una lista, ni ordenada según una inequívoca priorización, ni exhaustiva.

  1. La mayor parte de los hombres de hoy, y me atrevo a decir que es el 99% de la población, no lee poesía, filosofía o literatura clásica. Mi tipo de escritura, por formación profesional, es de tipo filosófico. Muchos de quienes podrían leerme, a los pocos minutos de comenzar se sienten cansados (porque no entienden) y abandonan la lectura.
  2. El poco porcentaje de los que leen están inmersos en, o se ven “atacados” por, una cantidad tal de información (y de ruido, y de mensajes, y de distracciones en general), que la lectura que temen difícil o menos placentera o de menor interés o importancia, o la que comienzan sin firme decisión, es dejada de lado por la menos compleja y más agradable y menos comprometedora, o por la más obligatoria o perentoria (el chiste de WhatsApp). ¿Leerán lo mío?
  3. Además, las mentes de los profesionales de hoy han sido lavadas y preparadas de tal forma, incluso entre los bautizados supuestamente fieles a su fe, que les resulta imposible salir de los cientos de mentiras en medio de las cuales viven. La película del que es educado en un set de televisión es parodia del hombre de hoy (aunque parodia mala). Vive la mayoría en esclavitud semejante a la de los protagonistas del mito platónico, con la diferencia que los de hoy creen ser realidad lo que ven en pantallas de luz, no en sombras proyectadas por el sol sobre una pared.
  4. Suelo criticar muchos aspectos de nuestra “cultura”. Los fenómenos sociales en medio de los cuales vivimos, que nos permean y hacen de nosotros miembros vivos y actuantes de una comunidad (desde la comunidad familiar hasta la planetaria, pasando por todas las intermedias, que incluyen aquella que divide el mundo en oriente y occidente), son realidades que afectan todo nuestro vivir, y desde hace mucho tiempo me interesan, tanto en positivo (las ciencias, el arte, el lenguaje, la religión…), como en negativo: la mala gramática hecha lugar común, la fealdad aceptada como simpática, el colmo de lo tosco hecho moda… Cuando el mal moral –con su correspondiente dosis de sufrimiento- impera en el mundo porque la cultura misma se ha pervertido, ¿puede un discípulo de Cristo desentenderse de ese estado terrible de las almas y no querer corregir la visión errada en ellas? Critico, pues, lo que vive el lector, y éste suele molestarse de tal modo que ya no intenta comprenderme: tan solo objetar, defenderse… ¿para qué decirle lo que no quiere oír? Es como vender aspiradoras a un pobre sin electricidad, o libros normales a un ciego.
  5. Ya lo dije: soy discípulo de Cristo. Somos pocos y somos odiados (tenidos por locos, despreciados en nuestros juicios y opiniones, vistos como estrambóticas criaturas a las que no se puede amar ni tomar en serio…), justamente porque no solo decimos que la fornicación y la homosexualidad y la separación de los cónyuges y la ropa rota y el despeine “masculino” y los tatuajes y las piernas femeninas al aire (los pantalones mismos usados por ellas) y tantísimas cosas más son algo odioso a los ojos de Dios (en distintos grados, claro está), sino porque nos vemos en la penosa obligación de decir que los supuestos representantes de Dios (que no tienen una sola palabra contra todas esas cosas) apostataron hace décadas y hoy tienen engañados a literalmente todos los pobladores de la tierra (el exiguo número de los que lo vemos “no hace verano”). En otras palabras: afirmamos, sin duda o temor de errar, que buena parte de la jerarquía que se autoproclama católica no es ya de la Iglesia de Cristo, que no son sucesores verdaderos de los Apóstoles del Señor, así como afirmamos que quienes siguen pegados a ellos corren el casi inevitable peligro de contaminarse de sus abominaciones.
  6. Por último -respecto a lo que puedo y quiero decir aquí- está la cuestión de la verdad que mencioné al principio. Muchos hombres y mujeres de hoy, contra ellos mismos y en la misma sentencia, afirman como cosa verdadera que ¡la verdad no existe! Hasta allá hemos llegado. Se lo creen, y entonces no intentan siquiera ajustar sus vidas a lo que las cosas sean, sino que, como viven los animales, se guían por sus sentimientos, que en los animales se llaman instintos, y que en ellos es buena guía, como no puede ser en los hombres tras el pecado original (y tras la multitud de sus pecados personales). Un ser humano que no se guía por la verdad, que no la busca para su intelecto y para su actuar, es un ser extraviado, literalmente perdido, y a medida que recorre su vida más y más se oscurece su entendimiento y más y más se pervierte su voluntad, que no sigue el bien, al que no reconoce (como no reconoce la belleza). ¿Qué se le puede decir a un violador para que se arrepienta y abandone sus delitos, a un fornicario para que viva castamente, a un ladrón para que respete el bien ajeno? ¿Qué se le puede decir al bautizado que no es capaz de reconocer a un pastor que enseña la buena doctrina de un pastor que enseña la suya propia?

Odiados, pues, por los no cristianos; despreciados por los bautizados; vistos como parias incluso por los familiares; hasta amenazados por quienes nos espían cuando decimos que debemos hacer penitencia (por increíble que parezca); y rechazados en general por todos aquellos cuya conducta reprobamos, cuyos gustos criticamos y cuya vida desaprobamos; ¿quién leerá, pues, nuestras líneas, sino eventualmente el editor de este blog, y eso para corregir lo que a él no le parezca correcto política o doctrinalmente? ¿Para qué, pues, escribe un cristiano de los de antes en medio del silencio que en torno nuestro se produce desde hace años, silencio semejante al de los arrojados en la fosa oscura (silencio literal: recientemente he enviado información de primera importancia a supuestos buenos educados -profesionalmente, y en las letras generales, y en la fe “católica”- algo que debería hacer saltar por los aires el mundo de confianza tranquila en el que viven, y la respuesta ha sido el silencio absoluto: de más de 40 receptores, uno solo ha dicho algo, y no precisamente que indique comprensión de lo recibido)?

Hace muchos años comprendí que no vale la pena escribir, y contra esa comprensión me he atrevido a hacerlo, reincidiendo durante muchos años hasta hace ya varios, en que por fin guardé silencio (obligado por las circunstancias). Ahora me piden que torne a hablar. Y quizás lo haga. ¿Por qué? ¿Será que no me creo todo cuanto he enumerado, o no capto la fuerza que todo eso tiene contra mis pobres y flacas letras? Resumiré el por qué diciendo lo siguiente: la verdad tiene una fuerza divina que es más poderosa que las tinieblas. Un rayo de claridad puede iluminar alguna mente en algún momento y de algún modo insospechado, y allí florecer hermosamente más allá de toda posible esperanza humana. Es una esperanza semejante a la de la salvación propia, “loca”, enorme, sin otro fundamento que el del poder de Dios.

Dejo, pues, a Dios ser Dios, y yo, como Frodo Bolsón, intentaré hacer mi pobre y desesperada tarea.

Armenia, Agosto 1 de 2019

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2 Comments

  • te podría escribir solo dos palabras ‘te leo’, pero estaría incompleto si no te recordara que sí callas tú gritaran las piedras.

    Le he visto reflejado en tu reflexión cuándo un sacerdote me ha espetado en toda la cara, sin el más mínimo sonrojo, literalmente: hay una pregunta que aún nadie ha podido responder, y, es, ¿qué es la verdad?… ¡un Sacerdote!

    gracias por tus letras.

    • Gracias.
      Sé que me leerá alguno que otro, y por esa misma posibilidad se escribe. Y recuerda lo que dice Dios a través de San Pablo: ¿Cómo podrán creer si no tienen quién les predique? Y así para todo: hace falta quien enseñe, aunque sea un ángel del Cielo.
      Un sacerdote, dices. Y yo te digo: quien ni siquiera cree en la verdad, ¿crees tú que es de los discípulos de Cristo? Si no es discípulo suyo, pues no tiene la fe católica, ¿a qué sacerdocio podemos estar refiriéndonos? Teológicamente: ¿es sujeto de sacramento distinto del bautismo (cuando se trata de niño sin uso de la razón) alguien que no tenga la fe católica? No. Un hombre con fe distinta de la católica, ¿puede recibir el sacramento del orden? No. No me refiero a alguien que pierda la fe, sino a alguien que no la tiene. Este es el caso del “sacerdocio” de hoy, pues así como éste están todos: la teología que aprenden no es católica, lo que creen no es lo que enseñó Cristo. Triste, terrible, trágico, espantoso, “imposible”, pero real.