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¿Vocación al matrimonio? Comentarios a un tema polémico

“El P. García Mazo, en El Catecismo de la Doctrina Cristiana Explicado, enfatiza en que el matrimonio es una elección y no una vocación, cuando señala: “la necesidad del matrimonio no es personal, sino de la sociedad, es decir, que ningún individuo de ella está obligado a casarse, como no lo está a ser letrado, médico, labrador o artesano, aunque estos destinos sean necesarios en la sociedad””.

“El matrimonio es para la clase de tropa
y no para el estado mayor de Cristo.

—Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares.

¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne”.

San Josemaría Escrivá de Balaguer. Camino, 28

“Erst wägen, dan wagen”.

“Antes pensarlo, después lanzarse”.

Proverbio alemán

Ha sido una enseñanza primordial de la tradición clásica del pensamiento el buen hábito de usar el lenguaje del hombre común y tratar de utilizar, lo menos posible, palabras sofisticadas o conceptos intrincados y complejos, para explicar situaciones de la vida humana que no lo ameritan. Así pues, en lo que se refiere a la doctrina de la Santa Iglesia Católica, es conveniente remitirse siempre a la Sagrada Escritura y a la Tradición como fuentes de la Revelación, evitando toda contaminación con ideas modernistas, pues como dijo San Pío X, “el modernismo es el colector de todas las herejías”.

Quien escribe estas líneas ha tenido la posibilidad de conocer distintos movimientos eclesiales, aproximadamente, desde los doce años. Tuvo un proceso de discernimiento en una sociedad de vida apostólica y, tanto por sus estudios de Filosofía, como por su compromiso en el apostolado católico y su afición por la Teología, ha vivido muy cerca de seminaristas, sacerdotes, religiosos y religiosas. En este ámbito de la realidad tan interesante y apasionante, uno de los conceptos fundamentales que se repite y que es la base de todo lo que se hace y de las opciones que se toman es el de vocación.

La palabra vocación viene del latín vocare, que significa “llamado”. En términos religiosos, se refiere a la inclinación hacia la vida eclesiástica y, en términos seculares, tiene que ver con la inclinación a un determinado trabajo o profesión. No obstante, en materia de Teología y, particularmente de Teología Espiritual, hay que usar este concepto con cuidado, ya que puede prestarse a confusiones, dado que, si en la Tradición se reservaba para el estado de vida sacerdotal o religioso, en el período posconciliar se ha introducido el uso de la palabra “vocación” en referencia a otros estados de vida como el matrimonio o ciertas formas de vida consagrada laical, incluso, a profesiones, lo cual no deja de entrañar serios problemas que, de lo doctrinal, pasan a lo existencial, generando confusiones, angustias, tensiones y perplejidades que surgen de un malentendido inicial que, muchas veces, desemboca en problemas psicológicos y psiquiátricos, como puede hoy verificarse en muchas comunidades religiosas y movimientos eclesiales.

Aun cuando, en materia semántica y etimológica, no sea del todo equivocado hablar de vocación en un sentido amplio, por ejemplo, cuando se habla de vocación a la santidad o a la vida, hay que evitar, al máximo, igualar la vocación que, estrictamente, se da en el llamado que Dios hace a una persona particular al sacerdocio o la vida religiosa en una congregación y un contexto particulares, con las opciones de vida que, sin constituir vocación y sin tener la perfección de los dos ya mencionados, son también caminos de santidad.

La importancia de esta aclaración se verifica al conocer muchos casos de jóvenes buenos que, después de un discernimiento vocacional en alguna congregación, descubren que no tienen vocación. Se les dice, usualmente, que tienen “vocación al matrimonio”, que deben salir al mundo y buscar un buen novio o novia, para, posteriormente, casarse. Alguna vez, incluso, un conocido comunicador católico, director de una prestigiosa agencia de información, afirmó que solo existían la vocación al sacerdocio, a la vida religiosa y al matrimonio, pero que no existía la vocación a la soltería, sugiriendo que, todo aquel que, sin tener vocación, no se casara, estaba siendo infiel al Plan de Dios. Desde esta perspectiva reductiva, la famosa “Tía Chofi” del poeta mexicano Jaime Sabines, que no conoció a varón para dedicarse a la vida de fe, a cuidar a sus padres y a sus sobrinos, sería una mujer reprobable desde el punto de vista de la moral católica. Existen muchas mujeres como la tía Chofi en el mundo entero y lejos están de ser lo que se sugería que son en la opinión del célebre periodista católico, pues Sabines la describe con las siguientes notas:

“Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desvalida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
y eras la misma cosa siempre.
Fácil, como las flores del campo
con que las vecinas regaron tu ataúd,
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte.
Sofía, virgen, antigua, consagrada,
debieron enterrarte de blanco
en tus nupcias definitivas.
Tú que no conociste caricia de hombre
y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,
tú, casta, limpia, sellada,
debiste llevar azahares tu último día.
Exijo que los ángeles te tomen
y te conduzcan a la morada de los limpios.
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,
que la muerte recorra tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
mientras entona cantos interminables”.

Jaime Sabines, poeta mexicano.

Esta idea de que el que no es sacerdote o religioso, se tiene que casar, no es coherente con la enseñanza tradicional de la Iglesia, empezando porque San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, aclara: “Digo, empero, a los que no están casados y a las viudas: bueno les es si permanecen así como yo. Mas si no guardan continencia, cásense; pues mejor es casarse que abrasarse” (7, 8-9). Desde un buen razonamiento lógico, es evidente que si existiera tal cosa como una “vocación al matrimonio”, esto es, un llamado explícito de Dios a que alguien se case, San Pablo no lo expondría como una simple opción para los que no pueden practicar la continencia. Sus palabras son claras y se dirigen a todos aquellos que no tienen una vocación, en el sentido estricto de la palabra, o sea, a todos aquellos que no han sido llamados por Dios al sacerdocio o la vida religiosa: “Bueno les es si permanecen así como yo”.

Otra grave confusión que surge de usar el término falaz “vocación al matrimonio” conduce a muchos a pensar que, si Dios los llamó a ese estado de vida de modo tan especial, hay otro ser humano, en algún lugar del ancho mundo, esperando ser encontrado para empezar una love story hollywoodense, con lo cual se tiñe de un malsano romanticismo el serio y gravísimo discernimiento acerca del estado de vida que más conviene a la persona particular, atendiendo a sus características físicas, psicológicas y espirituales. Si a alguien le enseñan que Dios creó a otra persona que, en todas sus características, responde a sus anhelos y deseos más profundos, estará siempre esperando a un ser humano perfecto, casi sin defectos y, muy probablemente, nadie alcanzará ese patrón de perfección con el que termina obsesionado y que lo lleva a una terrible insatisfacción con las personas concretas que conoce.

Muchas mujeres, por ejemplo, llegan a una edad en la que el matrimonio ya no es tan viable y la concepción es imposible porque han desechado en el camino a diez, quince o veinte novios. No se habla aquí de mujeres sin fe, sino, precisamente, de mujeres formadas en el catolicismo, pero con una idea equivocada de lo que es el matrimonio, de su sentido, su naturaleza y sus fines, además de una concepción idealizada del hombre, alimentada por el cine y la televisión, manejados por la judeomasonería que quiere destruir la familia.

Hay casos mucho peores y que, lamentablemente, son muy comunes, de parejas que se casan solo alimentados por la lujuria y un vano sentimentalismo, con el deseo explícito de no tener hijos, lo cual llevó a un connotado cardenal católico a afirmar que, hoy en día, la mayor parte de los matrimonios son nulos, dada la oposición tajante de ambos cónyuges a la procreación, fin primario del matrimonio.

El P. García Mazo, en El Catecismo de la Doctrina Cristiana Explicado, enfatiza en que el matrimonio es una elección y no una vocación, cuando señala: “la necesidad del matrimonio no es personal, sino de la sociedad, es decir, que ningún individuo de ella está obligado a casarse, como no lo está a ser letrado, médico, labrador o artesano, aunque estos destinos sean necesarios en la sociedad” (p. 402). Luego, en coherencia con esta verdad esencial añade que el consorte se elige voluntariamente, razón por la cual nadie puede quejarse ante Dios por el esposo o la esposa “que le dio”, pues si bien Dios puede favorecer las circunstancias para que dos personas se conozcan, se enamoren y se casen, hacerlo o no hacerlo es una decisión de ellos, y ellos son quienes deben asumir las consecuencias de hacerlo irresponsablemente, como hoy ocurre con la mayoría, también entre católicos.

Si de todas las diligencias resulta que conviene el matrimonio más bien que la soltería, hay que hacer segunda elección no menos difícil que la primera, y es de la persona con quien se ha de contraer. Es preciso buscar y elegir una esposa igual lo más posible, en edad, bienes, clase y condición; una esposa prudente, casta, sobria, dócil, laboriosa y aplicada al desempeño de sus obligaciones respecto a Dios, de su marido y sus hijos; una compañera temerosa del Señor, virtuosa y caritativa, que le consuele en sus desgracias, le alivie en sus fatigas, le ayude en sus afanes, le sostenga en sus adversidades, y le anime con su ejemplo a practicar la virtud y trabajar en la obra de su salvación. ¡Qué elección tan difícil! ¡Qué desgracia, si pensando que ha elegido una esposa de estas circunstancias, se encuentra con una mujer soberbia, caprichosa, vana, loca; con una mujer desidiosa, desaseada, holgazana, impertinente, melindrosa, insufrible, necia y que da al través con todo! Pero si es necesario al hombre hallar una buena esposa, no lo es menos a la mujer recibir un buen esposo, ni es menos desgraciada si se encuentra con un marido irracional, terco, destemplado, brutal, que no guarda regla alguna en su conducta con ella, y que a título de hombre y superior la oprime y la trata como si fuera una esclava, con un marido holgazán y vicioso, que, en vez de sostener con su actividad, trabajo y diligencia a su mujer y familia, y de aumentar de un modo justo los bienes, destruye el patrimonio y deja perdida a su mujer y sus hijos. ¡Oh! ¡cuánto deben mirarse las mujeres antes de dar este paso que tan frecuentemente las pone en una prisión de por vida! (García Mazo, p. 403).

Si no se deja claro, en la actual pastoral vocacional, que el estado sacerdotal y religioso es más perfecto y que, incluso, entre los seglares, son más perfectos los que guardan la castidad perfecta por el Reino de los Cielos que los casados, si se igualan, pues, todos los estados de vida y se considera que la inclinación natural es criterio suficiente para discernir si se tiene o no se tiene vocación, la tendencia mayoritaria entre los jóvenes será la de decir que tienen una inexistente “vocación al matrimonio” y elegir, luego, muy posiblemente, con los ojos y el corazón, pero sin usar la razón, a un cónyuge con el que no podrán vivir la vida cristiana en coherencia y con quien serán muy infelices por el resto de sus días.

Bibliografía

García Mazo, Santiago José. El Catecismo de la Doctrina Cristiana Explicado. París: Librería de A. Bouret y Morel, 1847

Nuevo Testamento. Traducción directa del original griego por Monseñor Doctor Juan Straubinger

Sabines, Jaime. “Tía Chofi”. Recuperado de: //www.poemas-del-alma.com/tia-chofi.htm

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