A mis buenos muchachos de la UPB: Marcia Katherine Pineda,
José Fernando Gómez y Hamilton Castañeda,
quienes, ahora, son eternamente jóvenes junto a Dios,
el más joven de todos.
En mi experiencia como docente he podido descubrir que muchos de los jóvenes con los que comparto día a día viven en una cultura caótica que, lamentablemente, genera una mala disposición para la apertura al saber, la búsqueda de la verdad y la práctica de las virtudes fundamentales. Se les nota cansados, aburridos, carentes de asombro y, frente a esto, no se puede responder con un facilista: “Los jóvenes siempre han sido así”, pues en todas las épocas de la Historia han existido jóvenes díscolos y rebeldes, pero también jóvenes buenos, obedientes, respetuosos del mayor, líderes morales. Hace falta que quienes nos dedicamos a la labor de enseñar nos preguntemos cuál es el contexto en el que viven los jóvenes de hoy para poder responder, de modo eficaz, a su realidad.
Una rápida mirada al pensamiento actual revela que la nota característica de nuestro tiempo es el relativismo. Pareciera que está prohibido hablar hoy de verdades absolutas u objetivas y quien lo hace no puede evitar “ponerse un poco rojo” ante quienes lo escuchan y lo miran con cierta ironía. Muchas son, en la historia de las ideas, las causas de este escepticismo generalizado, pero cabría citar como las más sobresalientes aquellas corrientes posmodernas de pensamiento que se rebelan contra los mitos de la Modernidad: la razón, el progreso, las grandes narraciones de sentido (ideologías, filosofías totalizantes o perspectivas religiosas) y presentan una duda general y radical frente a estos intentos de la llamada razón instrumental: se prefiere hablar entonces de pensamiento débil (Vattimo), pensamiento cansado (Bataille), deconstrucción (Derrida), juegos lingüísticos (Lyotard), etc. (Fazio, 2007) pero, tal vez, sea Foucault, con una cita de su clásica obra Las palabras y las cosas,quien pueda sintetizar, en pocas palabras, el espíritu desconfiado, escéptico y pesimista de nuestra época:
«A todos los que quieran todavía hablar del hombre, de su reino y de su liberación, a todos los que se preguntan todavía sobre qué es el hombre en su esencia, a todos los que quieren apoyarse en él para acceder a la verdad…, a todas estas formas de reflexión deformes y alteradas, no podemos más que contraponer una risa filosófica, es decir, en parte silenciosa» (Foucault, p. 333).
Los jóvenes parecieran no tener norte porque los adultos se han dedicado desde hace varias décadas a decirles que nada es verdadero, bueno y bello por naturaleza, que en el hombre no hay una identidad o una esencia y que por lo tanto no hay modelos; lo que quieran hacer con su vida está bien porque finalmente “todo es relativo”.
Carente de horizontes, el joven está sumido en una gran incertidumbre y trata de llenar su vacío con cosas pasajeras, ha cambiado la esperanza de un bien para su vida por la inmediatez de un placer para sus sentidos y, esclavo del consumo, se sumerge en una profunda insatisfacción. ¿Podemos darle una palmada en el hombro a este joven sin cambiar la filosofía de nuestros tiempos? ¿No sería un poco hipócrita decirle que tenga esperanzas si no hay sentido último, si todo es absurdo, si no se puede decir nada seguro sobre el hombre, su sentido, su destino, su misión, su naturaleza?
Como patrono de filósofos y teólogos, siempre he tenido a Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, como uno de mis especiales protectores y amigos. Santo Tomás también fue joven, tuvo sueños, metas, proyectos e innumerables dones con los que sirvió a la sociedad del momento; en su época, muchos jóvenes como él se desperdiciaban en el licor, en la vagancia, en los grupos subversivos de herejes que, por aquella época eran numerosos o, simplemente, en una vida de peligros por amor al riesgo mismo, sin embargo, Santo Tomás reconoció siempre, y desarrolló luego, filosófica y teológicamente, la idea de que hay un creador, artífice de todo y, por lo mismo, una finalidad para el mundo y quienes lo habitamos, un orden en el universo (Ocáriz, 1990) que podemos conocer por medio de nuestra razón, pero, ayudados por lo que nos ha revelado Cristo de modo pleno, de ahí que la vida humana no pueda caer en la nada o el absurdo, pues tiene misión que apunta a la felicidad. Estamos llamados a crear una vida bella, una existencia coherente con nuestra naturaleza de hijos de Dios, con lo que hemos recibido, actualizando lo que somos en potencia, es decir, el hombre se hace bello en la medida que es fiel a la imagen de Dios impresa en Él, solo es bello y bueno en la práctica continua de las virtudes que lo asemejan a Cristo.
Lo anterior no lo descubrimos solo por el uso de nuestro entendimiento, necesitamos confiar (fe) en aquel que nos ha creado, pues como dijo el filósofo alemán Josef Pieper ―quien estudió el pensamiento de Santo Tomás de Aquino con rigor y profundidad―, el hombre no se comprende íntegramente a sí mismo porque no se funda a sí mismo (2000). Las dificultades que encuentra la razón humana no deben llevarnos al sinsentido posmoderno sino a reconocer que somos limitados y necesitamos de Dios, por eso en Santo Tomás fe y razón se necesitan mutuamente. Las búsquedas de la juventud que se expresan intelectualmente tienen respuesta, no en una ideología, en una marca, en un producto y, mucho menos, en el vandalismo tribal y bárbaro al que hoy se ve convocada, sino en una persona a la que Santo Tomás conoció bien, a la que siguió y en la que siempre creyó: Jesús de Nazareth, modelo de hombre y respuesta a las inquietudes más profundas del corazón humano ¿No será hora de que todos, pero en especial, los jóvenes miren su rostro y le pregunten, de rodillas, cuál es el sentido y el destino de su existencia? Lo digo por experiencia propia, pues tampoco soy un anciano, sé de lo que hablo y le debo mi felicidad al que es, eternamente, joven.
Bibliografía
Fazio, Mariano. Historia de las ideas contemporáneas. Madrid: RIALP, 2007
Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. Trad. Elsa Cecilia Frost. Buenos Aires: Siglo XXI, 1968
Ocáriz, Fernando. “Rasgos fundamentales del pensamiento de Santo Tomás”. Tomás de Aquino, también hoy. Eds. Cornelio Fabro, Fernando Ocáriz, Clemens Vansteenkiste, Antonio Livi. Pamplona: EUNSA, 1990. pp. 52-93
Pieper, Josef. El descubrimiento de la realidad. Madrid: RIALP, 1974.
Pieper, Josef. La fe ante el reto de la cultura contemporánea. Madrid: RIALP, 2000.