“El Señor es bueno, un refugio en el día de la angustia;
Él cuida de los que a Él se acogen” .
Nahúm 1, 7
Escrito por Juan David Álvarez. Ingeniero Agrícola.
Participante del grupo Católico Interuniversitario Sin Medida.
El mundo actualmente se encuentra en un momento difícil que ha causado cambios en la cotidianidad, en las formas de pensar e incluso en la fe. Los encuentros personales, desde las salidas con amigos, las visitas familiares, las clases, y hasta el trabajo se han limitado, en muchos casos, a interacciones a través de una pantalla sin alguna posibilidad más allá de tener internet, causando cambios inesperados en nuestra forma vivir.
Uno de los cambios más fuertes a los que nos hemos sometido ha sido virtualizar la fe. No poder comulgar, no poder confesarnos, debemos vivir una Eucaristía a cientos de metros de una Parroquia, a través de una pantalla, y aunque para orar ante un Santísimo únicamente se necesiten unos clics, sentimos que no se vive de la misma manera el poder orar realmente ante Él.
Pero, así como ha habido dificultades, hemos podido encontrar oportunidades para seguir creciendo en la fe. Por ejemplo, ahora encontramos la oportunidad de santificarnos con la vida en familia, aceptando con paciencia que no somos perfectos y entregándonos al perdón de manera más recurrente. Y un poco más allá, hemos podido identificar miedos que han llegado, y seguridades que han desaparecido en la vida de todos nosotros.
Antes de continuar leyendo, quiero que tú que lees esto, pienses cuáles consideras que son tus seguridades. ¿A qué te aferras cuando sientes miedo? ¿Es acaso a una persona, al dinero, a esa adicción que te da un momento de placer, o a las series que te distraen de la realidad?
Existen algunas seguridades que pasan desapercibidas en nuestra sociedad, pero que el día de hoy quiero destacar, principalmente para que evaluemos nuestras vidas, y podamos avanzar en nuestra vida de fe, que puede estar estancada en estos tiempos difíciles.
¿Necesito conocer todo o soy consciente de quién me guía?
A lo largo de nuestra vida es posible que cada uno de nosotros nos hayamos preguntado qué va a suceder después de que algo inesperado llegue a nuestra vida, y especialmente en estos tiempos podemos llegar a cuestionarnos: ¿Cuándo va a acabar esta situación? ¿Cuándo podré salir nuevamente? ¿Nos iremos a salvar? Pero pensemos una cosa: ¿Por qué queremos saber?
Es común y muy bueno conocer en dónde nos movemos, para así mismo poder prepararnos en asuntos cotidianos o aquellas responsabilidades que requieren preparación como trabajos, exámenes, proyectos, etc.
Enfrentar el miedo que genera no conocer lo que puede ocurrir en la vida, puede explicarse a partir de dos bellas palabras que son más fáciles de decir que de poner en práctica: confianza y coraje. El mayor ejemplo que tenemos de una persona que vivió esto en plenitud, fue la Virgen María durante toda su vida. Pero te invito a leer especialmente el suceso narrado en Lucas 1, 26-38.
Detengámonos por un momento, e imaginemos ¡cuán difícil debió ser para María que el mismísimo Dios enviara a un ángel a contarle la noticia de estar embarazada de nuestro salvador! Ante semejante noticia, ella turbada preguntó cómo sería eso, pues ella no conocía varón; pero luego de esto tuvo la muestra de confianza más grande, diciendo:
¨Hágase en mí según tu Palabra¨.
La muestra de su confianza puede verse en que ella –a diferencia de la mentalidad reinante hoy– no se puso a preguntarle al ángel: «¿Qué va a suceder después de esto? ¿Y si José no va a querer, qué hago? ¿Pero Jesús no va a tener un lugar dónde nacer? ¿Sí vamos a sobrevivir, aunque nos toque huir a Egipto?». En lugar de esto, aceptó con ternura y amor lo que dijo el ángel, pues no le molestaba no saber qué vendría, porque tenía confianza.
Ella entendía que el Señor es nuestro pastor, así como se relata en Juan 10, 1-10. Aunque las ovejas no sepan a dónde están siendo llevadas, ellas saben que es por su bien, y entregan su vida al Buen Pastor, porque conocen su voz. ¿Nosotros conocemos la voz de nuestro Señor?
Vulnerabilidad: ¿Regalo o problema?
En Hechos 2, 45 es posible ver que los apóstoles, y los discípulos que decidieron seguir a Jesús “vendían las posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno”. En la cultura judía las posesiones, especialmente las haciendas, hacían parte de la herencia que les era concedida, y para ellos esto podía llegar a definir su identidad como familia.
En el contexto de persecución, aquellas personas decididas a vivir en comunidad, vendían todo esto, aun sabiendo que era lo único que podía salvar su vida ante el mundo; pero, ¿por qué lo hacían?
En los espacios en los que vivimos es común encontrarnos en entornos donde las personas más apreciadas son aquellas que tienen un gran sentido del humor, o destacan por cualidades específicas como la inteligencia, su forma de vida, su fuerza, etc. En general, es común que pongamos nuestra seguridad en estas cualidades que Dios ha puesto en nosotros, porque nos hacen sentir apreciados, y en algunos casos hasta amados.
Contrario a todas estas ideas, el amor de Dios es aquel que se manifiesta más fuertemente en la misericordia. Este amor es más fuerte, en cuanto más abrimos nuestro corazón, y dejamos que Él entre en nosotros. En otras palabras, cuando nuestra “fuerza” o seguridad se ha ido, es cuando realmente recibimos la misericordia, no olvidando que cuando menos merecemos la misericordia de Dios, es cuando más la necesitamos, y así mismo, cuando Él más quiere darla a nosotros.
Entonces ¿Por qué los discípulos vivían de esa manera?
Porque en medio de tanta inseguridad, encontramos infinita misericordia.
Lo que yo espero ¿Es realmente la voluntad de Dios?
“Solo quiero que todo vuelva a ser como antes, volver a la normalidad”.
Esta frase, para muchos de nosotros nace de extrañar una caminata en el parque, una clase presencial, poder reunirnos sin preocupaciones, etc. Pero en otros casos puede significar “solo quiero volver a la ilusión de creer que lo normal es lo seguro”. Esa normalidad donde podemos creer que la posibilidad de estar en el colegio, en la universidad, o un trabajo hace que todo en nuestra vida esté bien y nos podamos sujetar de estas ideas para tener paz.
Esta normalidad acarrea otro tipo de falsa seguridad en nuestra vida, y es aquella ante la cual llegamos a decir: “Voy a ser feliz cuando esto y esto pase en mi vida”. Nuestra felicidad, y nuestra paz, las basamos en resultados.
Un ejemplo de esto lo podemos encontrar en la Palabra, en el pasaje de los discípulos de Emaús, donde se nos describe a Cleofás y la persona que iba con él. En particular, quiero que analicemos Lucas 24, 21, donde en su conversación con Jesús, Cleofás dice: “nosotros esperábamos que sería Él el que librara a Israel; pero con estas cosas han pasado 3 días”. Él esperaba un resultado específico en la vida del pueblo, que llegara un rey que destruyera a sus enemigos, llevando consigo gloria en la batalla; pero al ver la muerte de Jesús, su fe fue destruida, porque puso su esperanza en un resultado.
A diferencia del optimismo, los cristianos tenemos fe y esperanza. El optimismo es esperar que algo suceda, y poner toda nuestra fe en que pase, “todo va a estar bien porque vas a recuperar la salud”, “todo va a estar bien porque encontrarás otro trabajo”.
La esperanza no es un deseo de que algo cambie, es confiar y creer en aquel que no cambia.
Para poder confiar y creer en Él hay un secreto que todos nosotros podemos poner en práctica, y en ese mismo pasaje encontramos la respuesta. Jesús les pregunta a sus discípulos sobre Él, porque cuando recordamos lo que Él ha hecho, se revela lo que está haciendo. Es por eso que nosotros podemos seguir caminando, aun cuando las dificultades de la vida se presentan, y actuar ante ellas, con fe.
Fuentes:
Imagen 1: Tomado de: https://mexico.xaverianos.org/articulos/455-vengan-a-mi
Imagen 2: Tomado de: http://elportaldebelen2012.blogspot.com/2012/09/anunciacion-maria.html
Imagen 3: https://fashionandgreen16.wordpress.com/2016/02/16/la-vida-de-las-primeras-comunidades-cristianas/
Imagen 4: Tomado de: https://www.elmundo.com/noticia/Somos-los-discipulos-de-Emaus/379601
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