Los cambios tecnológicos de las últimas décadas se han vivido a un ritmo nunca antes experimentado por el hombre. Los ciudadanos nos hemos visto enfrentados a nuevos estilos de vida, prefabricados, relativistas, modelados de acuerdo a modas fugaces y encuestas de opinión. El surgimiento de conglomerados mediáticos planetarios que definen tendencias a su acomodo, apoyados en una filosofía que estimula el consumismo y que cada vez nos hace más extraños entre nosotros mismos, es asunto dominante.
Esta situación ha traído un enorme vacío, como lo señala el maestro Ryszard Kapuściński en su obra Encuentro con el otro:
“lo paradójico de la actual situación mediática va aún más lejos… Cuanto más convive el hombre con los medios, más se queja de su extravío y de su soledad.”
Ryszard Kapuściński
¿Cuál es entonces la lectura que la llamada sociedad de la información tiene de los ciudadanos? ¿Cómo se entiende la libertad?
Es preciso anotar que los elementos morales que definían la sociedad tradicional han recibido embates de la modernidad y la posmodernidad. La antigua pragmática que procuraba la formación en la prudencia se ha venido enfrentando con un parlante que encienden a diario los medios de comunicación, siguiendo una cuidadosa estrategia comercial que envilece la cultura, haciendo en extremo compleja la tarea de formar ciudadanos. La moral basada en lo justo y lo bueno se ha visto relegada a un segundo plano, pues lo importante es competir por el mercado a cualquier costo.
Sumado a lo anterior, la violencia y el irrespeto que se observa en el trato social, así como los niveles de tolerancia a la frustración, cada vez más bajos, están a la orden del día. En términos de administración pública –los medios lo saben–, es apremiante la consolidación de mejores resultados en la distribución de los bienes y los recursos económicos, y en la prestación de servicios sociales universales; en numerosos lugares del mundo la gestión de quienes gobiernan es insuficiente o muere a manos de verdaderas mafias, organizaciones corruptas que saquean sin vacilación las cuentas del Estado.
Ahora bien, en cuanto a la libertad, se reconoce como el primer derecho; también como el valor que nos autodetermina como especie. Pero en la práctica, ¿es fácil mantener por sí mismos unos valores propios en medio de una rica oferta de antivalores?
Joseph Ratzinger, el erudito Benedicto XVI, señala:
“Podríamos decir que es propio de la libertad la capacidad de conciencia para percibir los valores humanitarios fundamentales que atañen a todos los hombres (…) La libertad no es sólo un asunto personal y egoísta, sino que está conectado al servicio de toda la humanidad».
En este trabajo, denominado Verdad, valores, poder, el profesor Ratzinger nos recuerda que
“no puede haber libertad sin sacrificio y renuncia. La libertad requiere velar para que la moral sea entendida como un lazo público y común, para que se le otorgue, a ella, que carece de poder, el verdadero poder al servicio del hombre”.
Una reflexión que los medios de comunicación deberían hacer visible en su trabajo como agentes formadores de ciudadanía y Democracia, puesto que: “la libertad requiere que los gobiernos y los que tienen responsabilidades se inclinen ante una realidad que se yergue indefensa y no es capaz de ejercer violencia alguna”. Finalmente, ante las amenazas del relativismo, que atentan contra el sustrato fundamental de la humanidad, el hoy Obispo emérito de Roma, indica que apartarse de las grandes fuerzas morales y religiosas de la propia historia, es el suicidio de una cultura y de una nación.
Lo anterior nos lleva a proponer esta sencilla premisa: quienes están al frente de la sociedad de la información, y tienen un vínculo mediático con auditorios conformados por ciudadanos que no han perdido la capacidad de soñar en el mañana, deben transmitir un sentido de humanidad fundado en el claro reconocimiento de principios y valores, a fin de ir transformando al individuo desde la niñez hasta la tercera edad.
En la sociedad actual, la influencia de los medios en el proceso educativo de los seres humanos es cada vez más importante; su presencia en la vida de las personas es inobjetable. No obstante, en las últimas décadas hemos sido testigos de un proceso de industrialización de la información que ha provocado una competencia feroz entre quienes producen programas de radio y televisión, videos, películas, noticias y portales web, hecho que ha generado un abanico de propuestas, muchas de las cuales se alejan de la ética, e impulsan la promoción de antivalores en detrimento de amplios sectores de la población infantil y juvenil, principalmente, quienes son receptores de mensajes estéticamente bien concebidos, pero cuyos contenidos destruyen la posibilidad de crecer con ejemplos que afirmen el amor, la belleza y la virtud.
Tales circunstancias han generado la aparición de nuevos mecanismos de medición de audiencias y la conformación de públicos mejor segmentados: el llamado ‘rating’, se ha consolidado como referente de negocios dentro de los medios, no como norte moral de los mensajes que se transmiten a través de los mismos. Este hecho se evidencia en el creciente interés de quienes llevan a cabo estas estadísticas, centrales y empresas encuestadoras especializadas: es tan rentable este negocio, que los guarismos arrojados por los diferentes estudios de audiencias establecen el liderazgo dentro de quienes guían a la opinión pública, siempre en pos de nuevas posibilidades de aumentar la rentabilidad, como único objetivo. Nos preguntamos entonces: quienes recibimos la información a través de los medios de comunicación, en lugar de ser respetados como individuos libres, ¿terminamos siendo ciudadanos de juguete, víctimas de ideologías, intereses y estrategias que buscan instalar en la sociedad modelos de comportamiento que conducen a la destrucción de la persona?
Ideologías, intereses y estrategias que estimulan el individualismo, favorecen el desarrollo de estilos de vida que debilitan la estabilidad de los vínculos entre las personas y atentan contra la unidad familiar. En este caso particular, el Papa Francisco señala en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos”.
Concluyamos esta breve reflexión con una idea central dentro de cualquier democracia moderna: los medios de comunicación tienen la tarea de propender por la creación de espacios que velen por el respeto de los derechos y la formación en valores; y también, por el cumplimiento de las obligaciones mínimas de convivencia social; porque deben ser sano escenario de encuentro ciudadano.
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