Cultura

La ideología de Charcas y la Revolución de Mayo

Idelogia Charcas Universidad San Francisco Xavier
Escrito por Invitado

Un ensayo de Humberto Vázquez-Machicado que explica la fragmentación de la monarquía hispánica gracias a las ideas difundidas en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.

¿Cómo favorecieron a la fragmentación de la monarquía hispánica las nuevas ideas difundidas en algunas universidades? ¿Qué tipo de ideologías se gestaban en Chuquisaca desde el Alto Perú? ¿Cómo favorecieron estas ideas a la Revolución de Mayo del Río de la Plata? Todo esto y más nos lo narra un historiador de Santa Cruz de la Sierra. Cabe aclarar que su perspectiva se sitúa a favor de la secesión o ‘independencia de Bolivia’ y de los demás países hispanoamericanos, pero no deja de sentar un testimonio valioso para tomarlo en consideración, frente a algunos mitos nacionalistas que pretenden hacernos creer que las ‘independencias’ continuaron la política católica reinante durante el régimen indiano. A continuación, transcribimos la obra del historiador boliviano Humberto Vázquez-Machicado (1904-1957), titulada La ideología de Charcas y la Revolución de Mayo. La fuente de donde lo obtuvimos es Guillermo Ovando-Sanz y Alberto M. Vázquez, Obras completas de Humberto Vázquez-Machicado y José Vázquez Machicado, Vol. III. Editorial Don Bosco. La Paz, 1988. Pp 185-198.

I

La Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires, fue el fenómeno más completo e integral entre los similares que coetáneamente se produjeron en Sud América teniendo como finalidad la independencia del dominio español. Desde su iniciación el año referido hasta la consolidación de la República y su reconocimiento por las potencias mundiales, el gobierno de Buenos Aires se mantuvo incólume; las divergencias que en su seno se produjeron, no pasaron de simple índole doméstica, sin que repercutieran fundamentalmente en su seguridad exterior ni en su firme estructuración. Prácticamente hablando, las Provincias Unidas del Río de la Plata, antes que en la declaración solemne de Tucumán en 1816, nacieron y quedaron definitivamente constituidas con la Revolución de Mayo de 1810.

Un fenómeno político de tal trascendencia, forzosamente enraiza en el hondo subsuelo del régimen colonial y en las simientes que allí sembraron los doctores de Charcas y el abono fecundo de los que importaron novedades económicas y la filosofía del enciclopedismo con su inmediata consecuencia de la revolución burguesa de 1789.

Toda esta zona meridional del Continente formaba parte del reino del Perú, que era gobernado desde Lima con la lógica incomprensión que en general caracterizó al régimen y las insalvables dificultades de distancias inmensas. Los incesantes avances portugueses como causa principal, y las necesidades mismas de la región sud, más cercana a Europa que el Perú, hicieron que en 1776 se crease el Virreinato del Río de la Plata.

La nueva entidad hallábase madura para su nueva situación y lo demostró inmediatamente. Su crecimiento fue automático y así como había pesado decisivamente para la formación del Virreinato, obligó esta vez a la libertad de comercio que poco a poco, y de muy mala gana, fue concediendo el gobierno español.

El contrabando que de antiguo existía, como el comercio libre posterior, fueron fáciles vehículos de ideas que no hicieron sino fusionarse unas con otras, las nuevas con las ya existentes, y construir todo un material vario de explosivos en un polvorín que no necesitaba sino una chispa para estallar.

II

En el vasto distrito virreinal había dos focos culturales: La Universidad de Charcas, fundada con todo ceremonial en 1624 y la de Córdoba de Tucumán, cuyas primeras constituciones se remontan a 1680. Comparando ambas, dice Menéndez y Pelayo: «Los legistas de la región argentina salían comúnmente de la Universidad de Charcas en el Alto Perú, la cual tuvo en los últimos tiempos de la colonia un espíritu enteramente diverso de la de Córdoba: esta tradicional y conservadora, la de Chuquisaca legalista y anticlerical; en ella se habían formado los hombres que más parte tuvieron en el movimiento revolucionario de 1810». Lucas Ayarragaray y otros argentinos, comparten igual criterio.

Esta índole de las dos universidades, define desde ya a su vez, la ideología de los doctores que en ella se formaron. Si bien es cierto que la generación porteña de la Revolución de Mayo había cursado tanto en una como en otra Universidad, quienes dieron los pasos decisivos, los revolucionarios de primera fila, los de los cambios radicales, los que siempre y de antiguo pensaban en la independencia absoluta, esos, fueron principalmente los educados en Charcas. La careta de fidelidad al Rey prisionero, nada tiene que ver con el fondo mismo de la revolución que fue emancipador en su esencia y en su ideología.

Hay una trinidad de hombres que representaron desde el primer momento el nervio y la idea misma de la Revolución de Mayo y que a la par de cabeza, fueron brazo ejecutivo: Cornelio Saavedra, Mariano Moreno y Juan José Castelli. Todos sabemos que Saavedra era potosino avecindado en Buenos Aires y en cuanto a los rioplatenses Moreno y Castelli, ambos fueron educados en Charcas. Y como éstos hay muchos otros que figuraron aunque no con tanto relieve en la demás actuaciones emergentes, hasta la organización definitiva. Allí están Juan José Paso, Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Moreno, Ignacio Núñez, José Días Vélez, Tomás Manuel de Anchorena, y tantos otros, sin contar a quien tuvo importancia continental cual es el tucumano Bernardo Monteagudo. Todos ellos formados en la misma alma mater charquensis.

Es sabido que el espíritu de Charcas fue el que llevaron estos inquietos doctores y fue el que se convirtió en el verbo y la acción del movimiento libertario de 1810 en Buenos Aires. Ahora bien, interesante es saber de cuál fuente obtuvieron estos doctores esas doctrinas y esos principios que habrían de aplicar con tal maestría en Chuquisaca en 1809 y en la sede virreinal, exactamente, día por día, un año más tarde.

III

Conocemos que la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de la capital de los Charcas, para nombrarla con todas sus campanillas, a su creación fue entregada a los jesuitas. Estos profesaban las doctrinas de su hermano de orden, P. Francisco Suárez, uno de los más grandes juristas de la historia. Precisamente Suárez habíase apartado en algunos aspectos del aristotelismo agustiniano de Santo Tomás de Aquino, y por su parte, a pesar de sus ideas, y más bien armonizándolo con su credo religioso, creía en el principio de la soberanía popular, a la cual por supuesto, reconocía origen divino.

No es creíble que durante la enseñanza jesuítica en Charcas se hubiere llegado a profundizar el tema lo suficiente como para que los estudiantes pudiesen aplicar el principio a estos dominios; el fundamento o título de la concesión papal era aún demasiado fuerte y sobre todo, faltaba un ejemplo práctico, una acción efectiva que haga realidad tal principio y que con su propia realización lo ponga de manifiesto y lo haga conocer.

Expulsados los jesuitas a mediados del siglo XVIII, la enseñanza universitaria de San Francisco Xavier decayó notablemente, mientras de suarista volvíase tomista en su integridad. Pero, precisamente en Santo Tomás se halla también esa doctrina de la soberanía que teniendo como origen a la divinidad, pasa del pueblo al monarca. Y aquí resulta que lo que no fue advertido en Suárez, lo fue en Santo Tomás.

Habíanse producido dos hechos decisivos: la independencia de las colonias inglesas y la revolución francesa, y ambos hablaron de soberanía como cosa inherente al pueblo, con estas realidades, materialización de teorías, venían los libros de la Enciclopedia y el Contrato Social de Rousseau a darles una explicación y casi diríamos vulgarización. En una palabra, se popularizó la idea y se vio con asombro que podía aplicarse al estado actual de las colonias, la misma que ya se creían con capacidad para pensar por sí mismas, y obrar conforme a sus propios intereses.

Pero todo ello no pasaba del orden teórico; eran doctrinas abstractas y que no obstante su antigüedad, se estaban realizando en uno y otro hemisferio, lejos, muy lejos de estas tierras. Pero el espíritu inquieto de los doctores, su natural analizador y su peripatetismo, poco a poco fueron llegando a las conclusiones a que nadie abríase atrevido medio siglo antes: la negación de la soberanía española.

IV

El espíritu de discusión era el signo que regía la vida universitaria en Charcas y así lo dice René-Moreno: «En Chuquisaca se disertaba en el pro y en el contra, de palabra y por escrito todos los días; se argüía y se redargüía de grado o por fuerza entre sustentantes y replicantes, a lo largo de los corredores, dentro del aula, en torno a la cátedra solemne, ante las mesas examinadoras y desde los bancos semi-parlamentarios de la Academia Carolina. Disputar y disputar. Dondequiera que se juntaran dos o tres estudiantes, se armaba al punto la controversia por activa y pasiva en todas las formas de la argumentación escolástica».

Y de discusión en discusión, con los clásicos concedo majorem; negó minorem; distingo consequens; contra ita argumentor, se fueron adentrando en las páginas abstrusas de la Summa del Angélico Doctor, y sacando las consecuencias que consideraban más apropiadas al estado político y social en que se hallaban. Tenemos la noticia cierta y precisa como Mariano Moreno en los primeros años del siglo XIX, leía a Raynal en su estudio sobre los establecimientos coloniales y encontraba allí fuego que encendía la sangra en ansias emancipadoras. Pero es seguro que el fermento venía de más antiguo, ya que Castelli que estudió antes que Moreno y que probablemente no conoció la biblioteca del canónigo Matías Terrazas, poseía también las mismas ideas.

De todo ello resulta que desde las postrimerías del siglo XVIII existía ya en Chuquisaca un consenso, todo lo sigiloso que se quiera, pero no por eso menos firme, de ideas que tendían directa y absolutamente contra el poderío español. Moreno habíase instruido en Raynal y otros, y cuando cautelosamente trató de sondear la opinión de sus compañeros y amigos, sorprendióse cómo el asunto estaba muchísimo más adelantado de lo que él hubiera podido imaginarse.

Entre aquellos, resaltaba por su violencia y el sabor bíblico de sus prédicas, un argentino injustamente olvidado hoy, tanto en su patria como en la nuestra: el cura tucumano José Antonio Medina, el autor de la proclama suicida de la revolución del 16 de julio de 1809 en La Paz. «Excedía a todos los circunstantes en vehemencia. Nadie le sobrepasó en fuego cuando condenaba la célebre fórmula de las reales cédulas o reales órdenes al derogar lo más sagrado y secular: no obstante de lo que prescriben las leyes en el particular, pues tal es mi voluntad». Mariano Moreno cita palabras textuales.

«He aquí, exclamaba, al déspota insolente, que hace alarde de su arbitrariedad. No dice: porque así es justo, porque así es necesario, ni siquiera porque así lo creo y me parece conveniente. Lo que dice es: mando lo contrario a las leyes, porque así lo quiero, porque así se me antoja, porque tal es mi voluntad. Pero la hora de la reforma está por sonar, y la revolución se acerca. Audituri enim estis proelia et opiniones proeliorum. Videti ne turbemini. Oportet enim hoec fieri, sed nondum est finis. Oiréis guerras y rumores de guerras, pero no os turbéis; pues todas estas cosas han de suceder, mas el plazo no ha llegado aún».

V

Juan José Castelli regresó de Chuquisaca a Buenos Aires en 1788 y Mariano Moreno en 1805; ambos llevaban ya el germen de la emancipación y allí encontraron a otros que se hallaban en pleno despertar intelectual: Belgrano, Vieytes, los Rodríguez Peña. También estaba Paso y después vendría Monteagudo.

Las ideas aprendidas de las reconditeces de la Summa se había aumentado y robustecido con lecturas herejes: Montesquieu, Filangieri, Mably, Diderot, etc., se mezclaron y coordinaron con las anticipaciones de Solórzano y Pereira y sobre todo, con el verdadero precursor ideológico de la independencia, Victorián de Villalva, a quien fuera de René-Moreno, únicamente Ricardo Levene reconoce su verdadero valor.

Los principios traídos de Charcas y las mejoras económicas que propugnaba Belgrano y su grupo, encontraron en el Río de la Plata ambiente extraordinariamente propicio, a pesar de la pasividad general. El medio geográfico; que tan bien describe Mitre: un llano infinito que abre el espíritu y da la sensación y la seguridad de la independencia personal; acción e iniciativa propia, ganadería y riqueza agrícola, ajena a las durezas de la explotación minera y de un sentido más humano y patriarcal por propia índole, hacían que el poblador de los llanos y bosques sea un individuo, más que ningún otro, apto para recibir el evangelio de la emancipación política.

A pesar de las distancias, a pesar del aislamiento, la idea era una sola, tanto en Chuquisaca como en Buenos Aires. La prueba se ve muy clara si comparamos argumentaciones políticas sobre basamento jurídico que se producían coetáneamente en uno y otro lugar.

Las noticias de Europa eran cada vez peores: abdicaciones sucesivas; José Bonaparte en el trono de España, y Fernando VII, prisionero al igual que su padre Carlos IV, y demás familia. La península sublevada contra el gálico invasor, constituía Juntas que asumían la soberanía de la nación en nombre del rey cautivo. El caos consiguiente fue la chispa que prendió el polvorín de las Américas.

VI

En Charcas, como en todas partes, tales novedades produjeron revuelo. La Audiencia, el Arzobispo, el gremio universitario, los letrados, etc., etc., todos a una se lanzaron a discutir lo que habría de hacerse. El 12 de enero de 1809, reunióse en claustro pleno y allí comenzó a dejarse sentir lo que desde hacía tiempo flotaba en el ambiente; bajo formas ambiguas podíanse adivinar los muy ocultos fines perseguidos, hábilmente ocultos tras la fernandina fidelidad. Allí comenzaron a esbozarse veladamente, pero que poco a poco iban concretándose, los principios jurídicos en que desde el punto de vista del derecho público, habrían de fundamentar la actitud a asumirse de allí a poco.

Estos doctores eran demasiado hábiles para dejarse engañar y sobre todo, para demostrar públicamente sus verdaderas intenciones, y así disfrazaron el pensamiento revolucionario en la forma de un silogismo, de acuerdo al peripatetismo de sus disciplinas universitarias. René-Moreno lo concreta así:

«Mayor: El vasallaje colonial es tributo debido no a España sino a la persona del legítimo rey borbónico de España; — Menor: Es así que nuestro legítimo y recién jurado rey y señor natural don Fernando VII abdicó junto con toda la familia borbónica de España y ya ‘no volverá’ —; Consecuencia: Luego la monarquía está legal y definitivamente acéfala por vacancia del trono. Debe ser desobedecido el rey Bonaparte o cualquier otro que España quiera darse, deben cesar en sus funciones los actuales delegados y mandatarios de la extinta autoridad soberana, y deben en este caso proveer por sí mismas las provincias altas a su propio gobierno supremo, con calidad de por ahora mientras no constate auténticamente la muerte de nuestro muy amado rey don Fernando VII, y hasta que se presente legítimo sucesor al señorío de estas Américas».

Como comentario agrega: «La aplicación positiva que se divisa al través de toda esta escolástica no debía ser otra que ésta: De España, independencia luego al punto». Como se ve, aquí viene a rematar la doctrina de la soberanía que en una u otra forma formularon Suárez y Santo Tomás, doctrinas que fueron aprendidas por los doctores. Desaparecida la soberanía del monarca ella vuelve al pueblo, su primitiva fuente de origen por haberla recibido de la divinidad, y es entonces al pueblo, por medio de Juntas, al igual que las provincias españolas, y con el mismo derecho que éstas, quien ha de velar por su propia seguridad. Además, caducado el poder real, caducaba ipso jure el de sus comitentes en América.

VII

Pues bien, por esos mismos días, en Buenos Aires, otro doctor de Charcas, Juan José Castelli, esgrimía la misma lógica adaptada a las conveniencias del momento. Ante el derrumbe español, Carlota Joaquina, desde Río de Janeiro, pretendía apropiarse de las posesiones de su augusto hermano, so pretexto de velar por sus derechos. En el inquieto afán de independencia que muchos abrigaban, no faltaron quienes —después del rechazo a las invasiones inglesas—, no desdeñaron tal proyecto, ya que creían tratarse de un imperio netamente americano. A estos fines obedecieron ciertos manejos de Saturnino Rodríguez Peña y Diego Paroissien.

Se descubrió el asunto y vino el proceso consiguiente. Abogado de los inculpados, fue precisamente Castelli. Don Juan José con la gran dialéctica jurídica que lo distinguía, sostuvo en su defensa que «si España está ocupada y los reyes cautivos, no existe el gobierno nacional legítimo y opinar por una regencia no extraña un delito». Hábilmente planteado como fue el alegato, obtuvo completo éxito, precisamente en eso mismo días de principios de 1809, en que iguales ideas y con mayor alcance sosteníanse en Charcas en circunstancias de máxima publicidad.

Poco más tarde, al producirse la Revolución de Mayo, el propio Castelli habría de ser más desembozado en su silogismo: «Sostiene que, desde la salida del Infante don Antonio, de Madrid, había caducado el Gobierno Soberano de España: que ahora con mayor razón debía considerarse haber espirado con la disolución de la Junta Central porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Supremo Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el Gobierno, y no podían delegarse, y ya por falta de concurrencia de los Diputados de América en la elección y establecimiento de aquel Gobierno; deduciendo de aquí su ilegitimidad y la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre exercicio den la instalación de un nuevo Gobierno, principalmente no existiendo ya como se suponía no existir la España en la dominación del señor Don Fernando Séptimo». Así reza el informe de los Oidores. Como podrá verse, en todo es igual a la tesis sostenida por los charquinos doctores un año antes.

Esta fue la argumentación jurídica de la Revolución de Mayo que dio como resultado la deposición de Cisneros y la formación de un gobierno popular. Quien así predicó y fundamentó en derecho la acción misma revolucionaria, fue precisamente Castelli, usando esos argumentos conocidos y mantenidos por él y por los doctores de Charcas un año antes. Esta similitud y contemporaneidad es demasiado sugestiva y demasiado clara para verse allí que reconocían la misma fuente ideológica de los claustros de la Universidad de San Francisco Xavier.

VIII

Producida la Revolución de Mayo, se plantean conflictos internos y choques de contrapuestos intereses en medio de los nuevos gobernantes, que no tienen el mismo grado revolucionario. Ingenieros establece cuatro grupos, desde el más conservador, hasta el de extrema izquierda. Este era el que quería cambios fundamentales en el régimen y estaba poseído de verdadero fanatismo de avanzada. Los corifeos eran precisamente Mariano Moreno y Juan José Castelli, dos doctores de Charcas.

Pero la Revolución de Mayo necesitaba propagarse por todos los ámbitos del Virreinato; hacía un año que había sido brutalmente aplastado el pensamiento independiente en Chuquisaca y sobre todo en La Paz y era necesario ir a reforzar el fuego sagrado, que manteníase vivo pese a la opresión. Castelli fue el Delegado de la Junta, llevando un título y una función semejante, aunque más amplia que los célebres «Representantes en Comisión» de la Revolución Francesa.

Partió Castelli portando instrucciones precisas y concretas de Mariano Moreno. Se vivían horas decisivas, de vida o muerte y no podía andarse con contemplaciones ni blanduras. Había que vengar las horrorosas crueldades de Goyeneche en La Paz y adelantarse a las que los españoles habrían de emplear si triunfaban. Moreno dio al respecto instrucciones netas y Castelli las cumplió con aquella impasibilidad trágica de su fuerte figura histórica. Sin unas y otras, la reacción chapetona se hubiera impuesto de nuevo. Castelli lo conocía y así, a sabiendas, asumió la actitud que le correspondía en tales casos. Cargó con todo el peso de la responsabilidad ante la historia, pero salvó a la Revolución.

Moreno y Castelli conocían bien el Alto Perú; habían pasado por Potosí y sabían lo que significaba la mita y sobre todo, lo que era Paula Sanz para los oprimidos americanos. Sanz había dejado triste recuerdo en Buenos Aires, de donde no se sabe sin en castigo o premio a sus comprobadas fechorías, fue trasladado a Potosí. De allí que se le aplicó inexorablemente la instrucción de la Junta «Que no quede un solo europeo que haya tomado las armas contra la capital». La servidumbre colonial se vengaba de uno de sus feroces opresores.

Y así comenzaron los ejércitos auxiliares argentinos a pisar tierra de Charcas, tratando de libertar las provincias altas. Uno tras otros llegaron hasta las montañas, sin que la adversa suerte corrida los intimidara, ni medrara su coraje y decisión.

Era la ideología libertaria de Charcas que Buenos Aires devolvía en forma de acción efectiva y armada y cuyos portadores en maridaje fraterno, fecundaron con sus sangres conjuntas el suelo del Alto Perú.

Así se sostuvo el espíritu de independencia a través de todas las adversidades, hasta llegar por fin la hora suprema de la liberación. Como corolario de ella, Buenos Aires se hizo presente, así como las demás provincias abajeñas, con su ley de 9 de mayo de 1825, verdadero modelo de respeto jurídico al principio de la autodeterminación de los pueblos.

Y todo ello, hoy, a la distancia de más de un siglo, grato es constatarlo una vez más, fue simiente gloriosa de la comprensión y amistad de nuestros dos pueblos.

La Paz, 1946.

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