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Espiritualidad y poder: Juan Pablo II y Ronald Reagan

Espiritualidad y poder: Juan Pablo II y Ronald Reagan

El siglo XX se caracterizó por ofrecernos eventos de enorme crueldad, en los cuales la soberbia y la maldad humanas alcanzaron niveles inimaginables.

Era de suponer que tan amargos acontecimientos se hicieran realidad, si consideramos que por cuestiones económicas, en un perverso uso de la libertad, los avances científicos se emplearon en la fabricación de armas de destrucción masiva, vilmente utilizadas en perjuicio de millones de personas, inmoladas como víctimas de ideologías que atentan contra el Amor y el mensaje de la Vida Eterna.

No obstante, la misma centuria trajo momentos de luz, donde presenciamos el accionar de la Providencia, a través de la feliz coinciencia entre espiritualidad y poder. Tal es el caso de la relación que sostuvieron el papa Juan Pablo II, amado santo de la Iglesia Católica, y el cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, protagonistas indiscutibles de la historia contemporánea.

Es reconocido por analistas y expertos, que la influencia de estos titanes de nuestro tiempo fue definitiva para la caída del Comunismo en Europa Oriental; sin embargo, más allá del enorme poder que ambos líderes tuvieron en su momento, fue la sólida amistad personal que construyeron, la que permitió este inmenso logro de la razón unida a la Fe en apenas 11 años.

Revisando fuentes, existen numerosos registros fotográficos de los encuentros que sostuvieron san Juan Pablo II y Ronald Reagan; sabemos que las cartas oficiales y comunicaciones privadas que se enviaron los dos líderes, hoy reposan en los archivos vaticanos y sólo serán dadas a conocer al público, una vez se conmemoren 50 años del fallecimiento del pontífice polaco.

No obstante, para fortuna de quienes admiramos a los mencionados personajes, dos autores tuvieron el privilegio de conocer la intimidad de esta histórica relación, dejándola consignada en interesantes libros: “Testigo de esperanza”, biografía de Juan Pablo II, escrita por George Weigel, y “Ronald Reagan in private – A Memory of my years in The White House”, obra de Jim Kuhn, secretario privado del presidente republicano, quien además lo acompañó en múltiples viajes alrededor del mundo.

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Luego de su apasionante lectura, podemos afirmar que el afecto que nació entre Ronald Reagan y Juan Pablo II fue espontáneo y se dio en la primera visita oficial realizada por el mandatario americano al Vaticano, en compañía de su esposa Nancy, en 1982.

En dicha reunión, que se extendió mucho más de lo previsto, coincidieron dos defensores a ultranza de la Libertad, que conocían muy bien las trayectorias del uno y del otro: eran sobrevivientes a dos atentados que pusieron en riesgo sus vidas, ocurridos con apenas 45 días de diferencia, en marzo y mayo de 1981; compartían la misma afición por el teatro y la historia; se habían distinguido como excelentes deportistas y, además, eran magníficos comunicadores, quienes recibían el respeto y el cariño de la gente.

Reagan, 9 años mayor que Wojtyla, no ocultaba su admiración por el valiente Obispo de Roma, quien se había enfrentado a los comunistas con inteligencia y coraje durante más de 20 años. Por su parte, Juan Pablo II sabía del temple del político estadounidense, reflejado en el liderazgo que había mostrado desde el mismo inicio de su mandato, en la lucha por la defensa de la Vida al interior de una sociedad liberal, incluso permisiva en asuntos como el aborto y la eutanasia.

Desde entonces, los encuentros fueron cada vez más intensos. Se  abordaron temas de alta política internacional, mezclados con historia y anécdotas personales. Siempre hubo espacio para la oración, y en no pocas ocasiones, Reagan propició diálogos sobre la fe, que permitieron compartir su visión de esperanza y su amor por Jesucristo.

Kuhn señala que su jefe, practicante del presbiterianismo, se deleitaba escuchando al Santo Padre, y admiraba la forma como los sacerdotes católicos habían ejercido su ministerio al interior de Polonia y de las naciones azotadas por la persecución efectuada por el régimen marxista, bajo la égida de Moscú, tras la cortina de hierro.

El presidente Reagan dedicó largas horas de estos encuentros a conocer, en detalle, lo ocurrido con cientos de sacerdotes y religiosas, víctimas de abusos y torturas. El martirio de Jerzy Popielusko, presbítero polaco asesinado a garrotazos por los servicios secretos comunistas, lo conmovió hasta las lágrimas.

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