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La Doctrina Social de la Iglesia, ¿Piedra angular rechazada?

Los nuevos retos de la empresa, pues, exigen replantear su razón de ser, de manera que sus objetivos no queden limitados meramente al lucro, sino que tengan en el centro a la persona y su desarrollo integral.

“La piedra que rechazaron los constructores
ha venido a ser la piedra angular”.

Salmo 118, 22

“Los ataques con que los enemigos, en apretados escuadrones tratan de destruir el reino de Cristo, deben constituir para nosotros una poderosa incitación, unidas todas las voluntades, a elevarlo y robustecerlo”.

S.S. Pío XII. Encíclica Sertum Laetitiae No. 12

En un contexto marcado por el antagonismo radical entre posturas socialistas y libertarias, los principios desarrollados en la Doctrina Social de la Iglesia (en adelante, DSI) dan indicaciones de inmenso valor sobre el puesto y la tendencia ética, moral y económica que debería caracterizar a la empresa en la sociedad, cuyas aplicaciones pueden verificarse históricamente y se convierten en materia de estudio necesaria para todo aquel que esté interesado en promover una idea de empresa en la que se respete la dignidad de la persona humana.

Como es de suponer, una empresa tradicionalmente concebida desde la estructura liberal del mercado no necesariamente es responsable del bien de todos los hombres, ni del bien integral del hombre concreto en lo material y lo espiritual, pero la concepción de sus responsabilidades éticas, le supone tener en cuenta estos elementos y los que de ellos se derivan. Por otro lado, el hecho de asumir la empresa como comunidad de personas, la conduce a un conjunto de exigencias morales relacionadas con la dignidad humana, con los derechos de las personas y la realización o perfeccionamiento personal.

En su tercera encíclica, Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI afirmaba:

“El sector económico no es éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”.

Benedicto XVI, Encíclica “Caritas in Veritate”, (No.  36).

La empresa que, además de cumplir con la maximización de las utilidades y de tener un talante ético y moral, es también un espacio cultural –en el que se manifiesta la acción del hombre–, adolece, muchas veces, de ciertos problemas típicos que los estudiosos de la administración, la psicología y el trabajo social se han encargado de diagnosticar y que sirven de insumos esenciales para el desarrollo de cualquier investigación que se ocupe de estos temas. Además, entre los miembros de las empresas suelen presentarse conflictos que responden a aproximaciones típicas, es decir, a lecturas de la realidad, de sí mismo, del otro y del trabajo que deben ser transformadas para que el clima laboral esté centrado en el trabajo en equipo, en la fraternidad y en la caridad.

La teoría cristiana de las virtudes encuentra un campo concreto de aplicación cuando intenta ofrecer vías de solución a los problemas antes descritos y promueve la conversión de la persona (metanoia), que incluye, claro está, el cambio en sus paradigmas y aproximaciones usuales. Al igual, los intentos de construcción de una empresa ética con base en la DSI son reafirmados, por ejemplo, en el principio de responsabilidad expuesto por el filósofo alemán Hans Jonas y en la responsabilidad frente al cuidado de los recursos, presente en la perspectiva del economista británico Lionel Robins, los cuales fundamentan una visión de la economía de acuerdo con los principios de la ley natural y sin caer en los excesos y los defectos de ideologías anticristianas y, por consiguiente, enemigas del hombre.

Un ejemplo importante es el cuidado de la creación que está presente en la DSI, pero que no recae en el error de la ecolatría en clave antihumana –tan de moda en los últimos tiempos–, pero tampoco incurre en los abusos de la racionalidad instrumental moderna, errores que, dialécticamente, se alimentan el uno al otro, ignorando el justo medio propuesto por la Sagrada Escritura y el Magisterio Social de la Iglesia, maestras del equilibrio en el que el hombre se entiende administrador de la creación, pero no dueño absoluto ni creador de leyes que, más bien, debe descubrir y a las que debe adecuarse, so pena de autodestruirse.

Ante las evidentes preocupaciones que estos y otros temas suscitan en las sociedades del tercer milenio, existen múltiples interpretaciones del deber ser de la empresa que harían bien en beber de la fuente inagotable que es la DSI, por ejemplo, en el ámbito de la maximización de la utilidad, donde aparecen quienes, liberal y libertariamente, proponen sendas de explotación sin cuidado y aquellos que enfatizan en el cuidado profundo de la naturaleza como factor de riquezas, pero rechazando el usufructo natural de las mismas por parte del hombre, como es el caso de grupos vinculados a la denominada “Deep ecology” que permea a los partidos verdes en todo el mundo.

Los nuevos retos de la empresa, pues, exigen replantear su razón de ser, de manera que sus objetivos no queden limitados meramente al lucro, sino que tengan en el centro a la persona y su desarrollo integral. Si Marx había afirmado en sus famosas Tesis sobre Feuerbach que los filósofos se habían dedicado “a interpretar el mundo cuando de lo que se trata es de transformarlo” la complejidad del actual panorama mundial, y específicamente de todo lo relacionado con la empresa, hacen necesario un ALTO en medio del vertiginoso cambio y el desmesurado activismo, para preguntarse por el norte de la acción, evitando correr hacia ninguna parte o, peor aún, caminar a pasos agigantados y con el pretexto del progreso, hacia un abismo profundo.

Bibliografía

Rodríguez, Federico (Ed.). Doctrina Pontificia III. Documentos Sociales. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1959.

S.S. Benedicto XVI. Carta Encíclica Caritas in Veritate sobre el Desarrollo Humano Integral en la Caridad y en la Verdad. Bogotá: San Pablo, 2009.

Straubinger, Juan (Trad.). Santa Biblia. La Plata: Desclée de Brouwer, 1951.

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