En aquel tiempo de lujos y placeres sibaritas, vivimos alegres y confiados, viendo sombras de la verdad, como aquel hombre vivificado en Mito de la Cavernas de Platón.
A oscuras y frente a la serenidad de los vientos, nos proclamamos fieles, enamorados de Cristo, servidores y hasta misioneros.
En aquel tiempo vinieron a nuestras mesas abundantes manjares, frutas frescas y jugosas carnes.
En aquel tiempo de paz y abundancia nuestra Fe creció; vivimos en comunidad cumpliendo los mandatos y los preceptos del Señor.
Pero vino la Sombra, la noche, la Tormenta, y en aquel tiempo en que el sol a penas se tiznó de gris, desaparecieron los fieles, los servidores y hasta los misioneros, como cuando alumbras íntegramente una habitación, en ella desaparecen las sombras.
Como sombras que desaparecen ante la luz, los comensales de los banquetes desaparecieron. Y entonces, antes ese tizne del Cielo que no podría ser comparado con la completa oscuridad que vivieron nuestros ancestros que eran torturados por cumplir los preceptos del Señor y por declarar la Fe y el amor por Cristo; en aquel tiempo dejamos de cumplir los preceptos del Señor y ante el miedo nos olvidamos de la Eucaristía, la Penitencia y el servicio al Prójimo.
Con el tizne desapareciendo los banquetes y la posibilidad de practicar una Fe segura, cómoda y sin riesgo.
Entonces, entendimos la valentia y la grandeza de nuestros ancestros quienes practicaban la Fe, bajo la inminencia de ser torturados al ser descubiertos compartiendo el pan.
En aquel tiempo, muchos que en la oscuridad se llamaban Sevidores y fieles, fueron expuestos a la luz y su Fe menguó.
Entonces, en medio del humo apareció nuevamente quien sabe engañar y les dijo que los templos y los rituales no eran necesarios.
Hubo hambre y a muchos no les importó. Dejaron de comulgar, dejaron de confesarse, por temor al humo que se veía en el cielo. Muchos perdieron la Fe y enloquecieron. Muchos perdieron su Paz.
En aquel tiempo tuvimos que recomenzar. Preguntarnos nuevamente por nuestra Fe.
Pero un día la promesa se vivificó y después de varios ciclos lunares, la tormenta pasó, y el sol volvió a brillar de nuevo.
Volvieron los banquetes, las celebraciones y el cumplimento de los preceptos. Cuando todo fue seguro y plácido, volvieron las Eucarístías, los retiros y los misioneros.
Desde aquel entonces muchos olvidaron los días difíciles y continuaron su vida igual, otros sintieron vergüenza por la debilidad de su fe, otros jamás volvieron, pero muchos se dieron cuenta que el camino a la santidad y el amor por Cristo están por encima de la vida o la muerte, más allá del tiempo, más allá de la tierra, más allá de la ideas y la razón, sin importar si el sol brilla, se tizne o eclipse.
Desde aquel entonces nada volvió a a ser igual. Muchos olvidaron, pero muchos encontraron el valor de nuestra Iglesia, de nuestras ceremonias y de nuestros rituales.
Muchos volvieron a comulgar y a confesarse.
Desde aquel entonces sabemos que el sol se tiznó, y que nada es eterno. Que cualquier día podrán venir tiempos de oscuridad y estaremos listos.
No importa si el sol brilla o no, estaremos listos para seguir cumpliendo los preceptos, para seguir sirviendo y para amar incondicionalmente a quien dio la vida por nosotros.
Desde entonces ya no huimos a la Cruz, la abrazamos con amor.
- Camilo Devia – Amigos de Andagoya